Se nos presenta un verano calentito
Es verdad que en lo eclesial siempre es momento de nombramientos y eso produce siempre una cierta expectación. Basta que haya que mover a un sacerdote para que los cambios lleguen uno tras otro como en una enorme cesta de cerezas donde tiras de la primera y no hay quien lo pare. Pero no es a esto a lo que quiero referirme.
Lo calentito del verano se nos viene con dos cuestiones que se nos han venido al frente de manera urgente, que ya están produciendo una enorme inquietud en buena parte de la sociedad española y que como iglesia nos afectan.
Acaba de decirnos el presidente de gobierno que es inminente el traslado de los restos de Francisco Franco desde el Valle de los Caídos a lugar por determinar se supone que por la familia, sus nietos en este caso.

Esto es ya para nota. De los objetos litúrgicos que utilizamos para celebrar la santa misa, los hay que no ofrecen especiales dudas de identificación para el común de los fieles que asisten a las celebraciones. Palabras como cáliz, patena o vinajeras (vinagregas dicen a veces los monaguillos) son de uso bastante común y no suelen tener mayores complicaciones.
A nadie le importa. Al menos en teoría. Todos qué digo libres, libérrimos ante lo que los demás digan, opinen, piensen o critiquen. Hemos hecho nuestra la canción de Alaska y vamos por calles y plazas, templos y sacristías, curias provinciales y episcopales repitiendo el estribillo: “¿a quien le importa lo que yo haga? ¿a quien le importa lo que yo diga?” Y ahora van ustedes y se lo creen.