Sinodalidad. Si lo explican, es peor
Este año vamos a tener sinodalidad hasta el hartazgo. La palabreja se ha puesto de moda y ya se sabe que, en estos casos, tonto el último. La franciscolatría es lo que tiene, que si su santidad emplea la palabra sinodalidad eso quiere decir que toda la panda de pelotaris la asume como propia en cualquier sermón, escrito, plan o proyecto. Todo es sinodalidad.
Nada nuevo bajo el sol.
La Iglesia no es sinodal. Punto. Podremos dotarnos de instrumentos de diálogo, reflexión o consulta, que de hecho los tenemos, pero al final, quien manda, manda. El sínodo de los obispos tiene ya más de cincuenta años de andadura. Los obispos se reúnen, reflexionan, asesoran, informan y ayudan así al santo padre, pero es algo CONSULTIVO, por derecho canónico. De hecho, las conclusiones de los sínodos son presentadas al santo padre que las convierte en una exhortación apostólica en la que toma o deja de tomar lo que cree conveniente y publica lo que desea, que es lo que manda el derecho.

Eso se decía o se dice aun refiriéndose a esa gente que vive estupendamente, y especialmente curas, frailes y eclesiásticos de cualquier grado. Eso se ha escuchado muchas veces: “ese, esos, viven como Dios”, a lo que algunos, con peor intención, apostillaban: “ya quisiera Dios vivir como ellos”.
Tengo que reconocer que la publicación del motu proprio
Hace no mucho me contaba una persona que le habían pedido integrarse en el equipo de liturgia de su parroquia: preparar las misas y eso, ya sabes, me dijo. Preparar y eso. Se me ocurrió preguntar si tendrían formación. No estaba previsto. Mi respuesta es que uno no puede pertenecer a un grupo de liturgia en su parroquia o pretender colaborar en la preparación de las celebraciones sin leerse previamente tres documentos. A saber:
Acabo de leer el documento





