Que se vayan al Sahára
Aquí me parece que estamos confundiendo, de forma completamente deliberada, el trasero con las témporas en la cosa del respeto. Verán por qué saco hoy esto a colación.
El asunto viene a propósito de la letra del himno nacional español, inexistente de forma oficial. Fue bastante conocida la escrita nada menos que por José María Pemán en 1928 a petición de D. Miguel Primo de Rivera, y que no estaba nada mal, pero ya se sabe que algo de Pemán ha de ser por fuerza fascista, y, por tanto, inaceptable.
Tras varios intentos de dotar a nuestro himno de letra consensuada –nada más y nada menos-, en las últimas semanas se ha hecho conocida una versión cantada por Marta Sánchez. Pues vale.

Yo no sé si aún seguirá vigente la gramática castellana de mi infancia, aquello de artículo, nombre, adjetivo, pronombre… No sé. Tengo un vago recuerdo en nebulosa de sintagmas y cosas así. En la gramática que yo estudié, que me sigue valiendo, el adjetivo era una cosa que completaba el sustantivo añadiendo propiedades abstractas o concretas del sujeto. Si no soy muy exacto, pido perdón a mis amigos lingüistas.
A lo mejor les parece una cosa sin sentido, pero la iniciativa pastoral más aparentemente boba está teniendo un éxito increíble.
Recuerdo un sacerdote, hace años, en una celebración eucarística. Justo momento de la consagración y unos mozalbetes riendo y bromeando y hasta remedando los gestos del sacerdote. El buen cura paró en seco la celebración y les dijo: “de mí os podéis reír lo que queráis y llamarme de todo, pero que a nadie se le ocurra faltarle al respeto a Dios. Por ahí no paso”.
En estos tiempos de modernidad y adelantos, “alantos” que dicen en mi pueblo, es divertido comprobar cómo lo que se nos vende como el summum de la modernidad es todo un compendio de las más antiguas barbaridades y de las herejías más clásicas.