Las campanas de don Camilo
Los distintos libros de D. Camilo, escritos maravillosamente por Guareschi, deberían ser de lectura obligatoria en el seminario, y libros de cabecera para todo párroco rural.
En estos días de coronavirus, cuando casi hora a hora nos llegan instrucciones diversas y posiblemente hasta veamos los templos cerrados, me he acordado de una preciosa historia de este buen párroco italiano. Una vez más se había desbordado el Po y la aldea de D. Camilo hubo de ser abandonada. Todos marcharon menos D. Camilo, que se trasladó a vivir a la torre de la iglesia. Allí, en su torre, él seguía tañendo las campanas y celebrando su misa a la hora de siempre, porque decía que la gente, en la distancia, al escuchar las campanas, se sentiría reconfortada y sabría que Dios seguía cuidando de cada uno. Especialmente emotiva la celebración de la eucaristía, él solo, y el toque en la consagración. Estarían lejos, pero sabían que la misa se celebraba en su parroquia por todos.


Anoche me llamó un amigo para contarme que no había podido comulgar en la misa vespertina. La razón fue que el sacerdote les dijo que según órdenes recibidas quedaba suprimida la comunión en la boca.
Yo creo que a nadie le ha extrañado. Mis lectores, que son exactamente la repera limonera, todo lo tienen que preguntar con la pretensión de tirarme de la lengua. Lo tienen fácil, porque si algo tiene un servidor es facilidad para decir exactamente lo que piensa.
Hoy conoceremos el nombre del elegido presidente de la Conferencia episcopal española. Que sea para bien.