Las campanas de don Camilo

Los distintos libros de D. Camilo, escritos maravillosamente por Guareschi, deberían ser de lectura obligatoria en el seminario, y libros de cabecera para todo párroco rural.

En estos días de coronavirus, cuando casi hora a hora nos llegan instrucciones diversas y posiblemente hasta veamos los templos cerrados, me he acordado de una preciosa historia de este buen párroco italiano. Una vez más se había desbordado el Po y la aldea de D. Camilo hubo de ser abandonada. Todos marcharon menos D. Camilo, que se trasladó a vivir a la torre de la iglesia. Allí, en su torre, él seguía tañendo las campanas y celebrando su misa a la hora de siempre, porque decía que la gente, en la distancia, al escuchar las campanas, se sentiría reconfortada y sabría que Dios seguía cuidando de cada uno. Especialmente emotiva la celebración de la eucaristía, él solo, y el toque en la consagración. Estarían lejos, pero sabían que la misa se celebraba en su parroquia por todos.

No sé cómo se van a desarrollar las cosas en los próximos días, sin descartar que nos llegue la orden de cerrar los templos. Lo haremos sin problemas porque todos deseamos colaborar para que la epidemia se pueda vencer lo antes posible. Pero una cosa es que se cierren los templos y otra muy diferente que se deje de celebrar la misa.

No pienso variar los horarios de misa en los próximos días. Con todas las precauciones, sin agua bendita en las pilas, omitido el rito de la paz y un buen desinfectante para las manos antes y después de dar la comunión. Hoy han venido cinco personas a la misa de Braojos.

Si al final tenemos que cerrar los templos, ya digo que se hará sin problema ninguno. Eso sí, las campanas seguirán sonando a la misma hora, y a la hora en punto dará inicio la celebración de la eucaristía, con pueblo o sin pueblo, es igual. Será la misa de la parroquia, y todos, aunque no puedan acceder al templo, sabrán que en Braojos Cristo baja al altar como siempre para ser nuestra vida y nuestra fuerza precisamente ahora en momentos de dificultad y razonable temor.

Nadie hubiera reprochado nada a D. Camilo si hubiera emprendido, con todos, el camino de una tierra sin inundar, pero él comprendía que dejar su parroquia y dejar sus campanas era como decir que Dios se olvida de nosotros. Por eso subió a la torre y ahí se quedó.

Tampoco nadie me podría reprochar el que no hubiera misa. Pero, ya ven, uno tiene su costumbre de celebrar cada día la misa, con gente o sin gente, porque lo fundamental de la misa no es la feligresía, sino el sacrificio de Cristo por todos y la oblación de la vida al Padre, y además que justo en estos momentos tan complicados callar las campanas y dejar de celebrar sería como abandonar a mis feligreses. Es muy importante que todos sepan que Cristo sigue ahí, que la Iglesia reza por todos, y que justo esa misa, la misa que posiblemente celebremos sin poder abrir las puertas, es especialmente importante porque, aún estando físicamente en otra parte, en el corazón sabemos que Cristo no nos deja solos.

¿Entonces cambia el horario de misas? Definitivamente, no. Si pueden y quieren acceder los fieles, porque han sido dispensados de la obligación, con fieles, con todo el cuidado del mundo. Y si no es posible por orden superior, sin pueblo, pero seguirá siendo la misa de la parroquia, por la parroquia, por todos, y más justo ahora.