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26.04.24

Eduard Ticó habla de la capilla de adoración perpetua del Real Monasterio de Santa Isabel de Barcelona

Eduard Ticó es el responsable de la capilla de adoración perpetua de Santa Isabel. Eduard tiene 53 años, está casado y tiene 4 hijos. Actualmente compagina sus actividades laborales en un laboratorio farmacéutico con la gestión de la capilla de Santa Isabel. Eduard se educó en los hermanos Maristas, pero fue a raíz de un retiro de Emaus donde sufrió una conversión que le ha llevado a participar y colaborar en diferentes apostolados dentro del Regnum Christi como Emaús, Effeta o Sponsus.

¿Qué supone para usted ser el coordinador de la capilla de adoración perpetua del Real Monasterio de Santa Isabel de Barcelona?

Javier, para mí es un regalo del Señor poder servirle en este gran proyecto suyo, un reto para el que cuento siempre con su ayuda porque todo lo hace Él.

Los que gestionamos la capilla queremos imaginarnos que esto es lo que hacían los primeros discípulos de Jesús hace 2000 años, poner nuestro granito de arena en hacer que EL SEÑOR pueda llegar a todos los rincones de nuestra ciudad.

Es un privilegio servir al Señor y a los demás, pero sobre todo una gran responsabilidad que no sería posible asumir sin pensar que es ÉL quien nos dirige y da las fuerzas para llevar a cabo esta maravillosa misión.

¿Por qué es importante que las ciudades tengan estos oasis de silencio y adoración?

Es importante que en las ciudades, e incluso en los barrios, existan capillas de Adoración Perpetua porque es el Señor el que mueve los corazones, el que los atrae hacia Sí, el que nos ayuda a ser mejores personas. Nosotros tenemos el lema “Un Corazón latiendo 24 horas en Sarriá” y así lo vivimos. Él está pendiente de todo lo que hacemos y disponible para que vayamos allá a vaciarnos de nuestras preocupaciones y llenarnos de Él para luego llevarlo a los demás. Adorarlo en silencio es una manera de darle a Él el lugar que le corresponde, de devolverle el Amor con que Él nos ama, que es tan grande que ha querido quedarse en la Eucaristía para que podamos acercarnos a Él siempre que queramos. Como cuando paseaba con sus discípulos en Galilea o en Jerusalén, o incluso camino del Calvario, donde podía acercársele quien quisiera, y Él los instruía.

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