Desde el momento que se anunciaron las Jornadas Mundiales de la Juventud fui consciente que allí tenía el deber de ir a confesar para echar una mano para el buen éxito espiritual de las Jornadas. Estuve por tanto en el Retiro ya desde el martes 16, día de mi llegada a Madrid, miércoles, jueves y viernes. A ojo calculo que estaríamos normalmente una media de cuarenta a ochenta sacerdotes, número que se incrementaba con el llegar de las horas de la tarde, con un máximo que superó los doscientos confesores a última hora del viernes.
Los confesonarios me parecieron bien diseñados para que al menos tuviéramos sombra. Estábamos bien atendidos por los voluntarios de agua y también se nos ofrecía fruta. En cambio la rejilla no me ha gustado porque no se podía ver al penitente. Me gusta tener una idea de a quien estoy confesando, especialmente desde una solemne metedura de pata que tuve en una de mis primeras confesiones de joven. Después de decir sus pecados le pregunto a la mujer: “¿qué tal te va con tu marido?”. Oí una respuesta horrorizada: “pero si tengo doce años”. Todavía recuerdo que lo que pensé fue un “Tierra, trágame”.
El penitente que pensaba encontrarme era semejante al peregrino de Santiago de Compostela. No fue así, porque lo que me vino con frecuencia era el madrileño que llevaba varios años sin confesarse, pero no demasiados. Es decir católicos que lo siguen siendo, pero que tenían las prácticas de piedad y en especial la confesión un tanto descuidadas y que aprovechaban la ocasión para reconciliarse con Dios y con la Iglesia. Pero ante mi pregunta de qué tal iban desarrollándose las Jornadas, la inmensa mayoría, posiblemente todos, tanto nacionales como extranjeros, estaban encantados de su desarrollo.
Y ahora voy a aclarar un tema sobre el que creo hay bastante confusión: el cardenal Rouco autorizó a cualquier sacerdote durante la JMJ a perdonar abortos sin tener que recurrir a él o al penitenciario de la diócesis. Quiero aclarar que en circunstancias normales la cosa es más sencilla de lo que parece. Antes de que fuera penitenciario, cargo con el puedo perdonar también este tipo de pecados sin recurrir a mi Obispo de quien soy su delegado en estas cuestiones, lo que hacía era lo siguiente: le daba la absolución, le permitía ir a comulgar ya en esa Misa, porque la Iglesia siempre ha tenido un cuidado exquisito en proteger la reputación de sus penitentes, pero le decía lo siguiente: como es un pecado reservado al Obispo, no le puedo poner la penitencia, por lo que Vd. debe volver aquí dentro de dos semanas, plazo que me daba un tiempo cómodo para poder conectar con el obispo, y al Obispo le decía: “tengo un caso de aborto junto con algún pequeño detalle que no ponía en peligro el secreto sacramental (por ejemplo si era hombre o mujer y su grado de colaboración con el aborto)” y luego me decía la penitencia que debía imponerle y que después yo transmitía al penitente. Recuerdo un obispo que solía decirme: “Pónsela tú mismo, que conoces mejor el caso”, por lo que le dije: “¿No puedo yo imponerle directamente la penitencia?”. Su contestación fue: “No. Eso no puedo autorizarlo”. Hay otros pecados, gravísimos, que están reservados a la Santa Sede. En este caso el trámite es el mismo, sólo que hay que escribir a la Sagrada Penitenciaría de Roma. En mi vida sólo he tenido un caso, y la inmensa mayoría de los sacerdotes ninguno. La Penitenciaría tiene por norma contestar a vuelta de correo. La penitencia que pusieron me pareció bastante razonable. Por si alguien tiene un caso de éstos le aviso que me contestaron en latín. Dado que muchos curas hoy no tienen ni idea de esa lengua conviene que pidan expresamente que lo hagan en su lengua.
Entre los penitentes abundaban mucho los católicos practicantes que deseaban no sólo ganar la indulgencia plenaria, sino también comulgar con el alma más limpia que de costumbre en la Misa del Papa. Lástima que debido al desastre de la tormenta no les fuera posible, pero recordemos que Dios escribe derecho con renglones torcidos. En la Penitencia solía incluir el rezar por el éxito espiritual de las Jornadas. Sobre las vocaciones debo decir que si bien es indiscutible que muchos de los jóvenes que, arrastrados por la oleada de entusiasmo han pensado que podían ser sacerdotes o religiosas no lo serán, sin embargo también es cierto que Jornadas así han sido una fuente de vocaciones y que conozco varios sacerdotes que lo son gracias a ellas.
Espiritualmente se me puso la carne de gallina cuando vi a más de un millón de jóvenes rezar en absoluto silencio durante la adoración al Santísimo, la inmensa mayoría de rodillas. La alegría y felicidad de los jóvenes era ciertamente contagiosa, y desde luego quien haya estado presente no creo pueda decir que el Cristianismo y en especial el Catolicismo es una religión para amargados. “Estad siempre alegres (1 Tes 5,16), nos manda San Pablo. Uno de los gritos más frecuentes de nuestros jóvenes era: “Ésta es la juventud del Papa”. Como uno tiene una cierta veta gamberra, cuando les oía decir eso gritaba desde mis 73 añitos: “Ésta es la vejez del Papa”. Por cierto ¿sería posible organizar algo parecido para otras edades?
No he hecho referencia a los sermones del Papa. La razón es que antes de escribir sobre ellos necesito leerlos, madurarlos, reflexionarlos y ver qué os puedo decir sobre ellos.
Pedro Trevijano, sacerdote