5.07.21

Fallece el P. Joan Antoni Mateo

El sacerdote Joan Antoni Mateo García, rector de la parroquia de Mare de Déu de Valldeflors de Tremp (Lérida, España), falleció ayer a los 59 años de edad al no poder superar un accidente vascular que sufrió la semana pasada. El sacerdote estaba ingresado desde entonces en el Hospital Arnau de Vilanova de Lérida. Fue bloguero en InfoCatólica.

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9.11.19

¿Dos madrinas? ¿Niños padrinos? Algunas cuestiones sobre el Bautismo

Una conocida mía de Barcelona se quejaba porque  a un sobrino de siete años se le denegó ser padrino de bautizo. El párroco, según me cuentan,  dijo que el niño no estaba confirmado. Me preguntó si me parecía correcta la actuación del párroco. Establecimos un diálogo y surgieron otras cuestiones que acostumbran a plantearse a propósito de la celebración del Bautismo de los niños. Preguntas como ¿Pueden ser padrinos de bautismo los padres? ¿Qué le parece que haya dos padrinos o dos madrinas? Finalmente se planteó si un luterano puede ser padrino de bautismo de un niño católico. Recojo sucintamente mi respuesta por si puede ser de utilidad a algun lector.

En primer lugar hay que decir que el párroco actuó sensatamente e hizo lo correcto. La función del padrino de bautismo es, juntamente a los padres que lo han elegido, presentar al niño y procurar que después del bautismo lleve una vida congruente con su condición de bautizado. Esto es lo que dispone y establece la Iglesia en su legislación. Queda asociado a la misión educadora de los padres. Para eso se requiere que tenga capacidad para desempeñar esta misión e intención de hacerlo. Es más que evidente que esto no es posible a un niño de siete años. Se requiere madurez, formación y un cierto recorrido serio de la vida cristiana. Antes se establecía la eded de siete años porque se consideraba que era la edad del uso de razón. Hoy muchos no alcanzan el uso de razón ni a los cuarenta… La función de padrino de bautismo no es decorativa, implica una responsabilidad seria. Si queremos recuperar el realismo de la iniciación cristiana  debemos preparar bien a los padres para que escojan padrinos adecuados. La legislación de la Iglesia establece unos requisitos mínimos. A lo que ya hemos dicho (conciencia, capacidad e intención de ejercer la misión se requiere que el candidato haya cumplido los dieciséis años, que haya completado su iniciación cristiana con la recepción de la Confirmación y de la Eucaristía y que lleve una vida congruente con la fe y la misión que va a cumplir. Estos temas deben tratarse en la catequesis a los padres previa a la recepción del bautismo. Los padres no pueden ser padrinos de bautismo pues ya tienen una misión principal y superior. El Código es claro en el tema de dos padrinos o dos madrinas: “Téngase un solo padrino o una sola madrina, o uno y una”. Es curiosa esta costumbre que muchos quieren incorporar de escoger ambos padrinos del mismo sexo y tendríamos que plantearnos que se oculta realmente tras estas decisiones.  Finalmente,  el bautizado que pertenece a una comunidad eclesial no católica puede ser admitido como testigo de bautismo pero no como padrino. Tal vez en algunos casos difíciles cabría potenciar la figura de testigo de bautismo para dar al padrino el protagonismo y la responsabilidad que le corresponde.

13.01.18

Comulgar bien. A próposito de una excelente pastoral

¿Cómo comulgamos? Una excelente pastoral del Obispo de Jaén

 

Hace unos años, al iniciar un nuevo curso pastoral, un compañero sacerdote me preguntaba cuáles eran mis objetivos prioritarios. Le dije que me alegraría si pudiera obtener dos cosas: Que se redescubriera el inmenso valor del sacramento de la Penitencia y que comulgáramos bien. Si nos confesáramos bien y comulgáramos bien seríamos muy pronto santos.

 

Hoy quisiera reflexionar sobre el segundo aspecto. El motivo de esta reflexión ha sido propiciado por la carta pastoral que ha escrito el Obispo de Jaén, Mons. Amadeo Rodríguez. El simple hecho de plantear el tema me parece muy conveniente y oportuno. Quisiera ofrecer algunos comentarios a lo que ha expuesto este obispo.

 

Me admira que Mons. Amadeo constate que son muchos los gestos y las actitudes que tiene la oportunidad de observar en sus comunidades, especialmente el sentido de adoración que se manifiesta en el momento de la Consagración, cuando “una mayoría de fieles se hincan de rodillas ante el Santísimo Sacramento”. Me congratulo por tan gratificante experiencia que, por desgracia, en otras latitudes brilla por su ausencia. La genuflectofobia y la artrosis espiritual han hecho estragos, pues la eliminación sistemática de los gestos tradicionales de adoración ha comportado la pérdida del sentido del Sagrado, como tantas veces insistía el Papa Benedicto. Dejar de arrodillarse durante la Consagración cuando es posible hacerlo no es un gesto insignificante. Comulgar con cualquier gesto no es anodino. La mejor antropología nos enseña la coordinación y armonías necesarias entre el cuerpo y el espíritu.

 

Con todo, Mons. Amadeo confiesa que le disgusta cómo algunos se acercan a comulgar y cómo vuelven a sus asientos los que han recibido el Cuerpo del Señor. Reconoce una especie de desconcierto en el templo. Yo me preguntaría si tiene algo que ver con este desconcierto el jolgorio en que a menudo degenera una praxis aberrante del rito de la paz. Creo que no hace mucho tiempo la Sede Apostólica dio unas normas precisas sobre cómo practicar correctamente el rito de la paz. Por mi experiencia puedo afirmar que estas normas han caído en saco vacío y que nadie hace el más mínimo caso. A menudo los mismos presbíteros que concelebran  Misa son los primeros en manifestar la mayor ignorancia sobre las disposiciones de la Santa Sede sobre este tema. Considero que una buena preparación para la Comunión sería observar lo que la Iglesia dispone para el rito de la paz. Sobrio y esencial.

 

Oportunas son las reflexiones de Mons. Amadeo sobre el modo de comulgar  y gran verdad es lo que afirma: “No siempre en las manos que reciben al Señor se percibe aquello de que la mano izquierda ha de ser un trono para la mano derecha, puesto que ésta debe recibir al Rey”, citando a San Juan Crisóstomo. Es evidente que Mons. Amadeo da por supuesta la fe y la adoración sin las cuales ningún sentido tendría la Comunión. Ya San Agustín decía que “pecaríamos si comiéramos sin adorar”. Es innegable en ciertas actitudes externas un profundo oscurecimiento del sentido de la fe. Se impone pues una catequesis litúrgica y doctrinal simultáneamente. La liturgia es escuela de la fe y el principio lex orandi, lex credendi sigue siendo fundamental. Hay que explicarlo todo muy bien y muchas veces y no dar nada por supuesto por elemental que parezca. No estaría de más insistir en la comunión en la boca, bien hecha, por supuesto y en la posibilidad de facilitar la comunión de rodillas a los fieles que lo prefieran y que tienen todo el derecho a recibirla.

 

Una observación muy atinada de esta pastoral de obligada lectura del Obispo de Jaén, es la importancia que tiene la actitud y los gestos del sacerdote que celebra la Santa Misa. La piedad sacerdotal siempre ha sido profundamente educadora de la piedad de todo el pueblo de Dios. No hay mejor catequesis de la Santa Misa que la celebración de la misma por parte del sacerdote. El pueblo de Dios intuye rápidamente cuando ve la piedad y reverencia en sus ministros. En esta perspectiva el Papa Francisco nos decía hace muy poco que los sacerdotes debemos favorecer el silencio en la celebración. Este silencio que brota de la adoración y de la conciencia de estar ante Dios.

 

Este silencio, como bien observa Mons. Amadeo, debe fomentarse especialmente en el momento de acción de gracias habiendo recibido la Sagrada Comunión. Por desgracia este es un tema bastante desdeñada actualmente y sin embargo, grandes teólogos como Rahner y Galot le dedicaron estudios específicos. Hay que invitar a los fieles a adorar, alabar, bendecir en profundo recogimiento, sin cantos estrepitosos ni otra distracción. Tal vez una música de órgano suave y íntima que nos ayude a unirnos profundamente al Señor, eso es, a vivir la communio. Sabias palabras las de Mons. Amadeo: “Yo propongo a que se eduque con unas buenas catequesis mistagógicas a cómo encontrarse con el Señor tras comulgar. Es importante que se recuerde que es tiempo de rezar…”. Todo un reto para teólogos y pastores. Los fieles de antaño tenían en sus misalitos preciosas plegarias para este dulce momento. Siempre recordaré la primera vez que participé en la Misa matutina de San Juan Pablo II en su capilla privada y contemplé cómo el Papa, después de comulgar se arrodillaba en su reclinatorio para una larga acción de gracias. Por cierto, proveer los bancos de cómodos reclinatorios ayudaría mucho al respecto.

 

Hay otros y ricos aspectos en la carta pastoral del Obispo de Jaén. Insisto, hay que leerla y, sobre todo, vivirla. Comulgar bien es una cuestión fundamental en la vida cristiana. Por supuesto, hay que priorizar los aspectos internos fundamentales como son la fe y la gracia y que ya consideramos en otra ocasión en este mismo blog y que Mons. Amadeo trata muy bien en la misma pastoral.

 

1.11.17

Adorar

Adorar

Me preguntaban hace poco por la adoración eucarística y cuándo debe realizarse en una parroquia. Cada vez que celebramos la Santa Misa debemos adorar. A menudo se confunde la adoración debida a la Santísima Eucaristía y el culto eucarístico fuera de la Misa. La Santa Misa es el acto por excelencia de adoración a Dios y sería incomprensible sin la adoración de Jesucristo realmente presente en el Sacramento.

Participando de manera correcta a la Misa tributamos la debida adoración a la Eucaristía. San Agustín, hablando de la comunión eucaristica afirmaba que “pecaríamos si la comiéramos sin adorar”. La adoración brota de la fe ante la presencia de Dios a quien debemos y queremos darle el primer lugar, por encima de todo.

El Código de Derecho Canónico establece: “… el sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio Eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así, pues, los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan. Tributen los fieles la máxima veneración a la santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo, recibiendo este sacramento frecuentemente y con mucha devoción, y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación

La Adoración Eucarística debe considerarse unida siempre a la Santa Misa, como prolongación de ella, y constituye una de las formas de culto más importantes de la vida de la Iglesia. El culto eucarístico fuera de la Misa contribuye poderosamente a vivir mejor la misma Misa. Desde los inicios hay una conciencia clara de la presencia de Cristo en las especies eucarísticas, pero fue desde el siglo XI cuando comenzó la adoración eucarística tal y como la vivimos hoy

Podemos participar también con la “comunión-adoración espiritual” y prolongando un poco la adoración y acción de gracias después de comulgar.  Recuperar la vista al Santísimo. También es bueno recordar que es posible la adoración eucarística desde casa, especialmente por parte de ancianos y enfermos, cuando no podamos hacerlo presencialmente. Y no olvidemos los gestos corporales de adoración cuando la salud nos permita hacerlos, en especial el noble gesto de arrodillarnos durante la consagración. Como decía Saint Exupery, el autor de Le Petit Prince, el hombre nunca es tan grande como cuando se arrodilla ante Dios.

15.08.17

Incrédulos, escépticos, burlones...

Comparto con los lectores del blog esta consulta que recibí hace poco y su respuesta. Por si sirve…

Incrédulos y escépticos

¿Qué me recomendaría para vencer a incrédulos y escépticos? Tengo muchos amigos que no creen y que me dicen que la fe está superada. Incluso algunos, me parece, me miran con lástima y burla…

Su consulta me recuerda una anécdota que viví hace años. En aquellos momentos me dedicaba a impartir clase de Religión a chicos y chicas de Bachillerato. En el instituto había un personaje curioso que ejercía como profesor de Filosofía y que venía a ser una versión degenerada de la escuela de los cínicos. Un día, en la sala de profesores, yo estaba con otros compañeros trabajando y entró él un poco alterado. Sin ningún preámbulo se dirigió a mí y me dijo: «¡Qué lástima Joan! Piensa que cuando te mueras y veas que no existe Dios ni nada, considerarás que te has perdido tantas cosas buenas…».

Algunos se echaron a reír. Otros que le conocían, me miraron como diciendo que no le hiciera ni caso. Yo le dije: «Me sorprende que seas tan incompetente en filosofía que, entre otras cosas, se supone que debe enseñar a la gente a pensar con rigor.» Puso una cara indescriptible y, antes de que pudiera abrir la boca le dije: «Sí, hombre. Si no existe Dios ni hay nada después de esta vida, yo no me daré cuenta de nada, ni nada me preocupará, ni haré ninguna consideración ni lamentación, ni nada de nada, porque, simplemente, ya no existiré. Y si no existo, no pienso ni soy, como diría Descartes”.

Se puso de un color entre rojo y amarillo y su cara era todo un poema. Todos nos miraron. Y yo seguí impertérrito: «Sin embargo, piensa que quizás sí existe Dios y que después de esta vida hay cielo e infierno y tendremos que rendir cuentas del bien o del mal que hayamos hecho. Y entonces, la sorpresa puede ser desagrada- ble.» Se escapó diciendo que tenía trabajo y que ya conversaríamos en otro momento. Años después todavía espero esta conversación.

Él quería sembrar dudas sin demasiados razonamientos y yo las sembré de manera más fundamentada. En el fondo utilicé la vieja argumentación de Pascal que siempre es buena en estos casos.

Vencer a escépticos, burlones e incrédulos es complicado, por no decir imposible. Quizás lo que tendríamos que hacer es intentar «convencer», implicando al otro a superar el obstáculo de la incredulidad, aportando argumentos y testimonio de vida.

A mí, a aquellos que presumen de incredulidad y ateísmo, me gusta decirles: «Y esta forma de pensar cerrada a la trascendencia, ¿te hace más feliz?, ¿te ayuda a vivir? A mí, al menos, la fe me da alegría y esperanza…» Sé, por experiencia, que estas reflexiones muchas veces ayudan a remover actitudes cerradas y a abrir rendijas a la luz. Poco más se puede hacer. Rezar, sobre todo. Finalmente, le diría que seleccione bien a sus amigos. Un buen amigo siempre respeta y no mira con “lástima”.