El 25 de marzo, solemnidad de la Encarnación del Señor, celebra la Iglesia en España la Jornada por la Vida. El Verbo ha comenzado a existir como hombre en las entrañas virginales de María, por obra del Espíritu Santo. El Verbo se ha hecho carne, comenzando a ser un embrión en el seno materno. El misterio del hombre sólo se entiende a la luz del Verbo encarnado, también en esta fase embrionaria del ser humano (cf GS 22).
La investigación científica explica cada vez mejor cómo el ser humano comienza a existir desde el momento mismo de su concepción, es decir, en el momento de la fecundación. Y los partidarios de eliminar seres humanos en el vientre materno se ven cada vez más abochornados ante los descubrimientos de la ciencia, y tienen que justificar sus planteamientos con ideologías y prejuicios acientíficos. Se trata ciertamente de la batalla más encarnecida que sostiene hoy la humanidad, o a favor de la vida desde su concepción hasta su muerte natural, o en contra de la vida mediante el aborto, la eliminación de embriones, la supresión de los disminuidos, la aceleración de la muerte para los enfermos terminales, etc.
“Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn 1, 14), es confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por todo el mundo y a cada criatura (cf. Mc 16, 15)” (EV 3). Asistimos a una verdadera conspiración contra la vida, como denunciaba Juan Pablo II en su encíclica Evangelium vitae (1995), fruto de un eclipse de Dios en nuestra cultura contemporánea. Por eso, es necesario proponer una y otra vez el Evangelio de la vida, que brota del Verbo hecho carne, y nos presenta al Dios amigo de la vida y del hombre, más fuerte que la cultura de la muerte, que proviene del egoísmo y del pecado.
En esta lucha sin cuartel, nos mantiene la esperanza de que la vida triunfará sobre la muerte, como ha sucedido en Cristo, que ha vencido la muerte resucitando. Y de vez en cuando nos llegan noticias de esta victoria, de pequeños pero importantes logros, que nos alientan a seguir en la tarea. Hay muchos jóvenes y muchos voluntarios que trabajan en este campo a favor de la cultura de la vida. Hay muchas iniciativas de grupos sociales que promueven esa cultura de la vida. La Iglesia es pregonera de esta buena noticia, que encuentra eco en muchas personas amigas de la vida.
La Jornada por la Vida este año nos dice: “Siempre hay una razón para vivir”. La vida es sagrada, la vida es un don de Dios. Pero al mismo tiempo, la vida es un bien para el hombre. Es un bien para el que vive, y es un bien para quienes le rodean. Por muy terminal que sea una existencia, es una vida preciosa que hay que mimar. Qué luz tan hermosa proyecta sobre este tema la perspectiva de la vida eterna. A la luz de este horizonte, vale la pena traer hijos al mundo para que sean partícipes de una vida inacabable, eterna. Vale la pena gastar la vida en su crianza, vale la pena dar la vida para que otros tengan vida. Y a la luz de este horizonte es valiosa la vida de un disminuido, o de un inválido, o de una persona en fase terminal.
Las personas no se valoran por lo que producen, sino por lo que son. Una madre, una abuela, un hijo no se miden por lo que producen. Valen por lo que son. Y la vida es bonita vivirla siempre. Por eso, “siempre hay una razón para vivir”.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba