Creo que si preguntásemos a nuestros católicos cuáles son las dos verdades de fe que más les cuesta creer, probablemente el primer lugar lo ocuparía la infalibilidad del Papa y el segundo la virginidad de María.
En cuanto a la virginidad de María, muchos no sabrían distinguirla de la Inmaculada Concepción, dogma de fe proclamado por Pío IX en 1854 con las siguientes palabras: “declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno, lo que Dios no permita, pretendiere en su corazón sentir de modo distinto a como por Nos ha sido definido, sepa y tenga por cierto que está condenado por su propio juicio, que ha sufrido naufragio en la fe y se ha apartado de la unidad de la Iglesia”. Por tanto la Inmaculada Concepción hace referencia a que la Virgen María ha sido preservada del pecado original.
En cambio la virginidad de María supone que la Virgen, a pesar de la maternidad de Jesús, ha sido siempre virgen. Que María concibió virginalmente a Jesús, nos lo enseña el Nuevo Testamento. En el episodio de la Anunciación cuando el ángel anuncia a María que va a ser madre, María hace una pregunta técnica: “¿Cómo podrá ser esto pues yo no conozco varón?”(Lc 1,34), pregunta de la que me he servido muchas veces, cuando daba Educación Sexual, para explicar que la Virgen era muy virgen y pura, pero estaba perfectamente informada. Y en el evangelio de Mateo se nos dice: “se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo”(1,20), con lo que se cumple la profecía de Isaías 7,14 “He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel”( Mt 1,23), virginidad de María que profesamos en los diversos Credos o profesiones de fe, cuando decimos “el cual, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen”(Lumen Gentium nº 52, que a su vez cita el Credo de la Misa Romana, el Símbolo Constantinopolitano, y los Concilios de Éfeso, Calcedonia y Constantinopla II).
Pero si María concibió a Jesús virginalmente, queda por saber si permaneció siempre Virgen. San Siricio, papa a fines del siglo IV, en su Carta al Obispo de Tesalónica Anisio le dice: “con razón ha sentido horror vuestra santidad de que del mismo vientre virginal del que nació, según la carne, Cristo, pudiera haber salido otro parto… sin dejar de opinar que María tuvo muchos partos, con más empeño pretenden combatir la verdad de la fe”(D 91). El Concilio de Letrán, en el 649 nos dice que la siempre Virgen María concibió sin semen por obra del Espíritu Santo al mismo Dios Verbo, permaneciendo en su virginidad aún después del parto (DS 503; D 256). Sixto IV en 1476 defiende la Inmaculada y la virginidad después del parto (DS 1400; D 734). Entre los Decretos de Trento está el rechazo a que “la Virgen María no permaneció siempre en la integridad de la virginidad, a saber, antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto” (DS 1880; D 993). La Lumen Gentium en el nº 52 también habla de “la gloriosa siempre Virgen María”.
Es cierto que los evangelios nos hablan de los hermanos de Jesús, pero recuerdo lo que me decía un amigo misionero en Benín: “mi gente está en circunstancias sociológicas parecidas a la época de Jesús: a los parientes próximos, los amigos se les considera hermanos”, como también sucedía según el Catecismo en el Antiguo Testamento (Gén 13,8 y 14,12-14, donde a Lot se le llama hermano y sobrino de Abram)”.
¿Qué el nacimiento virginal de Jesús fue un milagro? De acuerdo, pero quien ha hecho cielos y tierra, quien ha sido capaz de resucitar por su propio poder, que venga al mundo encarnándose en una virgen, me parece que para un Dios omnipotente, no tuvo que ser mucho problema. No olvidemos además que los dogmas de fe están entre sí muy relacionados. Quien niega uno solo, si actuase con lógica acabaría negando por lo menos bastantes.
P. Pedro Trevijano, sacerdote