Una vez más la ficción fue superada por la realidad. El título de este artículo revela mucho pero no lo dice todo.
El padre de Darío –nombre que recibió el niño que nació el pasado 1 de noviembre de 2010 en México– se llama Jorge y es un empresario homosexual de 31 años.
Una amiga le donó óvulos para que por medio de la manipulación de la «medicina reproductiva» pudiera tener un hijo. Faltaba el vientre que sirviera como hogar para la gestación del bebé. No hubo que buscar demasiado: la mamá de Jorge estuvo dispuesta, a pesar de sus 50 años.
El pasado 1 de noviembre la señora se convirtió en «mamá» y también en abuela. Pero quizá no sea ese hecho lo que más sorprende. Habían pasado 21 años desde la última vez que la mujer dio a luz y, según declaró a Grupo Reforma el ginecobstetra Juan Manuel Casillas (cf. 07.11.2010), «Le gustaría volver a embarazarse, dice que si nosotros sabemos que la evolución del próximo embarazo es igual, está encantada».
El hijo, por tanto, entra dentro del proyecto personal de Jorge, quien considera que se basta el solo para educarlo y criarlo. Pero, ¿y el derecho del hijo a tener una madre? ¿A quién corresponde ahora: a la abuela o a la amiga que donó el óvulo?
Este caso nos ayuda a recordar que no hay un derecho a tener un hijo pues ninguna persona es debida a otra como si fuese un bien instrumental. Por tanto, no existe un derecho a “tener” un hijo a cualquier precio. Eso significaría ir contra su dignidad.
En otras palabras, un hijo no es un objeto de consumo y mucho menos un accesorio de moda. Y esta reflexión se puede aplicar no sólo a este caso sino a tantos otros que a fuerza de repetición empiezan a verse como “normales”. Lo normal, nunca se olvide, siempre es –o debería ser– lo natural. El deseo no es un criterio ético para justificar la «creación» de vida humana en el contexto antes mencionado.
“La subrogación de la maternidad representa un fracaso objetivo en la asunción de las obligaciones del amor maternal, de la fidelidad conyugal y de la maternidad responsable; ofende la dignidad y el derecho del niño a ser concebido, llevado en el vientre, traído al mundo y criado por sus propios padres; establece, para detrimento de las familias, una división entre los elementos físicos, psicológicos y morales que constituyen esas familias” (DV).
Este caso es una ejemplificación que pone de manifiesto que situaciones análogas responden al capricho de quien las fomenta y tolera.
Jorge Enrique Mújica, LC