“El Papa es la causa de todos los males”. Al menos esta es la impresión que queda al leer los titulares de los diarios en las últimas semanas en que han salido a la luz (no siempre con la total certeza de la verdad ni con buena intención por parte de quienes publican) escándalos, filtraciones, acusaciones, actuaciones, declaraciones, informaciones, etc., sobre la vida de la Iglesia.
Lo que dice y hace el Papa –y también lo que no– es mirado con lupa, cuestionado y linchado por ello mediáticamente. Y lo curioso es que apenas si se detienen a considerar si lo dicho, hecho o escrito es verdad o si en ello tienen razón. Nunca mejor dicho, hablar mal del Papa es uno de los últimos prejuicios socialmente aceptables.
Honestamente, no parece fiable ni verosímil tratar de ligar todos los errores (tanto los intraeclesiales como los extraeclesiales) a la figura del Papa. En otras palabras: los fallos (los de verdad y los rumores morbosos) no pueden ser imputables a quien no los ha provocado ni participado en ellos. Es de lógica elemental. Joseph Ratzinger tiene una vida intachable y quizá sea eso lo que moleste.
“Se constata, por ejemplo, que con respecto a algunos acontecimientos –y podríamos poner por ejemplo todo lo que tiene que ver con la Iglesia, esto lo agrego yo– los medios no se utilizan para una adecuada función de información, sino para "crear" los acontecimientos mismos”, decía Benedicto XVI hace un par de años.
Y lo repetía el 8 de diciembre de 2009 cuando recordaba que a través de los medios de comunicación “el mal es narrado, repetido, amplificado” y que nos están acostumbrando “a las cosas más horribles, haciéndonos insensibles y, en cierto sentido, intoxicándonos, pues lo negativo no se digiere plenamente y día tras día se acumula. El corazón se endurece y los pensamientos se hacen sombríos”.
Ya está siendo hora de que nos demos cuenta que no pocos medios de comunicación ven al lector como cliente (es decir como negocio) y no como organizaciones preocupadas por reflejarles la verdad. Y es que el morbo sí vende y la verdad –la verdadera– no siempre.
Ya va siendo hora de que percibamos que detrás del desprestigio (por sucesos ciertos y deplorables, pero no universales) de una organización como la Iglesia católica y de un personaje de autoridad moral como el Papa está el opacamiento de su palabra que lucha y se abre paso en medio del relativismo, del imperio de la muerte (aborto, eutanasia, selección genética) y de los ataques contra la familia y el derecho de los padres a la educación de sus hijos según sus propias convicciones.
Ya va siendo hora de que se defienda, ame más y se castigue con la indiferencia (también de compra) a aquellos medios que lejos de cumplir con su misión, la prostituyen.
Cuando se va a publicar una información cuya autenticidad es dudosa, hay que tener la suficiente fuerza de voluntad como para no aventurarse a decir mentiras –en el afán de ganar titulares– o al menos tratar de investigar concienzudamente la situación para reflejar lo mejor posible los hechos. Lo primero es un acto virtuoso y lo segundo implica no poco trabajo. Pero justamente así es como los actos se convierten en hábitos buenos que, a la larga, reditúan en buen periodismo.
Lamentablemente el periodismo serio escasea y muchos prefieren "ganar" titulares, incluso a costa de tener que inventar las noticias.
Jorge Enrique Mújica, LC