En la variada relación de asuntos que se sugiere en el Instrumentum laboris para que estudie el sínodo, leemos, entre otras recomendaciones:
«¿Qué aportaciones podemos recibir de la experiencia de otras Iglesias y Comunidades eclesiales? ¿Y de las otras religiones? ¿Qué estímulos de las culturas indígenas minoritarias y de los oprimidos pueden ayudarnos a repensar nuestros procesos de toma de decisiones? ¿Qué percepciones nos aportan las experiencias que tienen lugar en el entorno digital?» (B 3, 2. 9).
«¿Cómo fomentar la participación de las mujeres, los jóvenes, las minorías y las voces marginales en los procesos de discernimiento y toma de decisiones?» (B 3, 2, 4).
Surge casi natural preguntarse si esas cuestiones están de verdad entre las más apremiantes de la Iglesia de hoy. Una Iglesia que ve reducido a más de la mitad el número de matrimonios, de bautismos, de primeras comuniones que se celebran en Ella. Una Iglesia en la que apenas se nombra la palabra pecado, en la que la recomendación de predicar a Jesucristo, Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero, único Salvador y Redentor del mundo, de los hombres, de todos los hombres, apenas si se menciona. Una Iglesia en la que, aparte del revivir en algunos lugares la devoción Eucarística, se trata la Eucaristía con una gran banalidad; y en la que la práctica de la Confesión personal ha caído a niveles muy bajos aun en ciudades en las que las iglesias siguen abiertas.
Es cierto que Pablo VI instituyó el Secretariado del Sínodo de los Obispos con el fin de que siguiera siendo un organismo para ayudar al Romano Pontífice en su misión de fortalecer la Fe del Pueblo de Dios. Era un Sínodo de Obispos, que tienen una gracia sacramental para defender la Fe y, por tanto, para ayudar al Papa a vivir su gran ministerio: Fortalecer la Fe de todos los fieles. Y eso lo han hecho, como todos los Sínodos aceptados por el Papa a lo largo de la historia, a base de ahondar en los misterios de la Vida, de las Palabras de Jesucristo; en las afirmaciones que la Iglesia ha añadido a su Magisterio a lo largo de la historia. No han necesitado, y quizá ni se les ha pasado por la cabeza, preguntar a otras religiones, o reflexionar sobre una cultura indígena minoritaria.
Además, ¿es necesario para el buen gobierno de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, que los jóvenes, las minorías, las mujeres y los hombres, digan sin más lo que buenamente se les ocurra? ¿No ayudarán más y mejor a la Iglesia rezando por los Obispos y por el Papa, para que sean muy fieles, y den hasta la vida, por afirmar la Doctrina de Cristo y defender la Tradición de la Iglesia?
¿No será más de acuerdo con esa gran Tradición de la Iglesia, que ha evangelizado todo el mundo y todas las culturas, que esas personas disciernan en la presencia de Dios el mejor camino para dar personalmente testimonio de su Fe, con sus obras y con sus palabras?
Así serán apóstoles y transmitirán la Bondad y la Verdad de Dios, el Amor que nos tiene el Dios Uno y Trino, y que Cristo, Dios y hombre verdadero, nos manifiesta muriendo en la Cruz y dándose en alimento de nuestra vida en la Eucaristía.
Joseph Strichland, obispo de Tyler, Texas, en una carta pastoral del 5 de septiembre 2023, nos da, quizá sin pretenderlo, una clara respuesta a estas interrogantes:
«Cristo estableció Una Iglesia–la Iglesia Católica–y, por lo tanto, sólo la Iglesia Católica proporciona la plenitud de la verdad de Cristo y la auténtica camino hacia Su salvación para todos nosotros».
«Para empezar, debo afirmar clara y enfáticamente esta verdad fundamental: Jesucristo es el único camino hacia la vida eterna; ¡No se puede encontrar ningún otro camino hacia la salvación! Como nos dice Nuestro Señor mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por Mí». (Juan 14:6). Para que podamos participar de esa promesa de vida eterna, Nuestro Señor en Su gran misericordia estableció la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Como leemos en el Evangelio de Mateo, Cristo dijo: «Por eso te digo: tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos. Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo». (Mateo 16:18-19). El fundamento y cabeza divina de la Iglesia es Jesucristo; sin embargo, este pasaje deja claro que Jesús promete establecer una Iglesia visible sobre la tierra con una cabeza visible, Pedro, a quien confiará una misión única y una autoridad específica».
«La Iglesia Católica ES el cuerpo de Cristo, y Él es inseparable de Su cuerpo. La comprensión de la Iglesia de las palabras de Cristo en Mateo se ha profundizado a lo largo de los tiempos, pero de acuerdo con la Sagrada Tradición transmitida de Cristo a los Apóstoles (cf. 2 Tes 2,15), y luego preservada y protegida por los Padres de la Iglesia, los santos y los mártires hasta hoy siempre se ha entendido y proclamado que la Iglesia Católica es la Iglesia única, divinamente instituida, que Cristo instituyó para la salvación de las almas. Todo lo que es la Iglesia, como cuerpo místico de Cristo, surge de la verdad de que fue y está divinamente constituida por Cristo, y sus elementos básicos, que incluyen el sagrado Depósito de la Fe, no pueden ser alterados por los hombres porque no pertenece a los hombres; ¡La Iglesia pertenece a Cristo!»
«Hay Un Salvador, Un Redentor para toda la humanidad, y Él estableció Una Iglesia para la salvación de las almas».
Publicado originalmente en Religión Confidencial.