Con frecuencia se toma el relato del camino de Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) como modelo del «nuevo estilo sinodal» de la Iglesia. La elección me parece acertadísima, pues el texto es de hecho sumamente iluminador y sugerente acerca del estilo de Jesús y --como consecuencia- y de la Iglesia.
Sin embargo, surge la perplejidad cuando uno descubre que de este texto precioso y riquísimo solo se toman dos aspectos: «caminar con», es decir, al lado de, compartiendo el mismo camino, y «escuchar», o sea, hacerse cargo de sus dudas, quejas y decepciones.
Ciertamente esos dos pasos se encuentran en el texto. Pero todo texto bíblico, para ser adecuadamente interpretado, debe ser tomado en su totalidad y en su contexto. Una frase de la Escritura separada de su contexto puede ser fácilmente manipulada y tergiversada (todos los herejes se han apoyado en textos de la Biblia). Por tanto, hagamos un breve comentario del texto completo:
- Ante todo, Jesús se hace el encontradizo con estos discípulos desanimados y desesperanzados. Entra en su camino. Camina con ellos, junto a ellos. Detalle indudablemente muy iluminador para la Iglesia, que debe caminar con los hombres en su realidad concreta, en lo que están viviendo.
- Jesús pregunta. A los discípulos les invita a abrir su corazón y sacar fuera toda su amargura y tristeza. Y escucha. Y acoge todo su dolor y decepción. También este dato es muy valioso para la Iglesia: una pastoral de la escucha paciente, sin prejuicios ni condenas.
- Sin embargo, no termina todo en el «caminar con» y en el «escuchar»: Jesús ilumina su situación con las Escrituras. Les proclama el kerygma, haciéndoles entender el plan de Dios, que incluye la pasión, muerte y resurrección del Mesías. Una Iglesia que no anuncia a Cristo y no ilumina con la Palabra de Dios no solo es infiel a su misión, sino que además traiciona a los hombres al sustraerles la única luz que es capaz de dar sentido pleno a todos sus sufrimientos y situaciones concretas.
- Jesús les interpela llamándolos necios y torpes de corazón; con otras palabras, les corrige, los llama a la conversión. Sin una invitación a cambiar de vida, el caminar con los hombres acaba siendo inútil: algo así como un médico que se limitase a «acompañar» al enfermo sin suministrarle la medicina y el tratamiento que necesita para su curación, aunque sea caro o resulte doloroso.
- Jesús les abre los ojos y sus palabras les hacen arder el corazón. Su presencia eucarística los reconforta y los reanima. No hay auténtico camino eclesial con los hombres sin conducirlos a Cristo y sin alimentarlos con el Pan de la Vida. Debemos preguntarnos si nuestras reuniones sinodales hacen arder el corazón o más bien suscitan frialdad y tibieza.
- Finalmente, sin que nadie se lo mande y a pesar de lo avanzado de la hora, corren gozosos a anunciar lo que han visto y oído. Vuelven a la comunidad que habían abandonado desalentados. Y en la comunidad ellos mismos son confirmados en la fe. El camino de Emaús desemboca en el testimonio entusiasta y exultante de la resurrección, en el regreso a la Iglesia, en el ser confirmados por la fe de los apóstoles.
Podríamos detallar más puntos, pero creo que es suficiente. Con la Biblia en la mano podemos afirmar lo que queramos si lo tomamos aisladamente y fuera de contexto. Usar la Sagrada Escritura con parcialidad es mutilarla. Es una forma muy grave de manipulación. En cambio, cuando tomamos la Palabra de Dios en su integridad, se convierte en una potente luz para nuestras vidas.
Julio Alonso Ampuero