En El Hobbit, Thorin Oakenshield le a a Bilbo Bolsón una lección de principiante respecto de la naturaleza de los dragones, una especie de «dragones para principiantes», contándole al iletrado hobbit que los dragones «se llevan a la gente, especialmente a las doncellas, para comerlas».
Los dragones tienen preferencia por la carne virgen de las doncellas porque no sólo tienen hambre, sino que son malvados. Ellos desean la profanación de lo puro e inmaculado, la destrucción de las vírgenes. Su devoración es una desfloración. No es difícil discernir los paralelos con los «dragones» humanos. La guerra contra el dragón no es, por lo tanto, una guerra contra un monstruo físico, como un dinosaurio, sino una batalla contra la maldad que vemos alrededor nuestro en la vida cotidiana. Todos nosotros enfrentamos nuestros dragones diarios y debemos defendernos de ellos y, con suerte, matarlos, lo cual sólo es posible con la ayuda de la gracia de Dios que sirve como una suerte de San Jorge en el corazón del hombre. La realidad aleccionadora es que debemos o pelear contra los dragones que encontramos en nuestra vida o transformarnos en dragones. No hay punto medio. La neutralidad no es posible en esta batalla a muerte. O peleamos contra el dragón o nos volvemos el dragón.
Un problema adicional es que nosotros vivimos en una cultura dragonil, una cultura de la muerte, que desprecia el concepto mismo de virtud y que ha prohibido el mismo concepto de «pecado» en su vocabulario. La pureza es igualada con puritanismo y es rechazada. La castidad es ridiculizada. Y el matrimonio verdadero, donde la unión sexual está unida con el deseo abnegado por los hijos, es despedazado. Para empeorar las cosas, el Orgullo, el más perverso de los pecados, que domina el corazón de todos los dragones, es ahora desplegado como un estandarte infernal y sostenido en alto como una señal de guerra del dragón contra la humildad cristiana.
Esto no causará sorpresa a quienes conocen algo de dragones aprender que la cultura dragonil devorará al inocente en un frenesí de maldad lasciva. Conocemos el holocausto profano del aborto, que devora la carne inocente de las guaguas, pero a veces pasamos por alto el efecto dañino que infligen los dragones desatados en las mujeres. Me di cuenta de esto por un reciente artículo en el Telegraph británico que resaltaba el hecho de que el suicidio se ha vuelto una plaga en las mujeres británicas, alcanzando niveles récords.
En 2014, el número de jóvenes y mujeres en el Reino Unido que cometieron suicidio han aumentado en un tercio respecto del año anterior. Las cifras son impactantes. De 1.181 mujeres que se suicidaron, un récord histórico, la mayor tasa de crecimiento fue en niñas y jóvenes. Mientras que el aumento general fue del 33 por ciento, en niñas y mujeres jóvenes entre las edades de diez a veintinueve años había aumentado en más del 36 por ciento. Más impactante fue el aumento de suicidios en mujeres adolescentes de quince a diecinueve años, un enorme aumento del 61 por ciento con respecto al año anterior. Como si no fuera lo suficientemente impactante, la cifra real es mucho mayor porque los forenses no registraron el «suicidio» como causa de la muerte. «No conocemos realmente la extensión del problema», dijo Roseanne Pearce, de la organización benéfica británica Childline, «porque generalmente el forense no registra esto como suicidio. Algunas veces esto es por petición de la familia, otras simplemente para proteger los sentimientos de la familia».
Una señal más profunda del daño que nuestra cultura dragonil produce a las doncellas fue destacada por un estudio realizado el año pasado por las Girl Guides, el equivalente británico a las Girl Scouts, que encontró que casi la mitad de las niñas británicas ha buscado ayuda por problemas mentales.
Parte del problema es el aumento implacable de la pornografía. Un estudio de caso del Reino Unido lo dice todo. Rhea (no es su nombre real) tiene 17 años y ha intentado dos veces suicidarse. «El porno estaba en todas partes en mi colegio», dijo. Su pololo Andy se volvió «obsesivo con éste». Ella «dejó en claro», dice, que «no estaba lista para tener relaciones sexuales», pero una noche él la agredió sexualmente en una plaza. Los asaltos se convirtieron en rutina y Rhea sintió que no podía hacer nada para detenerlo. «La conversa constante sobre porno me había hecho pensar que lo que pasaba era normal», dice ella. Ella usa esa palabra repetidamente para describir su actitud hacia los asaltos de Andy: normal. «Me sentí atrapada, como si todos pensaran que es normal y tenía que seguir adelante con esto si quería ser aceptada». La presión para ajustarse a esas expectativas percibidas fueron tan grandes que, eventualmente, dice Rhea, «sentí que no había salida». Ella intentó suicidarse.
Pero no es un problema restringido a Bretaña. La cultura dragonil se ha vuelto un verdadero fenómeno global. Hacia fines de 2015 un reporte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) contenía la estadística verdaderamente trágica de que el suicidio era ahora la principal causa de muerte de las adolescentes en todo el mundo, cobrando más vidas a nivel mundial que los accidentes de tránsito, las enfermedades o las complicaciones en el embarazo. También se acepta ampliamente que las enfermedades mentales y el suicidio en mujeres jóvenes están inextricablemente conectados con el abuso sexual y físico. En 2011, la OMS publicó una investigación que ilustra que experimentar o presenciar el abuso fue uno de los factores más consistentes detrás de los intentos de suicidio en las adolescentes. Las mujeres que son abusadas física o sexualmente, ya sea de niñas o de adultas, tienen dieciocho veces más probabilidades de intentar suicidarse que aquellas que no han sufrido tales abusos.
Otra investigación ha mostrado que las niñas y jóvenes que han sufrido abuso físico o sexual tienen niveles de trastorno de estrés postraumático más altos que los que sufren los soldados al volver de servicio activo en Irak o Afganistán. También es mucho más probable que se queden sin hogar y terminen en prisión o en la prostitución.
Y el problema está destinado a volverse mucho peor. El abuso sexual infantil está a niveles impactantemente altos, una consecuencia inevitable de la erosión del matrimonio tradicional. La presencia en la vida de los niños de múltiples extraños, las parejas sexuales del progenitor solo, los hace mucho más vulnerables a los abusos.
Nada de ésto debería sorprender a nadie con un mínimo de inteligencia. Vivimos en una era donde se ridiculiza la caballerosidad y donde la noción de amor abnegado ha sido abandonada en pos del deseo de autosatisfacción. Si la vida se reduce al «yo» y mis sentimientos, el «otro» será sacrificado en los altares de la autoadoración. El matrimonio tradicional ha sido siempre el camino donde un hombre y una mujer se dan el uno al otro completamente para que puedan entregarse completamente a los niños que esperan criar juntos.
En un mundo donde la virtud es rechazada, el vicio prevalecerá. En un mundo donde el amor es reemplazado por la lujuria, los más vulnerables serán sistemáticamente abusados. En un mundo que se jacta de su Orgullo, son los más débiles los que sufren. Un mundo como ése está destinado a la anarquía, como Oscar Wilde correctamente llamó «el propio Judas de la libertad». La anarquía es la sociedad sin ley moral donde los sin ley moral se aprovechan de los débiles. Es un mundo que ha liberado al dragón. En un mundo como ése, caracterizado por el aumento del número de damiselas en apuros, necesitamos aumentar el número de quienes están preparados para seguir adelante, como San Jorge, armados con coraje y la gracia de Dios, para rescatar a las doncellas de los dragones de la cultura de la muerte.
Joseph Pierce
Publicado en español por Viva Chile, este artículo fue publicado originalmente por The Imaginative Conservative el domingo 24 de abril de 2023. Traducido por José Tomás Hargous.