Indudablemente, hoy la paternidad responsable es necesaria. Pero sigue siendo verdad que aquí, como en todas las demás ocasiones de la vida, el problema moral fundamental es la lucha entre nuestro egoísmo y nuestra generosidad. Un matrimonio dominado por el egoísmo no puede funcionar ni hacer feliz a nadie. Desgraciadamente, sin embargo, con frecuencia se busca tan solo el placer sexual con un cierre egoísta y deliberado hacia la procreación. No siempre se podrán tener todos los hijos posibles, pero siempre deberán actuar los cónyuges con responsabilidad generosa, humana y cristiana (Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes nº 50), teniendo en cuenta que la procreación responsable forma parte del proyecto de vida específico del matrimonio cristiano. Es decir, son inadmisibles las soluciones basadas en la irresponsabilidad y el egoísmo, o, dicho de otro modo, no debe faltar la confianza en Dios, pero tampoco se puede actuar con temeridad.
Si un matrimonio decide resolver de modo egoísta el problema de los hijos, es decir, no tener hijos o más hijos por motivos egoístas, su decisión es mala y pecaminosa, haga lo que haga, aunque sea la continencia total. La razón es clara: sería una decisión contra el amor a Dios y al prójimo. No podemos tampoco no darnos cuenta de que una de las causas de la fuerte caída de la natalidad, con el triste resultado del envejecimiento progresivo de naciones enteras, está en la ausencia de generosidad y en la trivialización de la vida sexual que hace que el hijo deje ser acogido por sí mismo y se le considere como una pesada carga que se procura evitar, buscándosele o acogiéndolo sólo cuando favorece o no estorba el egoísmo de los padres, que con frecuencia restringen la natalidad por cualquier método, incluso los más inmorales. Pero tengamos cuidado porque si lo que acabamos de decir es verdad a nivel colectivo, puede no serlo a nivel individual, por lo que es fácil equivocarse gravemente en nuestros juicios concretos.
Por otra parte, cuando en una pareja se da la práctica de la continencia total o periódica es un claro indicio de que hay motivos razonables y no simplemente egoísmo. No creo que nadie por simple egoísmo practique la continencia.
Pero se puede, por el contrario, pecar también por irresponsabilidad. No hay que olvidar que no basta tener hijos, sino hay también que educarles y alejarse “de la paternidad irresponsable que consiste en imponer a la mujer maternidades incontables”(obispos senegaleses).
Para Juan Pablo II: “Cuando existen motivos para no procrear, ésta es una opción no sólo lícita, sino que podría ser obligatoria”(Ángelus del 17-VII-1994 cf .Ecclesia 2696-2697 (1994), 19).
“No es pues acto de virtud el tener más hijos de los que uno puede tener; no es acto de virtud el tener hijos en forma irresponsable; en cambio es acto de virtud el tener un número de hijos que uno puede educar, que uno puede formar, porque no sólo se ha de dar la vida física al hombre, sino sobre todo la vida espiritual” (cardenal Raúl Silva). Se trata, en consecuencia, de tener el número de hijos que uno puede responsablemente educar. Tampoco es cuestión de tener hijos de cualquier modo, pues la transmisión de la vida humana debe ser consecuencia de un acto personal y consciente, y como tal, sujeto a las leyes de Dios, no pudiendo usarse ni seguirse ciertos métodos que podrían ser lícitos en la transmisión de la vida de las plantas y de los animales. Por ello, lo que se intenta no es tener el número máximo de hijos, sino el número óptimo. O en otras palabras, ni más de los que se pueden, ni menos de los que se deben.
Pedro Trevijano, sacerdote