La invasión de Ucrania por Rusia nos lleva a preguntarnos sobre cuál es la doctrina de la Iglesia sobre la guerra. Pienso que los dos textos oficiales más importantes sobre el tema son la Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II en sus números 79 a 83 inclusive y El Catecismo de la Iglesia Católica en sus números2307 a 2317 y 2327 a 2330.
Es evidente que todos estamos obligados a hacer todo lo posible por evitar la guerra. Pero sin embargo está claro que puede haber guerras que al ser legítima defensa sean justas. Por ello los poderes públicos tienen el derecho y el deber de imponer a sus ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional. La guerra en sí es desde luego un mal que no responde a la naturaleza del hombre como ser racional y social, pues es un atropello contra los derechos humanos y los de Dios. Por ello la guerra sólo es justa en caso de legítima defensa, como última posibilidad y agotados todos los medios pacíficos y diplomáticos. Ahora bien, si esto es así, parece claro que al menos en teoría no es posible una guerra justa para ambos bandos a la vez, aunque luego en la práctica la cosa no suele ser tan fácil, por lo complicado de los problemas y porque en muchísimos casos, la razón no suele tenerla una parte exclusivamente, sino que suele estar repartida.
Hay que tener en cuenta que una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse de un ataque injusto y otra muy distinta querer someter con ella a otras naciones. La potencia bélica no legitima cualquier uso militar o político de ella. Y una vez estallada la guerra, no todo es lícito entre los beligerantes.
Recordemos ante todo la vigencia del derecho natural de gentes y de sus principios universales, siempre vigentes. Deben respetarse también los acuerdos internacionales, como las Convenciones de Ginebra, que tratan de hacer menos crueles las guerras, Los actos, pues, que se oponen a tales principios y las órdenes que mandan tales actos son criminales, y la obediencia ciega no puede excusar a quienes así obedecen. Entre estos actos hay que enumerar a aquéllos con los que se intenta exterminar a todo un pueblo, raza o minoría étnica. La obediencia a lo Eichmann, el dirigente nazi responsable en buena parte del Holocausto, sigue siendo una obediencia criminal. Hay que alabar en cambio al máximo la valentía de los que no temen oponerse abiertamente a semejante estado de cosas y a los que las ordenan. No nos olvidemos tampoco que el uso de métodos terroristas es también criminal.
Además toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra la Humanidad que hay que condenar firmemente. Está claro además que las armas actuales pueden acrecentar inmensamente el horror y la maldad de la guerra, puesto que son capaces de destrucciones enormes que van mucho más allá de los límites de la legítima defensa. Hay que frenar la crueldad de la guerra, respetando los tratados internacionales que tratan de hacer menos inhumana la guerra. Por ello se han de buscar caminos que solucionen nuestras diferencias de modos más dignos del hombre. La providencia divina nos pide insistentemente que nos liberemos de la esclavitud de la guerra.
El profeta Isaías nos recuerda que «la paz es obra de la justicia» (Is 32,17) y Jesucristo nos recuerda «Bienaventurados los que construyen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Pedro Trevijano