Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia (Mt 5, 4).
La mañana de este periférico e intenso martes 23 de marzo fue sacudida por una noticia absolutamente inesperada: el fallecimiento del querido padre Pedro Velasco Suárez. Primero fue un amigo, seglar; quien tras buscarme infructuosamente por teléfono –estaba en plena misión en bicicleta, por el barrio- me advirtió, con su insistencia, de algo grave y urgente. E, inmediatamente, al abrir el ordenador, un sucinto mensaje del padre Juan Cruz Padilla: Desde Parral. Murió el P. Pedro. Oraciones.
Había nacido en Buenos Aires el 6 de setiembre de 1959; y, miembro del Opus Dei, fue ordenado Sacerdote, en Roma, por San Juan Pablo II, en 1987. Estuvo destinado muchos años en Bolivia; donde desarrolló una intensa labor apostólica. Literalmente, se gastó y desgastó (cf. 2 Cor 12, 15) allí por los más necesitados. Y contrajo, en ese contexto, no pocas complicaciones de salud.
Ya en Argentina, -en principio para tener actividades menos exigentes, que le permitiesen recuperar un estado óptimo- se entregó de lleno al Colegio Nuestra Señora del Buen Consejo, en el barrio de Barracas, de la Capital Federal; a metros de la villa 21, uno de los asentamientos más pobres de Buenos Aires. Se hizo cargo de un colegio fundido; y con enorme sacrificio, pidiendo colaboración espiritual y material a diestra y siniestra, logró hacer un gran colegio para niñas. Vendría, luego, el colegio para varones. Demás está decir que la inmensa mayoría de estudiantes estaban becados. Se buscaba que los más pobres de la villa tuviesen acceso a una educación cristiana, de calidad. Trabó entonces una profunda amistad con el padre José María Pepe Di Paola; entonces párroco de Nuestra Señora de Caacupé, de Barracas; y, luego, con el padre Lorenzo Toto De Vedia, y otros sacerdotes.
Fue, realmente, admirable, lo que logró, con gracia de Dios, para sus pobres. En uno de los últimos encuentros que tuvimos me confió, entre lágrimas: No te imaginas qué satisfacción tengo. Algunas de las niñas más pobres, que comenzaron pequeñitas en el Colegio, hoy están en la Universidad… Y ahí estaba él; acompañándolas más que nunca. Egresaban del Colegio, pero la vida continuaba… Por eso, iba de aquí para allá para conseguirles becas en las diversas facultades; o para acercarles ropa y libros, y ayudar, incluso, a sus humildes padres…
Su gastada sotana se recortaba por las calles de la villa, como un claro recordatorio de la presencia del Señor entre su pueblo. Era común verlo, aun de noche, entre los pasillos y calles menos transitados. Me enteré que el papá de Juanita estaba enfermo –me dijo en el profundo atardecer de un sábado-, y me acerqué para darle los sacramentos, y traerle algo de ayuda… Conocía a cada una de sus hijas del Colegio, por su propio nombre. Tenía una memoria prodigiosa; ejercitada, desde pequeño, en su hogar creyente.
Fue hijo del apreciado doctor Carlos Velasco Suárez, una auténtica lumbrera de la psiquiatría argentina; y de la también muy inteligente, y mujer de letras, Rita Beba Zungri de Velasco Suárez, durante años activa integrante de la Sociedad Chestertoniana Argentina. Lo conocí, precisamente, aun como seglar, en su domicilio paterno, de barrio Norte, en la Capital Federal; cuando concurrí, como parte de mi labor periodística, a realizarle un reportaje al papá. Trabamos, desde entonces, una amistad intensa; llena de detalles.
Fuimos compañeros de apostolado en la villa 21, de Barracas, entre 2005 y 2011. Y allí compartimos, junto al padre Pepe, y otros sacerdotes, intensas jornadas de evangelización. Aun con distintos carismas, estilos, acentos y particularidades, lográbamos complementarnos adecuadamente; para llegar al mayor número de almas posibles. Siempre tuvo para mí palabras de afecto y apoyo; y, en momentos harto difíciles de mi camino al Sacerdocio, supo trasmitirme mucha paz. Desde hoy –me dijo en aquel diciembre inolvidable de 2008- le pediré, diariamente a Don Álvaro (del Portillo) por vos. Él intercederá para que llegues a ser Sacerdote…
Estuvo cuando asumí como párroco, en Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres, el 2 de marzo de 2013. Y vino, también luego, en un par de ocasiones a la parroquia. Nos veíamos poco, por las distancias físicas; pero seguíamos comunicados por teléfono o correo electrónico. Cada charla o mensaje terminaba, invariablemente: Recuerda que le sigo pidiendo a Don Álvaro por vos…
Fui a verlo, en un par de ocasiones, a la Residencia del Opus Dei, en Parque Centenario, de la Capital Federal; donde residía junto a otros fieles de la prelatura, entre ellos, el padre Juan Cruz Padilla, reconocido orfebre, y autor de mi cáliz de Ordenación Sacerdotal. Nunca podíamos extendernos en la charla. Vivía realmente ocupado; el poco tiempo no era para él un egoísta pretexto de circunstancias, como lo es para tantos... Se hacía tiempo, de cualquier modo, para todo. Pero su amado colegio del Buen Consejo, lo absorbía casi por completo. Atendía a padres, hijos y abuelos; iba de aquí para allá, en busca de fondos y cuando todo parecía complicarse se reía… Solo Dios sabe cuántas cosas conseguimos con mi sonrisa de impotencia ante necesidades extremas, me dijo en más de una ocasión. Es que esa expresión sincera, y casi desesperada en busca de auxilio, conmovía hondamente a sus circunstanciales interlocutores… El Señor, claro está, se valía de ellos para que fueran parte de la solución y no del problema…
Su intensa actividad educativa no le impidió, sin embargo, que pudiera lanzarse a la publicación de libros; algo que le vino, también, por herencia. Editó, así, «¿Qué me pasa? Emociones, libertad, deseos, conciencia…», «Los grandes temas de Harry Potter», «Una decisión de los padres ¿tener más hijos?», «El valor de las cruzadas», y «G. K. Chesterton, en frases breves y alegres». Tuve el honor de que presentara mi libro, «Católico, periodista… y Sacerdote», en la Exposición del Libro Católico de Buenos Aires, en 2014.
En cada despedida de nuestra breves e intensas charlas me pedía: «Rezá por mí, que estoy fundido (que en Argentina significa muy cansado) …» Y, ciertamente, se lo veía así. Seguía, adelante, de cualquier modo. «Ya llegará el tiempo del verdadero descanso», concluía… Y llegó, finalmente.
El coronavirus, y una serie de complicaciones intrahospitalarias, terminaron con su peregrinar terreno. Mejor dicho, fueron el detonante o, si se quiere, la fatiga final para dar paso al auténtico reposo. Dios seguramente le tendrá en cuenta su agonía, a cuenta de su purificación final. Nos queda su testimonio, imborrable, de un auténtico Sacerdote de Cristo, hijo amado del Padre; y, también, digno hijo de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Te echaremos mucho de menos, querido hermano. La misión, ciertamente, continúa; claro que en el mejor de todos los lugares. Sigue pidiéndole a Don Álvaro por nosotros. Y, sobre todo, sigue cuidando de aquellos pobres más pobres en quienes, sin ideología, contemplaste una y otra vez el rostro de Cristo (cf. Mt 25, 31-46).
+ Padre Christian Viña
Cambaceres, martes 23 de marzo de 2021.
Foto 1: El padre Pedro Velasco Suáres, cuando asumí como párroco en Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres (2 de marzo de 2013)
Foto 2: Junto al padre Pedro Velasco Suárez, el padre Toto De Vedia, y Juan Martinovic, en la presentación de mi libro 'Católico, periodista y sacerdote'