El hecho que la Iglesia considere el aborto como un claro pecado mortal que lleva consigo además la excomunión, aunque ésta en la Iglesia tiene un claro sentido medicinal y perdura sólo hasta que el pecador se arrepiente y vuelve a la vida de gracia, nos lleva a preguntarnos si el infierno existe y cuál es la doctrina de la Iglesia sobre él. Una vez más conviene que usemos como libro de referencia el Catecismo de la Iglesia Católica, que se refiere así a él:
“1035. La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno”… “La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira”.
Está claro, por tanto, que el infierno existe. Ahora bien, ¿cómo un Dios que es infinitamente bueno, que ha creado un universo del que nos dice “y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho”(Génesis 1,31), un Dios que “no hizo la muerte, ni se goza en la pérdida de los vivientes”(Sab 1,11), que “ama todo cuanto existe y no aborrece nada de cuanto ha hecho”(Sab 11,25), puede ser el Creador del infierno? Si además tenemos en cuenta parábolas como la del hijo pródigo, la de la dracma y la oveja perdidas, la insistencia en el perdón que encontramos a lo largo de las lecturas bíblicas, especialmente las del Nuevo Testamento, nos encontramos metidos en un impasse del que debemos salir por alguna parte.
Por supuesto en el asunto de mi salvación, Dios no es un juez neutro o no interesado. Alguien que se ha hecho hombre por mí, con la intención de, a través de su Pasión, Muerte y Resurrección, conducirme a la felicidad eterna, a hacerme partícipe del amor con que las tres Personas de la Santísima Trinidad se aman entre sí, no puede ser un juez frío e imparcial, sino que barrerá a mi favor, si le doy la más mínima oportunidad para hacerlo. Pero tengo que darle esa oportunidad, porque Dios quiere nuestro amor, pero nos pide que se lo demos libremente, y si no se lo damos, nos respeta tanto que no nos salvará contra nuestra voluntad.
“Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión”(Catecismo nº 1036).
Tenemos la tremenda posibilidad de decir no a Dios de dos maneras: una oponiéndonos directamente a Él, otra la de oponernos a Dios maltratando a esa imagen de Dios que es el prójimo. Que el hombre es capaz de las mayores barbaridades contra sus semejantes es algo que cualquier libro de Historia nos lo enseña y que cualquier centro abortista nos recuerda que eso sigue pasando hoy. Somos por tanto nosotros quienes decidimos, libre y voluntariamente, una vida sin Dios. Es el ser humano el que se arroja a él deliberadamente. Y como Dios es Amor, nuestra plena felicidad consistirá en unirnos con Él, aunque sin perder nuestra propia personalidad; al optar por una vida sin Él, hacemos imposible nuestra felicidad. El Catecismo nos lo plantea así: “Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos”(nº 1033). De hecho en Mateo 25 leemos: “Entonces ellos (los malos) responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno”.
Es evidente que lo que Dios pretende de nosotros es que nos tomemos en serio esta vida y nos demos cuenta de su importancia, no dejándonos llevar por el espíritu del mal, convencidos que el poder del maligno ha sido quebrado y que lo que Dios, que está más interesado en nuestra salvación que nosotros mismos, pretende de nosotros es que realicemos el sentido que toda vida humana tiene y para lo que hemos venido a este mundo: para amar y ser amados. Ahora bien, al enseñarnos el dogma del infierno, lo que Dios pretende es conducir al hombre a dominar su vida teniendo en cuenta la posibilidad real de una condenación eterna e imponer una seriedad radical a la existencia.
Cuando termino estas líneas, me entero de que la vicepresidente doña María Teresa Fernández de la Vega ha dicho que los que nos oponemos al aborto somos unos reaccionarios y retrógrados. Tengo muy claro que el día que me presente delante de Dios preferiré, a fin de no caer en la condena de Mateo 25, hacerlo como contrario que como partidario de ese crimen abominable que es el aborto.
Pedro Trevijano, sacerdote