El cardenal Cañizares ha declarado hoy que el aborto es más grave que los abusos sexuales cometidos por religiosos a menores. Al mismo tiempo ha dicho que esos abusos son condenables y que la Iglesia tiene que pedir perdón por ellos.
Ambas afirmaciones son ciertas. El asesinato de un inocente es más grave que el abuso sexual, lo cual no implica que esto último no deba de ser objeto del mayor de los desprecios. Pero, como cualquiera podría haber previsto, la práctica totalidad de los medios de comunicación y el mismísimo gobierno han criticado al cardenal.
En un momento en que la Iglesia se está empleando a fondo para plantar cara al aborto, no resulta inteligente mezclar dicha lucha con el asunto de los abusos sexuales a menores, el cual ha minado la credibilidad de la propia Iglesia ante el mundo. Además, no tiene demasiado sentido situar en dos lados de una balanza dos pecados horrendos para medir el grado de maldad de ambos.
El cardenal español, miembro destacado de la Curia, tiene razón en el fondo, pero no ha estado acertado ni en la forma ni en la oportunidad. Debiera haber previsto que sus palabras serían aprovechadas por los enemigos de la vida y de la Iglesia Católica.