En el clima de Navidad, contemplamos a Jesús, María y José viviendo el ambiente de familia, que ha inspirado y sigue inspirando a tantas familias en todo el mundo. La familia es el lugar más apreciado por todos. En ella nacemos, somos amados de manera gratuita, vamos creciendo, y siempre es el lugar al que acudir para cualquier eventualidad, sea para compartir la alegría de un éxito como para compartir los contratiempos y desgracias de la vida. La familia es el nido, es el hogar, es la pequeña comunidad donde el sujeto crece sano porque es amado sin medida.
La familia tiene su fundamento último en la realidad de Dios y se alimenta continuamente de esa relación. Dios es familia, es comunidad de amor en tres personas. Y el plan de Dios es introducirnos en su gran familia, que es la Iglesia, reflejo de la comunidad trinitaria. La familia humana, tal como Dios la ha constituido, tiene como pilares al esposo y la esposa, iguales en dignidad, diferentes para ser complementarios biológica, sicológica y espiritualmente, que se prolongan de manera natural en los hijos. La ecología humana tiene este patrón original, y cuando es alterado, queda alterada la armonía de la creación y de la convivencia.
La familia hoy tiene inmensas posibilidades, que generan esperanza, y sufre también erosiones y amenazas, que hay que atender. La familia no es un problema, sino la solución a tantos problemas. «En la familia y en la Iglesia queda vencida la soledad», reza el lema para este año. Ciertamente, a pesar de las inmensas comunicaciones de que disponemos (TV, internet, redes sociales, etc.), una de las losas más fuertes sobre la persona es la soledad. Soledad que proviene en primer lugar por la desconexión con Dios. «El que cree, no está solo», decía Benedicto XVI a los alemanes en 2006. En nuestra sociedad muchos no han alcanzado esa relación con Dios, que llena el corazón de entusiasmo. El entusiasmo no es otra cosa que estar lleno de Dios. Y otros muchos han aflojado o incluso han roto esa relación con Dios. Rota la relación con Dios, el hombre queda en la más absoluta soledad existencial. Dios tiene que descerrajar la ventana o la puerta de ese corazón para poder entrar.
Eso explica la cerrazón a la vida naciente, que sólo se entiende si el corazón está cerrado a Dios. O la cerrazón para acoger a los ancianos en una sociedad llena de prisas y falta de espacios familiares para compartir. Si el corazón está cerrado a Dios, busca su interés y en ese camino hasta el cónyuge puede convertirse en enemigo, con lo que duele eso. Las rupturas matrimoniales tienen aquí su explicación. Son demasiadas rupturas las que conoce nuestra época, con la consiguiente falta de felicidad para el ambiente familiar.
La familia, sin embargo, tiene futuro, es el futuro de la humanidad. Jesús ha venido al mundo en el seno de una familia para indicarnos que ese nido, ese hogar es querido por Dios para la felicidad del hombre y de la mujer. Nuestra delegación diocesana de familia y vida trabaja en la educación para el amor humano, desde la niñez y la adolescencia y particularmente con los que piden a la Iglesia el sacramento del matrimonio, acompaña a los matrimonios para la vivencia de su santidad conyugal, ofrece acompañamiento desde el COF (Centro de Orientación Familiar) para situaciones de fragilidad, invita constantemente a vivir en familia la formación permanente, las convivencias, las vacaciones. Es urgente que los jóvenes se sientan atraídos por esta realidad, porque ven matrimonios que viven con normalidad su vida de familia. Y gracias a Dios son la inmensa mayoría.
Con motivo de esta fiesta de la Sagrada Familia, invito a que se celebren en las parroquias las bodas de plata y de oro de tantos matrimonios, que nos recuerdan que la fidelidad entre los esposos y el compromiso para toda la vida es posible y llena de felicidad el corazón de quienes lo viven. Damos gracias a Dios por nuestra familia, y estemos abiertos para acompañar a las familias que pasan por alguna dificultad, especialmente por las que se sienten solas ante tales situaciones.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba