“Europa volverá a la fe o perecerá” (Hilaire Belloc, “Europa y la fe”, 1870-1953)
Poco tiempo después de los atentados en la estación ferroviaria de Atocha, en Madrid (España), en Marzo de 2004, por los terroristas de Al Qaeda, hubo un cierto movimiento llamando a la retirada de la imagen de Santiago “Matamoros” de la famosa catedral española de Santiago de Compostela.
La matanza de Madrid (191 muertos y 2000 heridos) dejó perplejo al país. El gobierno esperaba que los musulmanes fuesen más amistosos con España si prohibía el “ofensivo” matamoros. Pero los españoles protestaron enérgicamente contra la retirada de una imagen fundamental que figura de manera prominente en la historia del país.
Hoy, 25 de Julio, es la fiesta de Santiago el Mayor. Millones de peregrinos han efectuado el difícil viaje a través de cuatro sendas que cruzan Europa hacia los Pirineos y desde aquí (Saint Jean-pied-de Porte y Roncesvalles, en cada lado) a través de la parte norte de España hacían el ‘Camino’ hacia el oeste en busca de la tumba de Santiago y su iglesia en Santiago de Compostela (Santiago del campo estrellado).
Los peregrinos de nuestros días hacen el ‘Camino’, “El Camino de Santiago”, siguiendo las huellas de los grandes peregrinos del pasado, incluyendo al Venerable Godric de Norfolk (1065-1170), eremita y peregrino; El Cid Campeador (1048-1099), héroe medieval español; San Francisco de Asís (1181-1226); Juan de Gante, Duque de Lancaster y de Aquitania, pretendió la corona castellana (1340-1399); Lorenzo de Medici, el Magnífico (1449-1492), Señor de Florencia. Enrique Plantagenet (1139-1189), II de Inglaterra, padre de Ricardo Corazón de León, prometió peregrinar en expiación por el asesinato de santo Tomás Becket, Arzobispo de Canterbury.
Los historiadores atribuyen al ‘Camino de Santiago’ la forja de una identidad europea común. A través de los siglos, los peregrinos cristianos han construido grandes monasterios, abadías, hospitales, a lo largo de estas rutas, al mismo tiempo que compartían la cultura: arte, arquitectura, modas, literatura, y, finalmente, la fe.
El fervor de las peregrinaciones decayó con motivo de la ‘Reforma’, de la ruptura de Europa, que dividió las identidades y las lealtades. Un nuevo interés se despertó en los años ochenta del siglo pasado. Hoy más de un cuarto de millón de peregrinos parten hacia Santiago de Compostela desde todos los puntos del globo. Allí, los arqueólogos han encontrado inscripciones con los nombres de los dos primeros discípulos del apóstol. En una urna de plata reposan los restos del hijo mayor de Zebedeo, según creen los católicos.
El apóstol Santiago, junto con su hermano Juan y Simón Pedro, fueron los confidentes de Jesús, de entre todos los apóstoles. Únicamente ellos estuvieron presente en la Transfiguración y fueron os que le acompañaron más próximos en el huerto de Getsemaní.
Santiago predicó en España cuando los discípulos se dispersaron después de la Ascensión de Jesús. En el año 42, el rey Herodes Agripa mandó cortarle la cabeza, según describen los ‘Hechos de los apóstoles’ (XII, 2), siendo así el primero de los apóstoles en morir. Sus seguidores llevaron su cuerpo a España, enterrándolo en Galicia, en la esquina noroccidental de la península ibérica. Allí estuvo olvidado hasta el año 813, mientras la mayor parte de España sufría bajo la bota sarracena.
Una tormenta musulmana, procedente del norte de África, recorrió la mayor parte de Iberia el año 711, capturando cristianos, asolando ciudades y derramándose hacia el norte, traspasaron los Pirineos hasta Francia. Para el año 800 los cristianos estaban arrinconados en la parte norte más extrema y un tributo de lo más humillante obligaba a entregar anualmente 100 doncellas vírgenes a los nuevos amos (1).
El documento histórico del siglo XII conocido como “Codex Calixtinus”, que reúne información de la época sobre historia, poesía, liturgia así como una descripción del ‘Camino’, incluye una leyenda en la que el mismo Carlomagno (74?-814) habría tenido una visión, de un caballero protector que se identificó a sí mismo como Santiago, el apóstol de Jesucristo:
“Atiende, mi cuerpo está en Galicia, pero nadie sabe dónde y los sarracenos oprimen a todos… el cielo estrellado significa que debes ir a Galicia, al frente de una gran multitud y después de ti todas las gentes vendrán en peregrinación incluso hasta el fin de los tiempos… y tu nombre quedará unido a la memoria de los hombres hasta el Día Final”.
El emperador guerrero liberaría el ‘camino’ que conducía hasta la tumba. Esta fue descubierta en Galicia en el 813 y el obispo Teodomiro (+847) construyó una pequeña capilla para protegerla.
Mito o milagro, una pelea conocida ahora como la batalla de Clavijo, se libró el año 844 entre cristianos desesperados, con la espalda contra las montañas y conducidos por el rey Ramiro I de Asturias (790-850). De repente, apareció un caballero celestial, con la espada en alto (2), que eliminó a cada musulmán que encontró en su camino: de ahí, Santiago Matamoros. Inspirados por su aparición, los fieles cristianos comienzan la reconquista de España de manos del Islam.
Setecientos años más tarde, la reina Isabel la Católica terminó de recuperar toda España, librándola del poder del Islam. Ella, inmediatamente, empeñó sus joyas para financiar a Cristóbal Colón. Isabel construyó hospitales para los peregrinos del ‘Camino’; sabía que la Cristiandad debía evangelizar cualquier territorio más allá del horizonte, para que las fuerzas del Islam no dominaran el mundo.
La actual agenda de corrección política olvida la urgente claridad de Isabel. Hay incluso una confirmación de su intención en una carta de Colón a uno de los colaboradores de la Reina, comentando sus instrucciones: “Traten a los nativos con la más exquisita amabilidad… Protéjanlos de todo mal insultos… y tengan siempre presente que sus Majestades son más deseosos de la conversión de os nativos que de cualquier riqueza que pudieran ellos producir”.
A pesar del espantoso espectro del terrorismo islámico que atenaza a Europa ahora –las sangrientas carnicerías de Madrid, París, Bruselas, Niza-, los europeos, mientras una vez estuvieron unidos por la misma fe, no parece que hoy les interese la intercesión de Santiago. El secularismo ha erosionado tanto las raíces comunes de la identidad occidental europea que hablarles de esta intercesión es impensable.
Y lo que es peor aún, la ideología del progresismo mundial es protegida a toda costa. Lo más terrible para los burócratas europeos es que la religión, sobre todo la católica, sea la base de una cultura que se desarrolla y perdura.
La cohesión, como cultura, civilización, requiere fundamentalmente mucho más que la simple colaboración económica o política. ¿Quién, después de todo, tiene un amor, casi de familia, por la cooperación política? La cultura, la civilización, necesita un compromiso de fidelidad, de lealtad, un fundamento duradero para la colaboración voluntaria, más allá de lo que puedan apoyar los Estados con su poder.
Más aún, la cultura, la civilización, debe dejar un espacio abierto, libre, para la expresión humana del amor más allá del propio yo. La última votación del Brexit es una clara señal para los burócratas que fallaron al no entender esta necesidad tan humana. A menos que un tal amor se alimente, los ciudadanos verán a los demás como meras unidades de trabajo, útiles para los beneficios políticos o económicos, pero nunca como vecinos a apreciar.
El Papa san Juan Pablo II ya previno sobre esto en Santiago de Compostela durante el Día Mundial de la Juventud en 1989, al decir: “… ante la densa niebla que surge ante nosotros, cuando la conciencia de nuestra común vocación cristiana se difumina” el hombre no “debe dejarse llevar por ideologías y culturas de muerte y destrucción”.
Su advertencia fue especialmente conmovedora por dos razones:
Primera: la Cristiandad europea ha sobrevivido a la expansión del Islam militante. La tendencia revisionista de la Historia describe a las Cruzadas como la justificación para ajustar cuentas entre Occidente y el Islam. Sin embargo, una lectura, aún rápida de los hechos, desmantela esa teoría. Hasta el siglo XVI, el Islam era una superpotencia, con brillantes ciudades y magníficos ejércitos, mientras Europa era más bien el patio trasero. Las grades sedes cristianas primitivas, Jerusalén, Antioquía, Alejandría, etc. así como la Constantinopla medieval hacía tiempo que estaban en manos del Islam, del Imperio Otomano.
Pero Europa, gracias a la providencia divina, superó la violencia de los ataques en momentos que podemos decir milagrosos, como fueron la batalla de Lepanto en 1571 y la decisiva batalla de Viena 1n 1683, cuando el poderío militar del Imperio Otomano fue rechazado.
Segunda: solo cinco más tarde de la petición del santo pontífice a los líderes europeos para reconocer la herencia cristiana europea en la nueva Constitución para Europa, fue rechazada. Sin embargo, ya eran muy claras las influencias islámicas ampliamente difundidas en Europa. Una Constitución que declarase la herencia y los derechos de las instituciones de la Europa cristiana era urgente, pero fue ignorada.
Grandes pensadores europeos, desde mucho tiempo antes, ya habían advertido del peligro de suprimir las raíces cristianas de Europa. Y la mayoría de ellos habían señalado al Islam como el invasor que podría adueñarse de una cultura esclerótica, vaciada de su identidad esencial, de su fundamento central.
Consideremos la afirmación, ‘políticamente incorrecta’, de santo Tomás de Aquino quien claramente dijo: “Él (Mahoma) sedujo a la gente con promesas de placer carnal al que la concupiscencia de la carne nos lleva… Los que le creyeron eran hombres incultos, nómadas del desierto, totalmente carentes de enseñanzas religiosas, por medio de los que Mahoma forzó a otros a ser sus seguidores por la violencia de las armas” (Summa contra Gentiles, Libro 1, capítulo 16, art. 4).
Un furor reaccionario y muy extendido siguió a la publicación del “Documento de Ratisbona” (3) del papa Benedicto XVI. Ya en 2006 estaba muy claro que la población musulmana había crecido como hongos en Europa y había comprendido su identidad propia, había rechazado tajantemente la cultura y civilización de sus nuevas tierras de adopción y que los europeos carecían de una respuesta coherente, ya fuese filosófica o política.
El conocido filósofo político, el P. James Schall, S. J., resumió el problema con claridad:
“Él habló de un asunto que llegó al gran público, estoy seguro, debido a la militancia islámica. El tema fue tocado lateralmente dentro de su exposición, citando lo preguntado por uno de los interlocutores que citaba: ¿Es razonable o es la voluntad de Dios, esparcir la propia religión por medio de la violencia? Esta es, sin embargo, una pregunta actual para casi todo el mundo ante los ataques suicidas con bombas, como fue en los primeros tiempos de la historia del Islam, con la ‘guerra santa’ (la Yihad); con guerras continuas, aunque no exclusivas, contra territorios cristianos. El problema es la deliberada elección de medios violentos como los más adecuados para propagar una religión, buscando además una justificación ‘teológica’ para hacerlo”.
La mirada de G. K. Chesterton (1874-1936) sobre la permanencia de la violencia en el Islam fue totalmente previsora:
“En el Islam se da una paradoja que quizás es una amenaza permanente. El gran credo nacido en el desierto crea una especie de éxtasis fuera de la propia nada… Se hace un vacío en el corazón del Islam que tiene que ser rellenado una y otra vez por la simple repetición de la revolución que lo fundó. No tiene sacramentos; lo único que puede ocurrir es una especie de apocalipsis, tan único como el fin del mundo; y así, este apocalipsis y ese fin del mundo se repiten una y otra vez… “.
Hoy, los cristianos y los restos de la cultura cristiana son testigos y víctimas del apocalipsis islámico. William Kilpatrick, autor de “Cristiandad, Islam y Ateísmo: la lucha por el alma de Occidente”, escribió recientemente que Occidente debe considerar el caso del peor escenario:
“En el caso del peor escenario debemos considerar no solo la salida del Papa, sino de toda la Cristiandad de Europa. A juzgar por la actual persecución a los cristianos en Medio Oriente, África y otras partes del mundo musulmán, uno no puede ver con optimismo el futuro de los cristianos europeos. Con toda sinceridad: la Europa cristiana se enfrenta a la mayor amenaza de su existencia desde que los ejércitos del Sultán Mehmet IV sitiaron Viena en 1683”.
Como afirmó directamente en una reciente entrevista el Cardenal Burke, los líderes católicos, tratando de ser tolerantes, cometen el simple error de “pensar que el Islam es una religión como la cristiana o la judía”. Los intentos de no ofender al Islam son ineficaces y contrarios a la misión del Señor de proclamar el Evangelio, con valor, ya sea en el siglo primero, en el noveno o en el veintiuno.
Santiago, ruega por nosotros.
Mary Jo Anderson
Traducido por Laudetor Iesus Christus
Publicado originalmente en The Catholic Report
(1) La autora parece desconocer que el Reino de Asturias, con Don Pelayo como primer rey se fundó en el 718 y la batalla de Covadonga tuvo lugar el 28 de Marzo del 722.
(2) Las crónicas antiguas dicen que portaba una bandera blanca con la cruz.
(3) “Fe, razón y universidad – Recuerdos reflexiones”, Universidad de Ratisbona, 12 de Septiembre de 2006. En ‘Diálogo con un musulmán’, VV. AA., Colección Ojos Abiertos, Editorial Altera, Barcelona, 2006.