A través de la forma de entender y vivir la sexualidad, aparece con frecuencia la comprensión global de la vida y los valores que la dirigen.
Al menos en cierta medida, todas las culturas y épocas han regulado la actividad sexual. Ninguna sociedad se ha mostrado indiferente ante ella, ni la ha considerado asunto puramente privado. Hoy el proceso de transformación de la conducta sexual en nuestra sociedad es un hecho indiscutible y manifiesto. La revolución sexual ha destapado los horizontes de la sexualidad, pero lo que está pasando es algo ciertamente muy complejo y susceptible de muy diversas evaluaciones, como prueban los infinitos libros y artículos que sobre el tema se escriben.
Lo que puede hacer el ser humano con su sexualidad es bastante ambiguo. Por supuesto que algunos factores de la transformación o revolución sexual son claramente positivos. Podemos citar entre ellos el deseo de integrar lo erótico en el plano de las relaciones interpersonales; la sexualidad es en sí buena; la progresiva igualación de los sexos en sus derechos y deberes; la mayor conciencia de respetar la libertad y dignidad personales; la ruptura de ciertos tabúes puritanos excesivamente represivos y causantes de angustia; el acceso de la mujer a la plenitud de su genuina condición sexuada; el hecho de que los hijos sean recibidos más conscientemente; el mayor apoyo a los débiles y discapacitados; los progresos y la universalización de la educación etc.
Pero, por otra parte, está claro que no todo es positivo. La progresiva secularización y descristianización de la sociedad ha fomentado desde hace años un proceso de liberación o revolución sexual, que consiste en una reacción contra la época anterior llena de prohibiciones y represiones, con un aumento de la libertad sexual más allá de los tabúes y de la responsabilidad, pasándose en función de la ley del péndulo, del puritanismo de antes, a una permisividad casi absoluta, con la salida de los armarios del silencio de gays y lesbianas con sus poderosos lobbys y la despenalización e incluso legalización del aborto, sin ningún tipo de criterios morales. En un primer momento, la revolución sexual ha separado la sexualidad del matrimonio, favoreciendo un tipo de amor que huye del compromiso; luego, mediante la anticoncepción, ha provocado la separación entre sexualidad y procreación; y, finalmente, se ha desvinculado la sexualidad del amor, para acabar en el simple hedonismo. Hay un uso negativo de la genitalidad con una relación sexual consumista y vacía de contenidos humanos, en la que tan sólo se quiere satisfacer el instinto, con la búsqueda del placer y del orgasmo, sin barreras ni valoración moral alguna, quedando la sexualidad como algo cerrada en sí misma, sin conexión con la transmisión de la vida, ni con el matrimonio y ni siquiera con la relación interpersonal, pues el amor deja de estar presente; seudoliberación que trivializa y reduce la sexualidad a su mera dimensión genital, convirtiéndola en una simple descarga de la libido, con lo que se disocian en la sexualidad la dimensión placentera y la comunicativo-personal, con graves consecuencias para la estabilidad del matrimonio y de las familias. Incluso la educación escolar se centra con frecuencia tan solo en la biología del sexo, sin educación en valores y con aceptación del sexo ocasional sin componente amoroso asociado.
Todo esto conduce a la denominada “ideología del género”, que considera la sexualidad como un elemento absolutamente maleable cuyo significado es fundamentalmente de convención social. El ser humano nace sexualmente neutro, posteriormente es socializado como hombre o mujer. El significado del sexo depende en esta concepción de la elección propia de cada uno sobre cómo configurar su propia sexualidad, resultando justificable cualquier actividad sexual, pues serían simplemente modos alternativos de expresar la sexualidad. En esta mentalidad, el hombre y la mujer eligen su sexo y lo cambian, según sus inclinaciones personales, hasta el punto de que las diferencias entre hombres y mujeres no tienen relación con las causas naturales o biológicas, sino que se deben a determinaciones sociales. La igualdad radical es un principio básico de esta ideología que pone la sexualidad al servicio del placer y como los órganos sexuales los tenemos para algo, es decir para usarlos, alienta no sólo la masturbación, sino también las relaciones sexuales de toda clase, también entre menores.
La sexualidad humana, pensamos los creyentes, es algo más que el simple placer. Por supuesto que instinto, deseo y placer están íntimamente relacionados. En la base de la sexualidad está el instinto que excita los deseos, capaces de ser colmados por el placer, pero todo ello debe ser integrado en el proceso de desarrollo personal. La simple instrucción sexual, si no va acompañada por la educación al amor, es ineficaz e incluso puede ser peligrosa, porque la estructura instintiva del hombre no es la del animal, por lo que no quedamos totalmente vinculados a nuestros instintos, sino que debido a nuestra libertad somos éticamente responsables entre una serie de posibilidades. La calidad de la relación sexual está íntimamente ligada al amor que es el criterio básico de la ética sexual.
D. Pedro Trevijano, sacerdote