La formación litúrgica, más seria, más precisa, más honda, debe ofrecer los principios teológicos, podríamos decir «sobrenaturales», que la sustentan y es su razón de ser.
Alcanzar una mirada de fe y una comprensión teológica de la liturgia es el objetivo de la formación.
Consideremos un aspecto esencial: la liturgia, obra de la redención.
La pasión, muerte y resurrección de Cristo quedarían inútiles si no se pudiese aplicar a todos los hombres, a cada hombre, de cada generación y de cada siglo. La obra redentora del Señor debe ofrecerse y aplicarse sin interrupción, año tras año, siglo tras siglo, hasta que vuelva el Señor en su gloria.
Si no se pudiese aplicar realmente ahora, si Cristo no comunicara aquí y ahora su redención, todo quedaría como un acto del pasado, cerrado, inaccesible. Pasó y no volvería. Lo más que se podría hacer es mirar lo que pasó, admirarlo, y sacar ejemplos o virtudes. Sería un recuerdo piadoso, pero nada más. Miraríamos a Jesús como un gran profeta, o un líder, o un hombre bueno, pero su redención se limitaría a sus contemporáneos en todo caso.
Y sin embargo, ¡no es así! Cristo realiza su redención hoy por medio de la liturgia de la Iglesia, de sus ritos sacramentales, de su Oficio divino. Continúa redimiendo.
Ésta es la primera perspectiva con la que valorar la liturgia: es la obra de la redención de Cristo hoy.
La Constitución Sacrosanctum Concilium, recogiendo el pensamiento de los Padres de la Iglesia, afirma:
«La liturgia, por cuyo medio se ejerce la obra de nuestra redención, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía» (SC 2).
Esto mismo reza una oración sobre las ofrendas del rito romano, proveniente de los antiguos Sacramentarios: «cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo se realiza la obra de nuestra redención» (Dom. II T. Ord.).
La liturgia no es un recuerdo de algo que pasó hace siglos; ni es una ilustración moral con ejemplos que imitar, como las fábulas con su moraleja. La liturgia es Cristo mismo redimiendo, realizando la obra de la redención aquí y ahora para nosotros, para que su redención avance y santifique.
Así pues, la liturgia hace presentes, reales y eficaces, todos los misterios de la redención de Cristo y nos pone en contacto con ellos, los trae hasta nosotros.
Dice el Catecismo:
«La liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único misterio» (CAT 1105; cf. 1084-1085).
Con gracias santificantes distintas, cada sacramento realiza la obra de nuestra redención; en el Bautismo nos unimos a la muerte y resurrección de Cristo, renaciendo, recibiendo la vida divina y la adopción filial; en la Confirmación, como Pentecostés actualizado, se nos da la plena efusión del Espíritu y sus siete dones; en la Eucaristía se inmola Cristo sacramentalmente actualizando el sacrificio pascual para el perdón de los pecados; etc… Y en la Liturgia de las Horas, cantamos con Cristo, y Cristo ora en nosotros, el himno de alabanza que se resuena en el cielo.
De lo cual se deducen y se infieren varias cosas que debemos asimilar:
- 1) En la liturgia es más importante la acción de Dios que las acciones humanas (como si fuéramos protagonistas con moniciones, ofrendas y espectáculos emotivos);
- 2) en la liturgia, lo visible de sus ritos hacen presente grandes realidades invisibles y santas, que la mirada sobrenatural debe ir descubriendo;
- 3) la liturgia es imprescindible para la vida de la Iglesia, y merece ser cultivada y cuidada porque Cristo redime hoy por la liturgia (y no es un simple rito o una celebración festiva);
- 4) crecer en la conciencia del Misterio en la liturgia: Dios en Cristo sigue tocándonos, sanándonos, redimiéndonos, santificándonos, elevándonos a Él.
Con esto caerían muchas concepciones de la liturgia secularizadas y tantas celebraciones vacías que buscan sólo lo emotivo o ser entretenidas, simpáticas, «participativas». El cristianismo requiere de la liturgia para transmitir la vida divina. La Iglesia es Iglesia por su liturgia, y la liturgia no algo periférico de la Iglesia (como si el peso fuerte hubiera que ponerlo en otras realidades «pastorales» descuidando la liturgia como algo que no es importante ni vital), sino que la Iglesia lo es por su liturgia.
Javier Sánchez Martínez, pbro.