Leyendo la Primera Carta de San Juan, me he encontrado con un par de textos sobre el Anticristo que me han llamado la atención: «¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo» (1 Jn 2,22) y «En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo» (1 Jn 4,2-3).Estos dos textos junto con 2 Jn 7, que dice: «Pues han salido en el mundo muchos embusteros, que no reconocen que Jesucristo vino en carne. El que diga eso es el embustero y el anticristo», son todas las referencias expresas al anticristo que hay en la Biblia, aunque hay otras menciones claras a él como en 2 Tes 2,3 «el hombre de la impiedad, el hijo de la perdición». En los capítulos 12 y 13 del Apocalipsis las bestias a las que se cita señalan a los falsos mesías y a los falsos profetas que Jesús anunció en 2 Tes 2,9 y en Mt 24,24, que «harán signos y portentos, para engañar, si fuera posible, incluso a los elegidos».
Vamos a referirnos ahora a esa multitud de pequeños anticristos que habitan entre nosotros. Está claro que la oposición a Cristo se realiza no sólo a través de fuerzas e ideas diabólicas, sino también por medio de personas concretas. En la Historia de la Humanidad lo anticristiano está constantemente presente. Su verdadera esencia es el orgullo y la soberbia, la voluntad de poder y de dominio que se manifiesta en la violencia y en la opresión brutal, en el egoísmo, la envidia, el odio, la mentira y la distorsión de la verdad. Son las falsas doctrinas las que con frecuencia conducen a los seres humanos por el camino del mal. En algunos casos, como ha sucedido con las ideologías totalitarias del siglo XX, con sus millones y millones de muertos está claro el influjo diabólico que ha acompañado a dichas doctrinas.
¿Y en nuestra época qué? No nos olvidemos que sigue habiendo ideologías diabólicas, aunque hagan sus crímenes en nombre de Dios, como sucede con los radicales musulmanes que incluso creen que con sus crímenes y suicidio van a alcanzar el Paraíso. Como ha dicho el Papa Francisco matar a seres inocentes en nombre de Dios no sólo es criminal, sino también blasfemo. Hay unos cuantos países en que los cristianos son matados, no ya perseguidos, que de eso hablaremos ahora, por el hecho de ser cristianos.
Recordemos también la civilización antivida o la cultura de la muerte. No sólo es el genocidio masivo que se comete con el aborto, ese «crimen horrible», según el Concilio Vaticano II. Y sobre la eutanasia, acabo de leer en InfoCatólica que «Ahora en Bélgica se está discutiendo que los asilos de ancianos católicos tienen el deber de proporcionar la eutanasia; en otras palabras, que los asilos de ancianos católicos tienen un deber que los convertiría ipso facto en no-católicos». Esto y el no respeto a la objeción de conciencia son formas ya descaradas de persecución religiosa.
Con la cultura de la muerte tiene una conexión estrecha el relativismo y la ideología de género, con sus intentos de poner a la par el Bien y el Mal, la Verdad y la Mentira, tratando de destruir el matrimonio y la familia. Las religiosas de Congregación fundada por Teresa de Calcuta han tenido que declarar que si les obligan a entregar sus niños a parejas de homosexuales o lesbianas, tendrían que cerrar los orfanatos, pues como es de sentido común, anteponen la Ley de Dios a cualquier otra consideración. ¿Sería o no persecución religiosa?
Y aunque hasta ahora no he dado nombres propios, voy a dar uno: Hillary Clinton. Esta persona, probablemente la próxima Presidenta de Estados Unidos, ya nos ha dicho que hay que obligar a las religiones a cambiar sus dogmas. Ruego a Dios para que no alcance un puesto de esa importancia, al mismo tiempo que rezo por su conversión y por la de todos los pequeños anticristos que pululan entre nosotros.
Pedro Trevijano, sacerdote