Una de las leyes que más veces he leído en mi vida por motivos profesionales es la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. Cuanto más veces la he ido leyendo, más me he admirado de dos cosas: de la gran inteligencia con que está redactada, hasta el punto que yo, que al fin y al cabo soy una especialista en estas cuestiones, cada vez que la leía descubría nuevos aspectos que se me habían escapado, y de la profundad maldad con que está escrita. Inteligencia y maldad que me hacían preguntarme quién andaba detrás. La primera parte de la Ley está fundamentalmente dedicada al tema del aborto y la segunda a la salud sexual y reproductiva, con el tema de la perspectiva de género.
El rechazo del aborto es uno de los puntos más claros de la doctrina católica. En el Antiguo Testamento hay el convencimiento que la vida humana empieza antes del nacimiento, pues Dios nos conoce cuando todavía estamos en el seno materno (Is 49, 1 y 5; Jr 1,5; Sal 139,13; Job 31,15; 2 Mac 7,22-23). En el Nuevo Testamento san Juan Bautista, todavía en el seno materno se alegra de la venida de Jesús (Lc 1,42-44). La Didaché inicia en el siglo II una larga serie, en la que están Clemente de Alejandría, Atenágoras, Tertuliano y muchos otros, de escritos religiosos contra el aborto y que llega hasta nuestros días. Así el Concilio Vaticano II lo califica de crimen abominable (Gaudium et Spes nº 51). Para Juan Pablo II la despenalización del aborto, que priva a los más débiles de su derecho más fundamental, no es compatible ni con el bien común, ni con el justo orden público. Es una ley injusta y una práctica inmoral, especialmente para aquéllos que se enriquecen así. Para las mujeres no se trata de ser madre o dejar de serlo, sino de ser madres de un hijo vivo o de un hijo muerto. Los políticos son personas que tienen responsabilidades morales y es legítimo recordárselas, tanto más cuanto que «si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres» (Encíclica Evangelium Vitae nº 90). Los avances científicos, como las ecografías, confirman cada vez más que el aborto es un crimen. Las afirmaciones de la Ley: «busca garantizar y proteger adecuadamente los derechos e intereses en presencia, de la mujer y de la vida prenatal», «la eficaz protección de la vida prenatal como bien jurídico», «la vida prenatal es un bien jurídico merecedor de protección que el legislador debe hacer eficaz» son declaraciones vanas e hipócritas ante la afirmación: «Se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida» (Título Preliminar, art. 3-2).
En cuanto a la perspectiva de género, la cosa se hace aún más solapadamente. Tan solo dos referencias que a una persona normal se le escapan, pues no ve nada raro en ellas: 1) Los poderes públicos garantizarán «la educación sanitaria integral y con perspectiva de género sobre salud sexual y salud reproductiva»(Título 1, Capítulo 1, art. 5, 1 e) y 2) «La formación de profesionales de la salud se abordará con perspectiva de género» (Capítulo II, art. 8).
Pero hay que tener en cuenta, que tras estas palabras, aparentemente inofensivas, se encuentra la siguiente realidad: El ser humano puede escoger libremente su sexo. En esta mentalidad, el hombre y la mujer eligen su sexo y lo podrían cambiar, cuantas veces lo estimen oportuno, porque las diferencias entre hombres y mujeres se deben a determinaciones sociales. Dado que la igualdad radical es un principio básico de esta ideología que pone la sexualidad al servicio del placer y como los órganos sexuales los tenemos para algo, es decir para usarlos, se alientan las relaciones sexuales de toda clase, también entre menores. Se quiere terminar con la opresión de la mujer por el hombre, considerando al matrimonio monógamo como la principal expresión de esta dominación. El matrimonio y la familia son dos modos de violencia permanente contra la mujer y por tanto instituciones a combatir. Lo que se pretende es promocionar la homosexualidad, el lesbianismo y todas las formas de sexualidad fuera del matrimonio.
¿Quién hay detrás de todo esto? El cardenal Bergoglio, en una Carta a las Carmelitas Descalzas de Buenos Aires del 22 de Junio del 2010 dice: «Se trata del proyecto de ley sobre matrimonio de personas del mismo sexo. Aquí está en juego la identidad, y la supervivencia de la familia: papá, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones... Aquí también está la envidia del Demonio, por la que entró el pecado en el mundo, que arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la tierra.
No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política, es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una «movida» del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios. Jesús nos dice que, para defendernos de este acusador mentiroso, nos enviará el Espíritu de Verdad».
Tras las palabras del cardenal Bergoglio ya sé quién está detrás de esta Ley: el Demonio.
P. Pedro Trevijano, sacerdote