Hablemos hoy de la confesión de adolescentes y jóvenes. Hay entre los jóvenes, incluso entre aquéllos que permanecen cercanos a la Iglesia, una crisis muy extendida y preocupante sobre la confesión. Es necesaria una pastoral juvenil, que devuelva a los jóvenes el sentido del pecado y de la alegre certeza del perdón de Dios.
Ayudémosles a superar una concepción individualista de la moral (cf. GS 30) y que descubran que el pecado, más que una infracción de normas o leyes éticas, es en realidad un no amar y un rechazo práctico de Dios. Es importante presentarles una imagen positiva de la confesión y, en lo posible, que se habitúen a ella, para que cuando lo necesiten se atrevan a dar ese paso del que guardan un buen recuerdo y puede liberarles. Sería muy deseable que la confesión no sea para ellos sólo una práctica piadosa, sino mucho más un medio de purificación y de hacerse más sensibles a la realización de los propios ideales y de la voluntad de Dios.
Sin embargo, salvo raras excepciones, los jóvenes no tienen clara la idea de lo que realmente es pecado, ni sus ideas morales tienen mucho que ver con nuestra Moral, asombrándonos, y a veces irritándonos, su increíble ignorancia de prácticas y creencias corrientes en nuestros años jóvenes, por lo que no sólo apenas se confiesan, sino que además, cuando por alguna circunstancia, como recibir la Confirmación, comprenden que tienen que confesarse, se encuentran con que no saben como hacerlo, lo que les lleva a prescindir del sacramento de la Penitencia.
Pero también hay aspectos más positivos: los jóvenes, en un contexto adecuado de grupo o de comunidad, suelen aceptar con gusto una celebración adaptada; viven con intensidad y sinceridad las celebraciones comunitarias; no tienen especial dificultad en reconocer su pecado e injusticia y en comprometerse por un cambio de vida; aprecian las ocasiones penitenciales más significativas, los momentos de convivencia; su problema no es tanto la confesión en sí, como el contexto y la forma en que se realiza; prefieren el diálogo penitencial al interrogatorio, el encuentro cara a cara al confesionario.
Nuestros muchachos y muchachas reconocen en su gran mayoría que su principal defecto es su falta de fuerza de voluntad. Por otra parte son años para ellos de crisis y grandes cambios, lo que les lleva a replantearse su vida espiritual y religiosa, no encontrando en muchas ocasiones solución a sus problemas y dudas de fe, lo que provoca con frecuencia el abandono de toda práctica religiosa, que ven además aburrida y sin sentido, aunque muchos de ellos son capaces de evolucionar hacia el reconocimiento de un Dios que ama y perdona. Es también el momento del despertar al amor y a la sexualidad, siendo a menudo para ellos la Moral Cristiana una moral de prohibiciones.
Está claro que para una buena evolución de nuestros adolescentes y jóvenes se requiere una educación que suponga una postura de apertura hacia los valores espirituales y cristianos, que les ayude a superar su egocentrismo, pues aunque estén bautizados, en su inmensa mayoría no han descubierto a Cristo y mucho menos a su Iglesia, intentando hacerles comprender también que el auténtico sentido de la vida está en el amor hacia Dios y hacia el prójimo, pero hemos de tener cuidado porque con frecuencia su ideal religioso es excesivamente elevado, el hombre perfecto que no peca y no el pecador redimido por el amor misericordioso de Cristo, en quien hay que poner toda nuestra confianza. Procuremos que se den cuenta que lo que Dios pretende de nosotros, y para eso nos ha creado, es para que nos realicemos como personas. Por tanto lo que aleja de Dios, y muy especialmente el pecado, no sirve para nuestra construcción personal.
Por nuestra parte como adultos y educadores debemos tratar de no imponernos con excesiva autoridad, sino ser comprensivos y benignos, aunque sin faltar a la verdad, y buscando un contacto personal con ellos, teniendo en cuenta que necesitan que alguien les ayude en sus angustias y problemas, pues su mayor peligro está en que fácilmente desesperan y se descorazonan. Desean sobre todo que alguien les tome en serio y les escuche, que no se les imponga por la fuerza, sino con amabilidad y cariño y por supuesto nuestro trato con ellos nos exige no sólo quererles, sino también una gran dosis de paciencia y tolerancia.
Y ya dentro de la confesión, puede ser muy conveniente que, sobre todo si vemos que hace bastante tiempo que no se ha confesado o no sabe como hacerlo, tomemos las riendas del examen de conciencia y lo hagamos con él, procurando llevarle al encuentro de Dios Padre y Cristo amigo, haciéndole ver la importancia de los pequeños sacrificios a la hora de fortificar su voluntad, que vea las dudas de fe como el instrumento providencial que tiene a su alcance para madurar simultáneamente en el campo humano y religioso, pues una de las principales causas del abandono de lo religioso suele ser el desfase entre ambas formaciones; es conveniente ayudarle a asumir sus responsabilidades profesionales en el campo del estudio o del trabajo, haciéndole ver que hay una tarea a realizar en el mundo para superar las alienaciones y esclavitudes y que consiste en que practique la parábola de los talentos (Mt 25,14-30) y se dé cuenta que es necesario salir de sí mismo y preocuparse por los demás, porque «cuantas veces hicisteis eso a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40); y sobre lo sexual hacerle descubrir que su sexualidad, como toda su persona, tiene que estar al servicio del amor.
El descubrimiento del amor se hace raras veces en línea recta, siendo mucho más frecuente a base de descubrimientos progresivos, de avances y retrocesos: no hay que olvidar que el amor desborda largamente lo sexual. Una educación al amor requiere una mayor toma de conciencia, de que la conquista de la libertad está ligada a la educación de la responsabilidad. Como sacerdotes hemos de recordar que somos los representantes de Cristo y de su Iglesia, y que por tanto tenemos que ser especialmente fieles al magisterio eclesiástico, y, dada la frecuencia con que se nos presentan los problemas sexuales, tener muy claras las ideas en los temas de masturbación y relaciones prematrimoniales. Esta fidelidad a la Iglesia nos debe llevar a evitar las posturas extremistas, tanto rigoristas como excesivamente laxas, así como por el contrario infundirles un profundo amor no sólo a Cristo y a la Virgen, sino también a la Iglesia, de la que son miembros de pleno derecho, pero es sin embargo una de las realidades que menos sienten. Pero sobre todo recordemos que la Penitencia, como todo sacramento, es un lugar privilegiado de encuentro con Dios.
Pedro Trevijano, sacerdote