La Jornada Eucarística Diocesana que hemos celebrado el pasado sábado 16 ha significado un encuentro gozoso y festivo de la Comunidad diocesana en torno a Jesús Sacramentado. Se concluye de esta manera un trienio largo de acento pastoral en la Eucaristía como fuente y culmen de la vida de la Iglesia. Jesucristo continúa siendo «ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8) el centro de la vida de la Iglesia, el tesoro más grande que lleva en su seno para dárselo al mundo. Terminado este trienio, continuaremos valorando mejor este Santísimo Sacramento. Sobre todo, en la misa dominical, cumpliendo el precepto de asistir a Misa todos los domingos y fiestas de guardar; cultivando la adoración eucarística antes y después de comulgar: «Que nadie coma la carne de Cristo, si no la ha adorado previamente», nos recuerda san Agustín; y llevando ese amor recibido a la vida diaria en el amor fraterno a los demás.
En la mañana de esta Jornada, tuvimos la ocasión de ser inundados por una marea de niños de primera comunión, que llenaban las naves de la Catedral de Córdoba, con sus catequistas y padres. La Acción Católica General en el sector de niños preparó el encuentro con esmero: misa, película, adoración, convivencia y bocadillo. Los niños vivieron una jornada inolvidable. Fue un momento precioso compartir con estos niños la alegría del encuentro con Jesús en la primera comunión. No debiéramos perder nunca en nuestra vida ese encanto, ese asombro, esa inocencia. Por eso, no debe retrasarse la primera comunión. Es el momento de la infancia en que quedan grabadas para siempre experiencias profundas de trato con Jesús, que nunca se olvidarán. Cuántas personas he encontrado en mi vida, que vuelven a esa primera experiencia como un referente. Cuidemos ese primer encuentro con Jesús, procuremos que los niños continúen en los años posteriores comulgando con devoción. En esas experiencias infantiles, libres de tantas dificultades posteriores, se fragua un trato con Jesucristo que quedará para siempre. Pensemos en la alegría que encuentra el Señor cuando el corazón de un niño, de una niña se abre plenamente a su amistad. «Dejad que los niños se acerquen a mí» (Mc 10,14).
En la tarde, los jóvenes y adultos. Nos reuníamos en la Catedral para la Eucaristía concelebrada por varios sacerdotes y asistida por un buen número de fieles de parroquias, grupos, movimientos. Los sacerdotes. Sin ellos, no hay Eucaristía. Damos gracias a Dios por nuestros sacerdotes y pedimos por su fidelidad y perseverancia, pedimos que el Señor nos dé muchos y santos sacerdotes, que nos celebren la Eucaristía y nos lleven a Jesús de tantas maneras. El próximo sábado 30 de junio son ordenados seis presbíteros para nuestra diócesis, y otro más dentro de unas semanas por razones de edad. Demos gracias a Dios.
Y en torno a Jesús Sacramentado, la procesión eucarística. Un pueblo que adora al Señor no debe temer ninguna dificultad. Los tiempos no son fáciles (¿cuándo lo han sido?), pero teniendo a Jesús lo tenemos todo. «Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta» (Sta. Teresa). Encontremos tiempo para estar con Jesús sacramentado, para adorarlo con todo nuestro ser, para meditar su Palabra. Creciendo en la adoración, Él nos sacará de nuestros egoísmos, nuestras mentiras y engaños y nos centrará en la verdad que es Jesucristo. Creciendo en la adoración, Él nos hará generosos para entregar nuestra vida, como se reparte la Eucaristía para ser alimento de todos. El mismo Jesús que adoramos en la Eucaristía es el que está presente en los pobres. No iremos a los pobres con actitud cristiana, si no lo hemos adorado previamente. Y de nada nos sirve la adoración, si no nos convierte en ofrenda a Dios y en servicio a los hermanos.
Jesús Sacramentado es el centro de la vida de la Iglesia. ¡Qué hermoso misterio! Todo hermoso, todo hermoso, repite san Juan de Ávila. Lleno de gracia y de belleza. Atrayente para todo corazón humano. ¡Qué hermoso es Jesús Sacramentado!.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba