El sufrimiento, la enfermedad, la incapacidad y la muerte son realidades que afectan o pueden afectar a cualquier ser humano. El hecho de que el individuo sea una unidad, hace que no podamos separar radicalmente lo espiritual de lo técnico. La enfermedad crea una relación muy especial entre médicos y enfermos, con derechos y deberes mutuos, pero cuyo fundamento es la fe del paciente en que los médicos tratan de curarle y ayudarle, mientras que los médicos siempre deberán tener en cuenta que el enfermo es persona y que deben tener con él un trato lo más humano posible, pues el médico es sobre todo el que cuida y no simplemente el que sabe medicina, así como también le corresponde informar a la familia y generalmente al enfermo del diagnóstico y proceso de su enfermedad. Esta información al paciente es obligatoria cuando se trata de operaciones quirúrgicas en las que se requiere el consentimiento informado del paciente.
El tratamiento médico a los enfermos terminales debe tener en cuenta estos principios:
1º) la vida, lo mismo que la libertad, tiene un carácter transcendente, y no podemos por tanto renunciar dignamente a ninguna de las dos;
2º) no a la eutanasia activa, es decir “una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de evitar cualquier dolor” (EV 65), pues matar para aliviar el dolor o la agonía no es una práctica ética y el personal sanitario está para curar y no para matar, no siendo desde luego lo mismo provocar la muerte que permitirla. Nadie tiene derecho a matar a nadie. En el juramento hipocrático, compendio durante tantos siglos de la ética médica, se dice: “no administraré a nadie un fármaco mortal, aunque me lo pida, ni tomaré la iniciativa de una sugerencia de este tipo”. Permitir la eutanasia trae como consecuencias, como lo muestra el caso de Holanda, muertes impuestas y desconfianza en las instituciones sanitarias, aparte de la paradoja que supone que para respetar la dignidad de un ser humano se le mate. Si la eutanasia tiene soporte legal, es indiscutible que los legisladores que contribuyen a aprobarla, son también responsables de los homicidios que se cometen;
3º) no a la eutanasia pasiva, entendida como la omisión de la atención y cuidados debidos;
4º) sí a la ortotanasia, consistente en dejar morir a tiempo, con dignidad y en paz, sin el uso de medios desproporcionados o extraordinarios, es decir no al encarnizamiento terapéutico o distanasia, o sea ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas o desproporcionadas para la situación real del enfermo, pues prolongar inútilmente la existencia con recursos innecesarios va contra una agonía y una muerte dignas;
5º) sí a los tratamientos paliativos, aunque puedan tener como efecto secundario no querido acortar algo la expectativa de vida, pues es nuestro deber luchar con los medios lícitos a nuestro alcance contra el dolor y el sufrimiento. El propio Jesús le pide al Padre en el huerto de los Olivos que le aparte el sufrimiento, si bien acepta la voluntad de Dios. La medicina paliativa respeta la vida y ayuda a cuidar al enfermo hasta el final, intentando no dar tan sólo una buena calidad de vida, sino también una buena calidad de muerte. Hay un dicho que reza así: si puedes curar, cura; si no puedes curar, alivia; si no puedes aliviar, consuela, y en todo caso consuela siempre.
El informar sobre el próximo fallecimiento es un deber de los familiares cercanos, quienes han de hacerlo antes que el enfermo pierda la cabeza, ya que la muerte es algo de enorme importancia en nuestra existencia y por ello tenemos el derecho de ser informados sobre su proximidad, así como el deber de prepararnos a ella adecuadamente como cristianos que somos.
Dicho esto, para mí ha sido de una enorme ayuda el conocer y dar a conocer a las familias afectadas, el Testamento Vital que hace unos años publicaron los obispos españoles, un documento lleno de sentido común. Dice así:
Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo absoluto. Sé que la muerte es inevitable y pone fin a mi existencia terrena, pero desde la fe creo que me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.
Por ello, yo, el que suscribe........................
pido que si por mi enfermedad llegara a estar en situación crítica irrecuperable, no se me mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni que se me prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos.
Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder prepararme para este acontecimiento final de mi existencia, en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consuelo de mi fe cristiana.
Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que tengáis que cuidarme respetéis mi voluntad. Soy consciente de que os pido una grave y difícil responsabilidad. Precisamente para compartirla con vosotros y para atenuaros cualquier posible sentimiento de culpa, he redactado y firmo esta declaración.
Firma: Fecha:
Pedro Trevijano, sacerdote