En torno a la fiesta de san José, esposo virginal de María Virgen, patriarca de la Iglesia universal, formador del único y sumo Sacerdote Jesucristo, celebramos el Día del Seminario. Es una ocasión propicia para volver nuestros ojos hacia esta institución diocesana, valorar su importancia y sentirla como nuestra.
El Seminario es el lugar donde se preparan los que van a ser sacerdotes. El Seminario es la comunidad de los que han sido llamados al ministerio sacerdotal. El Seminario es el tiempo de esa formación que desemboca en la ordenación. El Seminario es también un edificio emblemático, cuyos lugares son referentes para todo el presbiterio. Llamados por Dios, los alumnos del Seminario cultivan las señales de vocación, se entrenan en una respuesta radical en el seguimiento del Señor, al tiempo que cultivan la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral. El Seminario es el corazón de la diócesis, de donde la diócesis recibe la sangre oxigenada que alimenta el organismo, y a su vez el Seminario es el órgano que recibe el alimento de toda la comunidad diocesana.
Nuestra diócesis de Córdoba es bendecida continuamente por Dios con vocaciones para el sacerdocio ministerial. Cada año son ordenados un grupo de jóvenes que rejuvenecen el presbiterio diocesano, y garantizan el relevo generacional en el presbiterio. Cada año vienen niños, adolescentes y jóvenes a nuestro Seminario para discernir su vocación y prepararse para el sacerdocio. En torno al Seminario gira la vida de la diócesis: las familias, que son el primer seminario, los profesores especializados que imparten sus asignaturas, los formadores que van modelando el corazón sacerdotal de estos aspirantes, los bienhechores que colaboran con su oración y su limosna en el sostenimiento del Seminario. El Seminario es, por tanto, como una orquesta sinfónica, donde cada uno tiene su papel, y entre todos han de interpretar esa preciosa melodía de dar a la Iglesia pastores según el corazón de Cristo.
En esta preciosa empresa, necesitamos más. “La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande trabajadores a su mies” (Lc 10,2). La primerísima tarea en este campo es, por tanto, la oración, porque cada vocación es un don de Dios, que hemos de implorar con humildad y reconocer con generosidad, cuando nos es concedido. Además, entre todos hemos de crear un clima propicio a la vocación sacerdotal, un “clima vocacional”, de manera que cuando un niño, un adolescente o un joven se plantea su vocación, sea acogido y ayudado a discernir y a responder a esta llamada. Que ninguno se sienta rechazado, que ninguna vocación quede aplazada en su respuesta por falta de acogida.
Aquí tienen un papel muy importante los padres. En las familias cristianas es frecuente pedir al Señor que algún miembro de la familia sea llamado al sacerdocio ministerial, y cuando surge una vocación, todos –padres, hermanos, abuelos- se sienten felices y corresponsables en acompañarla. Queridos padres: Si Dios llama a vuestro hijo para ser sacerdote, no se lo impidáis. Agradeced a Dios este inmenso regalo a la familia y a la Iglesia, acompañad esta vocación frágil, ponedla en contacto con el párroco y con el Seminario.
Pero más importante aún es el papel de los párrocos y de los sacerdotes que están en contacto con los niños, jóvenes o adolescentes. Casi todas las vocaciones al sacerdocio surgen en referencia a algún sacerdote. “Yo quiero ser como este sacerdote”, suele ser la experiencia primera del que es llamado. De ahí, queridos sacerdotes, la importancia de nuestro testimonio sacerdotal. Un testimonio gozoso y humilde de haber sido llamado por Dios para esta noble tarea al servicio del Pueblo de Dios. Y al mismo tiempo, una preocupación constante por descubrir a los que posiblemente sean llamados y una propuesta directa de esta posible vocación a niños, adolescentes y jóvenes.
No tengáis miedo, queridos sacerdotes, de hacer la propuesta explícita, de acompañar a quienes reconocen esta vocación. Un cura entregado y contento de serlo suele suscitar a su alrededor niños y jóvenes que quieren ser como él. En nuestra época, hay una campaña organizada para desprestigiar al sacerdote católico. Venzamos el mal a fuerza de bien, es decir, respondamos a ello con una vida serena y gozosa en el cumplimiento fiel de nuestras obligaciones sacerdotales.
Toda la comunidad cristiana tiene un papel importante en el campo de las vocaciones. Todos hemos de sentir como una primera necesidad que la Iglesia tenga sacerdotes. Nuestra diócesis, agradecida a Dios porque no le faltan seminaristas, necesita muchos más para atender las necesidades de la diócesis y de la Iglesia universal. Pidamos al Señor que no falte entre nosotros esa “Pasión por el Evangelio”, que mueva a muchos a seguir la llamada del Señor.
Recibid mi afecto y mi bendición
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba