Hace unos días me decía una persona que se consideraba católica, pero que había cosas de la Iglesia que no podía aceptar, por ejemplo la postura de la Iglesia ante el aborto. Otros muchos te dicen que ellos sí creen en Jesucristo, pero no a la Iglesia, con lo cual evidentemente el problema que se plantea es: ¿es posible una Religión y una Iglesia Católica a la Carta? Me parece que para contestar a esta pregunta lo primero que tenemos que plantearnos es qué entendemos por fe.
Para contestar a esta pregunta he agarrado tres Catecismos: el Astete, el de la Iglesia Católica y el YouCat, es decir el Catecismo Joven, más parte de la homilía en la Misa de Cuatro Vientos.
En el Astete se nos dice que creemos “porque Dios Nuestro Señor así lo ha revelado y la santa Madre Iglesia así nos lo enseña”, y lo que principalmente tenemos que creer son “los Artículos de la Fe, es decir los Misterios más principales de ella, principalmente como se contienen en el Credo”.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “la fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él” (nº 153), así como que “sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por Él reveladas” (nº 154). Por su parte el YouCat a la pregunta ¿qué es la fe?, responde. “La fe es saber y confiar. Tiene siete rasgos: 1) La fe es un puro don de Dios, que recibimos, si lo pedimos ardientemente, 2) La fe es la fuerza sobrenatural que nos es necesaria para obtener la salvación; 3) La fe exige la voluntad libre y el entendimiento lúcido del hombre cuando acepta la invitación divina; 4) La fe es absolutamente cierta , porque tiene la garantía de Jesús; 5) La fe es incompleta, mientras no sea efectiva en el amor; 6) La fe aumenta si escuchamos con más atención la voz de Dios y mediante la oración estamos en un intercambio vivo con él…”(nº 21).
En su homilía de Cuatro Vientos, el Papa dijo: “En su respuesta a la confesión de Pedro (Mt 16,16), Jesús habla de la Iglesia: “Y yo a mi vez, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”(Mt 16,18). ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como su Iglesia (cf. Mt 16,18). No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1 Cor 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza”… “seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión con la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta o de vivir la fe según la mentalidad individualista que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él”. (Misa del 21-VIII-2011).
De lo dicho queda claro que, como dijo San Agustín: “en las cosas necesarias, unidad, en las dudosas, libertad, y en todas, caridad”, en lo necesario, es decir en las verdades de fe, no podemos andar con un Jesucristo ni con una Iglesia católica a la Carta, es decir tomo lo que quiero y dejo lo que no me apetece. La consecuencia es clara: el ser católico supone el seguimiento de Cristo, el aceptar que Él es “la Verdad” (Jn 14,6), lo que supone aceptar un conjunto de verdades como las contenidas en el Credo, como pueden ser la divinidad de Jesucristo, su resurrección o la virginidad de María. No aceptar consciente y libremente una verdad de fe, significa dejar de ser miembro de la Iglesia.
Algo parecido pasa con algunos preceptos morales. El quinto mandamiento dice: “No matarás” (Ex 20,13). Juan Pablo II, en la Encíclica “Evangelium vitae” afirma: “El absoluto carácter inviolable de de la vida humana inocente es una verdad moral explícitamente enseñada en la Sagrada Escritura, mantenida constantemente en la tradición de la Iglesia y propuesta de forma unánime por su Magisterio” (nº 57). “Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como ‘crimen nefando’ (GS 51)” (nº 58).
Está claro que si uno quiere decirse católico, no puede tener una religión a la Carta, sino tiene que aceptar por lo menos lo que es parte esencial de la doctrina de Cristo y de su Iglesia, que, como hemos dicho antes, es el Cuerpo de Cristo.
Pedro Trevijano.