15.06.16

La masacre en Orlando y la Ley del mar y la ola

El discurso políticamente correcto, con motivo de la masacre del sábado 11 de junio de 2016 en la ciudad de Orlando, Florida, va más o menos de la siguiente forma:

Estamos frente a un ataque homófobo que demuestra hasta dónde son profundas las raíces de la intolerancia en tantas partes. Mientras enviamos un saludo de condolencia a los heridos y a las familias de las víctimas, debemos asegurarnos de hacer más difícil el acceso a las armas, debemos mejorar nuestros servicios de inteligencia antiterrorista y sobre todo debemos insistir por todos los medios en la construcción de una sociedad incluyente en la que estos actos resulten imposibles. Ello supone inculcar a todos, desde la más temprana edad, el mensaje de la tolerancia hacia todas las orientaciones sexuales, y supone castigar duramente todo iscurso homófobo, venga de donde venga, con especial atención a las religiones, y sobre todo al cristianismo.

Tal es el mensaje que, con algunos adornos de más o de menos, han enviado los líderes que el mundo padece actualmente, incluyendo a la reina Isabel II, David Cameron, Francois Hollande, y por supuesto Barack Obama. Las naciones se unen para “pagar tributo,” como si se tratara de héroes, a las víctimas del espantoso crimen que segó sus vidas el pasado 11 de junio. De modo que en la zona exlusiva de Soho, en Londres, se observa con piedad laicizada un minuto de silencio; la torre Eiffel se viste del secuestrado arco iris, en Sidney se celebra un secularizada vigilia por las víctimas, y así sucesivamente.

Por supuesto, la irracionalidad y brutalidad de una matanza semejante están fuera de cuestionamiento. Nada puede justificar un acto de agresión que alcanza a acercarse a lo que se hace con tantos fetos humanos antes de nacer. Se trata de un crimen perpetrado y realizado con frialdad, crueldad y altísima sevicia que despierta indignación, asco y repulsa en todos. Eso está claro.

Quien desee quedarse con la versión políticamente correcta, puede parar aquí su lectura. El que quiera seguir, que lo haga asumiendo el riesgo de leer cosas que le pueden cuestionar.

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6.06.16

Las otras viudas de Naím

Homilía en un Congreso Católico Eucarístico, en Modesto, California.

Resumen: Detrás de las características más visibles de las dos viudas que aparecen en las lecturas de hoy está una condición de durísima desprotección, que es ocasión para que se manifieste la solicitud amorosa y compasiva de Dios por aquellos que no tienen a nadie que vele por sus derechos o se interese por sus necesidades. Ello nos obliga a preguntarnos quiénes son los desvalidos de hoy y cuáles son las actitudes nuestras, y de nuestras familias y comunidades, por aquellos que poco a poco vamos marginando y olvidando.

28.05.16

Bienaventurados

He conocido personas que viven en los confines de sí mismas.

Se han vuelto ajenas a sus mejores sueños y se han dejado exiliar de sus más preciados tesoros.

Da la impresión de que el centro de su existencia les resulta desconocido, como un lugar al que se tiene miedo, y entonces huyen de las preguntas fundamentales mientras van dejando pasar el tiempo en el ciclo asfixiante de producir, consumir y entretenerse.

Para no escuchar las voces profundas–el llamado mismo de la eternidad, que se acerca inexorablemente–han poblado de ruidos su día y su noche, de principio a fin. Si alguna cuestión ardua golpea su conciencia, como queriendo despertarla, entonces se vuelven instintivamente a los murmullos de la masa, y pronto encuentran una semejanza de tranquilidad en las cobijas de la opinión del momento.

Por ese camino se llama “verdad” a la noticia que más suene; es “bello” lo que más se vende en el centro comercial de moda; es “bueno” lo que todos hacen; es “feliz” el que sale con mayor frecuencia en los medios; lo “normal” lo define la estadística y ser “agradable” significa estar bien domesticado.

¡Tantos hombres y mujeres, celosamente moldeados por estas definiciones, siempre mudables y desechables, se consideran relevados de pensar, de preguntar, de disentir, de oponerse! ¿Y para qué oponerse, al fin y al cabo, si nada que uno diga o haga podrá importar? Por ello esta gente, vestida de una sonrisa a medias, que igual significa resignación que alegría fugaz, huyen del día hundiéndose en los torbellinos de la noche. La vida, según este esquema, es aguantar, jugar bien las cartas, reírse del absurdo, colgar sobre el vacío, y tener solo admiración por aquellos que un día cortan el hilo y se lanzan a la nada.

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30.04.16

Ultimátum

Algunos están destinados a no encajar en el tiempo presente porque son como visitantes de un futuro que la sociedad y la Iglesia todavía no conocen.

A estos tales sólo les quedan dos caminos mutuamente excluyentes: o la fidelidad cargada de silencio y de humilde entrega en las manos de Dios, que es fuente viva del don teologal de la esperanza, o la rebeldía, que, no importa cómo se disfrace, al final sólo será traición a la Sangre inocente del Cordero.

Hemos de orar entonces, y revisar sin escrúpulo pero sí con detalle nuestra conciencia, porque si Dios nos ha elegido para que seamos imagen de lo que el mundo ha de ser, nos equivocamos al tratar de asemejarnos a lo que el mundo ahora mismo es, y a las cadenas bien decoradas que con hipócrita sonrisa nos ofrece.

Sólo hay estas dos posibilidades: o rebelarse contra Dios, para perdición eterna, o rebelarse contra el mundo, en la medida en que su lógica absorbente y seductora, arrogante y amenazante pretende encadenarnos al pie de sus altares y sus ídolos.

Bienaventurados aquellos que han respirado la libertad de la Pascua; bienaventurados los que alcanzan a ver el veneno aunque venga cubierto de miel; bienaventurados los que todavía ven la Cruz de Cristo y la saludan con palabra reverente: ¡Salve, oh Cruz, única esperanza nuestra!

22.04.16

Amoris laetitia - ¿Y ante la confusión, qué?

Así como no se puede tapar el sol con un dedo, tampoco se puede ocultar la perplejidad que muchos fieles experimentan ante un documento tan esperado como es Amoris laetitia, la exhortación apostólica postsinodal con que el Papa Francisco ha presentado tanto las conclusiones del sínodo 2014-2015, como las directrices pastorales que él considera coherentes con lo discutido durante los pasados dos años.

La perplejidad aumenta por dos razones. En primer lugar, hay voces de gran autoridad que están sacando conclusiones diversas, incluso opuestas, mientras afirman basarse en las palabras del Papa. Así por ejemplo, mientras que Mons. Lingayen Dagupan, arzobispo presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas, invita a que “ya” se abra espacio en la mesa de la eucaristía a los que están en relaciones “rotas,” al mismo tiempo, Mons. Livio Melina, presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II, recuerda a todos que comulgar en esas condiciones entraña pecado grave. (Más información sobre este tipo de divergencias en el magnífico artículo del P. José Ma. Iraburu sobre el Cap. VIII de AL). Nadie que ame a la Iglesia puede llamar a esto una situación particularmente deseable para la Iglesia y su obra evangelizadora.

En segundo lugar, vivimos tiempos de gran crispación en los que los juicios apresurados y absolutos desfilan en todo tipo de ambientes y conversaciones. Hay amigos que, después de asegurarme que la sede de Pedro está vacante, es decir, que no hay legítimo Papa en este momento, me han dado un portazo y me han bloqueado en Facebook. Es una afirmación absurda que de ninguna manera comparto pero que muestra que el volumen de las discusiones ha hecho saltar los quicios mínimos del respeto y la prudencia. Mientras que algunos quieren presentar todo lo anterior al Papa Francisco como una caverna fría de legalismos y abstracciones, otros quieren que veamos en nuestro Papa a una especie de infiltrado, venido de otro tipo de oquedad, sulfurosa y perversa. Y repito: nadie que ame a la Iglesia puede llamar a esto una situación particularmente deseable para la Iglesia y su obra evangelizadora.

Por eso la pregunta: Ante la confusión, ¿qué? Ofrezco algunas sugerencias:

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