Lo que se explica de la Iglesia en las clases de Historia de la escuela concertada cristiana

Un ejercicio muy saludable de contacto con la realidad de la escuela concertada católica en Cataluña seria escuchar cómo se trata a la propia Iglesia desde un punto de vista histórico en la clases de Historia de Secundaria y Bachillerato.

Con todas las excepciones que se puedan indicar, estoy convencido de que con una altísima probabilidad si las escuelas cristianas lo fuesen de verdad, constituirían un compartimiento estanco resguardado de las tonterías relativas a la historia de la Iglesia que se divulgan por doquier. Como en otros aspectos pedagógicos, la mayoría (salvo excepciones) de la escuela católica catalana se confunde en el papanatismo intelectual reinante. Y es que éste es uno de los problemas de buena parte de la escuela concertada católica: haberse rendido y entregado sus armas al pensamiento dominante, en este caso a la filosofía de la Historia progresista, profundamente anticatólica.

En la escuela católica catalana, conscientemente o por desidia, la filosofía de la Historia progresista impregna las enseñanzas de la Historia en demasía. Un gran ejercicio de autolesión y acriticismo que forma parte del gran sentimiento de culpabilidad y auto-odio que provocó el marxismo en muchas conciencias católicas. Y lo que da más pena es que, con lo periclitado que está el marxismo, aun tenga tanta vida semejante inercia intelectual. Cosas de Cataluña.

Seguro que existen excepciones, como los centros propiedad del Grupo CEU (Abad Oliba) (Loreto y Spínola, y la propia universidad en Bellesguard). Supongo que también las escuelas del Opus Dei. Pero en conjunto, una minoría entre la enorme masa de una escuela concertada católica en Cataluña, altamente adocenada por lo que respecta al pensamiento políticamente correcto nacional-progresista. Por lo general, escuelas católicas con menos problemas de disciplina que la pública; pero que destacan muy poco por cultivar entre sus alumnos un criterio, en el sentido cristiano a que se refería Balmes. Todo ello sumado a la pobre formación espiritual y al reduccionismo del cristianismo a una pátina sentimentaloide de solidaridad muy en la línea del humanismo buenista del socialismo utópico. Pero este último aspecto, no es el tema de hoy.

En el Antiguo Régimen la Iglesia no pagaba impuestos

Vamos a poner un ejemplo de esta asunción acrítica de la versión vulgarizada de la filosofía de la Historia progresista que campa por nuestro mundo escolar. “En el Antiguo Régimen la Iglesia no pagaba impuestos”: es uno de los muchos dogmas con que se aporrea a los chavales en las clases de Historia de la ESO y el bachillerato.

Sea en centros públicos o privados concertados, incluidos los católicos, la mayoría aplastante de alumnos, al llegar a la lección de la Revolución Francesa y sus causas, tendrán que oír este mantra y repetirlo en el examen si no quieren suspender. Y no es el único caso ni el único país. Y es que chez nos voisins , el alumno de bachillerato también se tendrá que enfrentar a comentar grabados como el que encabeza este artículo .

No es éste el único tópico. Otro que también ha hecho fortuna es el de la pirámide feudal, figura geométrica triangular de alto vértice y con peldaños que ilustra siempre la lección sobre la Edad Media. Una manera gráfica para que el alumno empiece a razonar históricamente con categorías marxistas. Una Kulturkampf en toda regla librada entre pupitres y bolsas Nike de deporte.

El alumno bien adoctrinado aprenderá que el eclesiástico del Antiguo Régimen era un parásito al servicio de los que detentaban el poder y el dinero. Succionaba recursos de los pobres a cambio de proporcionarles el opio de una religión que predicaba la resignación. Si bien esto no se explicitará de manera tan cruda, a ello llegará en su subconsciente por poco que complemente la explicación superficial de su profesor con la visión, en su libro de texto, del típico grabado que a la sazón ilustrará la lección respectiva. Allí aparecerá el clero junto a la aristocracia oprimiendo al tercer Estado (el pueblo) (ver ilustración inicial de este artículo).

Muy difícil será que alguien le ilustre sobre el carácter propagandístico y para nada neutro de dicho grabado. Tampoco del contexto estricto de quién lo realizó, y dónde, quién y cuándo lo publicó. El alumno creerá que está situación es el resumen de la historia del clero en Europa desde la Edad Media. Simple y claro. No aparecerán en su libro de texto imágenes sobre el exterminio de La Vandée que en nombre de los ideales de la Revolución francesa se convirtió en el primer exterminio de población civil en masa de la Edad contemporánea. Tampoco que gracias a la Iglesia y a su esfuerzo escolar, Francia tenía unas tasas de analfabetismo sorprendentemente bajas para la Europa de los años inmediatamente anteriores a la Revolución Francesa. Tampoco le quedará muy claro por qué el clero como estamento se unió al Tercer estado en el juramento del Jeu de Paume que inició la Asamblea Nacional en Francia en 1789. Y por descontado ni por asomo se le informará de que años más tarde, Pio IX iba a poner en práctica una constitución de carácter parlamentario liberal (políticamente hablando; la reforma de Giacomo Antonelli) para los Estados Pontificios si no lo hubieran evitado los revolucionarios de 1848-1849 de Mazzini y compañía. Y es que para la historia escolar sólo vale el trazo grueso cuando se habla de la Iglesia.

Algún profesor más refinado hará caer en la cuenta al alumno de que los países donde triunfó la Revolución industrial y la libertad política fueron los de raíz protestante. Seguramente se citará la obra de Max Weber sobre el espíritu del capitalismo. Pero ¿qué escuela católica catalana citará El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la civilización europea de Balmes, donde se refuta la tesis de Guizot según la cual la Reforma es el origen de la libertad política en Europa? Citar a Balmes (que debe ser un filósofo kazako) en la escuela católica catalana es casi un tabú. Ni citar la cara de más de un profe, poco amigo de matices, al proponerle la tesis de que de no haber sido por los estragos de la Revolución Francesa y el cuarto de siglo perdido, la no protestante Francia hubiera adelantado a Inglaterra en la Revolución industrial.

Lisa y llanamente estamos dominados historiográficamente por una filosofía de la Historia anticatólica que es profundamente NO neutral. Se trata de una filosofía de la Historia gestada durante el siglo XVIII por una parte de la Ilustración. Bien acogida en los países protestantes, especialmente los anglosajones, es útil para ellos pues sirve para justificar sus éxitos como naciones gracias a la emancipación de la razón de la “ofuscación” católica. Lo demás van siendo fotocopias de la misma fotocopia hasta llegar a los pupitres.

Vulgarizadas hasta la saciedad, estas categorías de análisis son las que rigen, desgraciadamente, como los grandes criterios con que interpretar la historia de nuestro panorama escolar (la subyacente Filosofía de la Historia). Algunos dirán que se trata de un caso más de colonialismo cultural de los países protestantes sobre los católicos. Otros de una manifestación de una pobreza de espíritu que anula cualquier intento de verificar, en la realidad histórica de las cosas, una filosofía de la Historia que subyace e impregna la presentación de la misma.

Muchos estudiantes quedan marcados año tras año y para siempre, pues pocos serán los que contrastarán las afirmaciones que se les enseñó durante su etapa escolar con obras de mayor profundidad. Todos pasan por los manuales escolares a la moda, con el “imprimatur” de la Conselleria. Pero muchos menos leerán a especialistas que han dedicado su vida a la investigación histórica. Muchos hablarán de la Inquisición en la Edad Media sin leer ni un párrafo con una mínima solvencia académica sobre el tema, como los que a este tema dedicó la clarividente medievalista Regine Pernaud, conservadora honoraria de los Archivos Nacionales de Francia. Por cierto, una sensata feminista bien alejada de toda ideología de género.

Otros no pocos alumnos durante el fin de semana visionarán la última película de éxito situada en la Edad Media, donde los eclesiásticos aparecerán por enésima vez como fanáticos, cuando no huraños conspiradores, sólo atentos al poder y al dinero. Pero por las manos de muy pocos pasarán clásicos de la medievalística como La Invención de la Edad Media de Jacques Heers, cuyo título original es Le Moyen Age, une imposture.

Abramos los manuales escolares de nuestros alumnos, repasemos los estímulos visuales que recibirán por medio de selectas fotografías para apoyar con imágenes los contenidos textuales (una imagen vale más que mil palabras).

¿Acaso el grabado que encabeza este artículo resume la historia de la Iglesia en el siglo XVIII? ¿Y por qué no uno sobre la labor escolar en las escuelas para niñas que abrió el obispo Josep Climent en la Barcelona de las Luces, ejemplo local de lo que sucedió por toda Francia? ¿Acaso los Hôtel Dieu (hospitales) que por decenas jalonan la geografía de nuestro país vecino no funcionaban durante el siglo XVIII? ¿Acaso no era abrumadora la presencia de eclesiásticos entre los subscriptores de la Enciclopédie ? ¿Acaso no se enseñaba la ciencia más innovadora en aquel tiempo en los gabinetes científicos de los colegios jesuitas galos? ¿Acaso no son casi siempre eclesiásticos los redactores de manuales de mejora de la Agricultura durante este siglo? ¿Acaso la cultura jurídica del constitucionalismo decimonónico no tiene un substrato basado en el derecho natural cristiano como afirmaban -porque no podía ser de otra manera- desde Kant a Jefferson?

Se explica en Francia la anécdota real de cómo en una encuesta sobre la formación histórica entre los “lycéens” (estudiantes de instituto = bachilleres) del país, la mayoría creía que Galileo había muerto en la hoguera en la Edad Media por defender la teoría de que el sol era el centro del universo (teoría heliocéntrica).

Pero en el Antiguo Régimen la Iglesia no pagaba impuestos. Así nos lo recordarán. Pero ¿cuantos leerán en la obra de Maximiliano Barrio, El Clero en la España moderna, página 72 nota 102 que en 1648, por ejemplo, el conjunto de rentas eclesiásticas en Castilla y León importaban 114.400.000 reales de vellón, de los cuales pasaban al Estado 55.286.000, es decir el 48′3%, en conceptos de tercias reales, mensas maestrales, mesadas eclesiásticas, subsidio de galeras, excusado, impuesto de millones, gravámenes sobre las encomiendas de las Ordenes Militares, pensiones sobre las mitras…? ¿Y de lo que sobraba quién evaluará qué parte se destinaba a fines sociales de todo tipo pasando de la beneficencia al sostenimiento de las bibliotecas públicas episcopales? Seguramente esto forma parte de la historia aburrida e incómoda para confirmar los tópicos.

Guilhem de Maiança