(E.Pentin/Zenit/InfoCatólica) El prefecto de la Signatura Apostólica comenzó su conferencia a los líderes pro-vida de 45 países, reunidos en Roma en el Congreso-Oración Mundial de la organización Human Life International, afirmando que la sociedad se encuentra en “un período de duro y crucial combate” por la promoción de una cultura de la vida, agravado por la tentación de relativizar la autoridad del Magisterio, contrastándolo “con su individualismo y búsqueda de sí mismo”.
Mons. Burke reclamó en primer lugar a los obispos que prediquen la ley moral natural, recordándoles que el Papa Benedicto XVI exhortó a los obispos “a ser conscientes de los retos de la hora presente y tener el coraje para hacerles frente”. Al destacar que el obispo, como principal maestro de la fe y la moral en su diócesis, tiene la especial “carga pesada y constante” de dar sana doctrina, el prelado hizo hincapié en que la obediencia al Magisterio es una virtud, que se obtiene “a través de la práctica” de tal obediencia.
El Prefecto, que también es miembro de la Congregación para los Obispos, resaltó que “tanto los obispos como los fieles” deben obedecer al Magisterio, que definió como la doctrina de Cristo tal como es transmitida por el sucesor de Pedro y los obispos en comunión con él. “Cuando los pastores del rebaño son obedientes al Magisterio”, entonces “los miembros del rebaño crecen en la fidelidad y el seguimiento de Cristo por el camino de la salvación”, dijo. “Si el pastor no es obediente, el rebaño es conducido fácilmente a la confusión y al error”. Citando al profeta Zacarías, dijo que el pastor puede ser “especialmente tentado” por Satanás, que sabe que “si puede paralizarle, tendrá más fácil su tarea de dispersar al rebaño”.
Las dificultades para obedecer
“La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios”, subrayó Mons. Burke, y recordó las palabras de un sabio profesor de derecho canónico que a menudo decía a la clase que “cuando hay problemas con la castidad, hay problemas con la obediencia”. La rebelión contra la verdad moral, señaló, “es una rebelión contra Dios y todo lo que nos enseña”.
Reconoció que la obediencia al Magisterio es “difícil de enseñar”, agregando que “Satanás no duerme” y en la cultura de hoy, tienta a la humanidad a actuar “como si Dios no existiera”. Satanás defiende “un individualismo radical y el propio interés, que nos aleja del amor de Dios y el amor de unos a otros”, dijo.
El prelado destacó también que la cultura de hoy “nos invita a creer lo que nos agrada y rechazar lo que nos resulta difícil”, lo que conduce a un “catolicismo de cafetería”, que “escoge y elige qué partes de la fe llevar a la práctica”.
El rechazo de la Humanae Vitae y sus consecuencias
Mons. Burke, que es también miembro de la Congregación para los Obispos, afirmó que
“el ejemplo más trágico de la desobediencia de la fe, también por parte de algunos obispos, fue la respuesta a la Carta Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, publicada el 25 de julio de 1968: Tras su publicación, la encíclica fue rechazada por muchos dentro de la Iglesia Católica por muchos, incluyendo sacerdotes y obispos, que habían creído que la Iglesia cambiaría su postura sobre la anticoncepción. Las consecuencias de esa disidencia, dijo, han llevado a muchos católicos a una vida habitual de pecado en lo que se refiere a la procreación y la educación de la vida humana”.
Anteriormente, había puesto de relieve un presupuesto de la actual batalla para preservar una cultura de la vida, que es “una visión errónea de la sexualidad humana, que trata de eliminar por medios mecánicos o químicos la naturaleza esencialmente procreativa del acto conyugal”. Y agregó:
“La llamada mentalidad anticonceptiva es anti-vida y la manipulación del acto conyugal, como el Papa Pablo VI proféticamente preveyó, ha dado lugar a muchas formas de violencia en el matrimonio y la vida familiar”. “Una vez que la unión sexual deja de entenderse según su propia naturaleza, la procreación, se abusa de la sexualidad humana en formas que son profundamente perjudiciales y en formas destructivas para los individuos y para la misma sociedad”.
La respuesta, dijo, es el avance de la cultura de la vida, a través de la “proclamación de la verdad de la unión conyugal en su plenitud y la corrección del pensamiento anticonceptivo que teme a la vida, que teme la procreación”.
Desobediencia pública a la doctrina y moral católicas
El arzobispo Raymond Burke se refirió luego a la tendencia actual a compartimentar la fe, y la “hipocresía” de algunos católicos cuando intervienen en la política, medicina, negocios u otras actividades humanas, diciendo que personalmente apoyan la verdad respecto a la inviolabilidad de la vida humana inocente e indefensa, pero cooperando luego con los ataques contra los no nacidos, los enfermos, o las personas con necesidades especiales.
Lamentó que muchos hayan llegado a confundirse acerca de “las verdades más elementales”, como la dignidad inviolable de la vida humana inocente desde la concepción hasta la muerte natural, y el matrimonio entre un hombre y una mujer “como la primera e insustituible” fuente de la vida y de la sociedad. También se refirió a quienes se llaman a sí mismos católicos, pero apoyan el reconocimiento por el Estado del matrimonio del mismo sexo. “No es posible ser un católico practicante y actuar uno mismo en público de esta manera”, dijo entre aplausos.
El escándalo público
Las palabras más fuertes de Mons. Burke se refirieron a la ausencia de reparación pública por el daño causado por la desobediencia al Magisterio. Tales acciones u omisiones, en relación con leyes que destruyen la vida humana inocente, dejan a los ciudadanos en general “confundidos”, conduciéndolos al error “sobre los principios básicos de la ley moral”. Señaló que hoy hay gran temor a hablar de escándalo, como si fuera un fenómeno propio de personas de “mentes estrecha o ignorante y por lo tanto una herramienta usada por algunas personas para condenar a los demás precipitada y equivocadamente”.
El Prefecto de la Signatura Apostólica expresó una preocupación, con la que sintonizaba plenamente con los activistas católicos pro-vida que asistían a su conferencia: “Una de las ironías de la situación presente es que quien se escandaliza por la actuación pública gravemente pecaminosa de otro católico es acusado de falta de caridad y de crear división dentro de la unidad de la Iglesia”, dijo. “Ahí se ve la mano del Padre de la Mentira, que trabaja para descartar que pueda darse el escándalo o para ridiculizar e incluso censurar a quienes lo sufren”, añadió.
La advertencia del Señor a quienes inducen a otros a pecar fue muy contundente, recordó a los oyentes. Por esta razón, dijo, la “disciplina perenne de la Iglesia prohíbe dar la Sagrada Comunión o las exequias religiosas a qienes persisten, después de haber sido amonestados, en estado de grave violación de la ley moral”.
“Se dice que esta disciplina que la Iglesia ha observado a lo largo de los siglos pretende dar un juicio sobre el destino eterno de un alma, juicio que sólo pertenece a Dios, y que por tanto puede ser obviado”, explicó. “Por el contrario, es esa acción pública del alma la que viola la ley moral, y daña profundamente a todos los que han sido confundidos y llevados a error por estas acciones”. “La Iglesia encomienda a todas las almas a la misericordia de Dios, que es mucho mayor que cuanto podemos imaginar, pero esto no le exime de proclamar la verdad de la ley moral, también mediante la aplicación de su doctrina permanente, por el bien de la salvación de todos”, aseguró.
La reparación pública
Mons. Burke añadió que “cuando una persona ha apoyado o cooperado culpablemente en actos gravemente pecaminosos, llevando a muchos al error y la confusión sobre cuestiones fundamentales en materia de respeto a la vida y la integridad del matrimonio y la familia, su arrepentimiento de estas acciones también debe ser público”.
Hizo hincapié en que la responsabilidad es “especialmente grave” para los líderes políticos. “La reparación del escándalo comienza con un reconocimiento público de su propio error y una declaración pública de adhesión a la ley moral”, explicó. “El alma que reconoce la gravedad de lo que ha hecho entiende de inmediato la necesidad de reparar públicamente”.
La verdad en la caridad y la unidad de la Iglesia
“En el pensamiento de una sociedad gobernada por la tiranía del relativismo y donde la corrección política y el respeto humano es el criterio último de lo que hay que hacer, la idea de que pueda llevarse a alguien a equivocarse moralmente no tiene mucho sentido”, dijo. Lo que considera perjudicial, continuó, es que “alguien no respete lo políticamente correcto y por lo tanto sea un perturbador de la llamada paz social”. El Prefecto de la Signatura Apostólica continuó reflexionando:
“Pero mentir o no decir la verdad no es nunca señal de caridad. Una unidad que no esté basada en la verdad de la ley moral no es la unidad de la Iglesia. La unidad en la Iglesia se fundamenta en decir la verdad en la caridad. La persona que es escandalizada por acciones públicas de católicos que son gravemente contrarias a la ley moral, necesitan que la Iglesia repare lo que es claramente una grave herida en Su vida. Si esa persona no se escandalizara por el apoyo público a los ataques contra la vida humana y la familia, sería porque su conciencia estaría ofuscada o deformada en relación con las realidades más sagradas”.
“La batalla es feroz y las fuerzas contrarias son muchas y muy inteligentes –concluyó– pero la victoria ya ha sido ganada, y el vencedor nunca deja de acompañarnos en nuestra lucha”.