(Vatican.news/Infocatólica) «Creo que esta Encíclica debe ser leída, hoy, en su actualidad, que tiene que ver con la generatividad de las relaciones humanas». Así se expresa monseñor Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida, al reflexionar con Vatican News sobre algunas cuestiones centrales planteadas por la Humanae vitae de Pablo VI, en el centro de una conferencia en Roma organizada por la Cátedra Internacional de Bioética Jérôme Lejeune (19 y 20 de mayo).
Monseñor Paglia, usted afirmó en el pasado que la bioética nos impulsa a reflexionar sobre el tema de la vida en todos sus aspectos. Hoy estamos llamados a abordar la salvación tanto del planeta como de la humanidad, y la dimensión de la bioética global requiere una alianza entre todas las ciencias. En este sentido, mirando a los documentos de la Iglesia, ¿cuál es su valoración de la Encíclica Humanae vitae, 55 años después de su publicación?
Me gustaría detenerme en un aspecto que considero esencial. Me refiero al nexo constitutivo entre sexualidad, amor esponsal y generación, que es el tema de gran actualidad de la Humanae vitae. La afirmación se encuentra en el n. 9, donde Pablo VI recuerda las cuatro «características» fundamentales del amor conyugal: un «amor plenamente humano, es decir, al mismo tiempo sensible y espiritual», un «amor total, es decir, una forma muy especial de amistad personal», un «amor fiel y exclusivo hasta la muerte», un «amor fecundo». El amor conyugal, como tal, es fecundo, superando de una vez la vieja cuestión de la relación entre los fines del matrimonio, el fin primario (prolis generatio et educatio) y el fin secundario (mutuum adiutorium y remedium concupiscentiae). De este modo, la fecundidad de la generación se concebía como un rasgo intrínseco del amor conyugal y no como un añadido posterior al mismo. Como sabiamente hemos comprendido hoy, es necesario preguntarse cómo la cuestión planteada por la Humanae vitae puede seguir alimentando la comprensión del nexo entre sexualidad, amor esponsal y generación, que ha surgido con mayor claridad a la luz de la perspectiva personalista. Y por eso considero muy importante que sigamos reflexionando y discutiendo sobre el tema, como ha reiterado el Papa Francisco, durante el vuelo de regreso de Canadá, precisamente a propósito de los anticonceptivos, afirmando que el deber de los teólogos es la investigación, la reflexión teológica. No se puede hacer teología con un «no» delante. Después será el Magisterio el que diga: «No, has ido demasiado lejos, vuelve atrás». Pero el desarrollo teológico debe ser abierto, para eso están los teólogos.
¿Cuál es el mensaje y el valor de la Encíclica?
El reconocimiento de la conexión inseparable entre el amor conyugal y la generación en la Humanae vitae no significa que toda relación conyugal deba ser necesariamente fecunda. Con esta afirmación, la Encíclica retoma la declaración inicial de Pío XII en la famosa Alocución a las obstétricas de 1951. Por eso, retomando además una intuición muy feliz del Concilio (GS n. 50 y 51), Pablo VI reconoce que la procreación debe ser «responsable» y -como es sabido- señala los métodos naturales como camino para realizar esta responsabilidad. Posteriormente, en la Exhortación postsinodal Familiaris consortio, Juan Pablo II subrayará la necesidad de una reflexión teológica que profundice -más allá del mero perfil biológico- en el significado antropológico y moral de la «elección de los ritmos naturales»: ésta, en efecto, «comporta la aceptación del tiempo de la persona, es decir de la mujer, y con esto la aceptación también del diálogo, del respeto recíproco, de la responsabilidad común, del dominio de sí mismo» (32 d).
En el párrafo 14 de la Humanae vitae, Pablo VI afirma que todo medio que impida la procreación es ilícito, prohibición que habría provocado un distanciamiento entre los fieles y el Magisterio. ¿Qué piensa al respecto?
Por mi parte, estoy de acuerdo con todos los pasajes de la Humanae vitae. No encontrará a nadie más firme y tenaz en la defensa de la vida humana que yo. Creo que esta Encíclica debe leerse en su actualidad, que concierne a la generatividad de las relaciones humanas. Nos enfrentamos a desafíos de época: en los años sesenta, la «píldora» parecía el mal absoluto. Hoy tenemos desafíos aún mayores: la vida de toda la humanidad está en peligro si no detenemos la espiral de los conflictos, de las armas, si no desactivamos la destrucción del medio ambiente. Me gustaría que hubiera una lectura que integrara la Humanae vitae con las encíclicas del Papa Francisco (y de Juan Pablo II) y con Amoris laetitia, para abrir una nueva era de humanismo integral. Integral, abandonando las lecturas parciales. Después de todo, el cardenal Zuppi, en su mensaje a la conferencia, escribe que es «muy importante que evitemos proceder por círculos estrechos y homogéneos, que al final tendrían la intención de reiterar las posiciones de los participantes, sin activar un diálogo sincero y auténtico». Esto es verdad, porque -repito- hoy el desafío de la continuidad, de la protección, del desarrollo, de la vida humana, debe situarse a escala completa, como nos enseñan Laudato si' y Fratelli tutti.
¿Es posible vincular, y si es así cómo, la Encíclica Humane vitae con la Exhortación Apostólica Amoris laetitia?
El vínculo es la familia. Posicionándose como paradigma generador de relaciones antropológicas fundamentales, la familia se revela como «motor de la historia», auténtica escuela de vida, abierta a la sociedad y al mundo, «laboratorio» de las relaciones humanas y de la responsabilidad civil. Así, de generación en generación, la familia se abre al mundo y transmite un modo de habitarlo, marcado no por la posesión y la dominación despótica, sino por el don y la responsabilidad, según el estilo de esa ecología integral que el Papa Francisco ha delineado en la Encíclica Laudato si'. En este horizonte, también se comprende bien el profundo vínculo entre familia e Iglesia. El Papa Francisco ya lo enuncia en el capítulo tercero de Amoris laetitia, cuando afirma que «la Iglesia es una familia de familias» (AL 87) y añade: «la Iglesia es buena para la familia, la familia es buena para la Iglesia» (87).