(Arch Madrid) «Hay caminantes que buscan e implantan el bien, el amor, la justicia, la solidaridad –explica–, caminantes que destierran de sus vidas la cerrazón, el resentimiento y la agresividad».
Recuerda el purpurado esta semana a san Benito, que en su regla manifestó que «lo más grande era la santidad» y que tuvo la experiencia de que «cuando se entra en una relación profunda con Dios, no podemos contentarnos con vivir mediocremente, con un modo de vivir de mínimos o con una superficialidad que nos lleva a vivir solo para nosotros mismos». Así, el santo es aquel que queda fascinado por lo que el Papa Benedicto XVI llama la belleza de Dios y su verdad perfecta, y se va transformando, «disponible a renunciar a todo e incluso a sí mismo, pues le basta el amor de Dios que experimenta en el servicio al prójimo».
Educar para la santidad requiere «educadores creyentes y creíbles» que sean capaces de defender «los principios e ideales que inspiran su vida, que no son otro más que Jesucristo»; educadores «de entrega total», con una vida vivida «desde la lógica de la fe, en muchas ocasiones contracorriente»; y educadores «promotores de la paz y creadores de puentes».