El obispo aseguró que «las terribles noticias de la última semana en Colombia ponen de manifiesto que el horror de la guerra en distintas regiones sigue pisoteando la vida humana. Podemos estar con «tapabocas», pero no podemos callar ante la creciente violencia que se ensaña contra nuestros pueblos, como un monstruo destructor que crece en nuestro país».
Ante las masacres perpetradas contra jóvenes en Cali y en Samaniego (Nariño), el prelado dijo que «de ninguna manera podemos callar ante el hostigamiento y presión despiadada de los grupos armados ilegales contra las comunidades rurales y urbanas, con lo cual limitan la libertad de nuestros pueblos, generan una anticultura de muerte y de miedo».
Asimismo, manifestó que como Iglesia no se puede «callar cuando fuerzas macabras pretenden destruir a sangre y fuego la esperanza de los colombianos».
Dos crímenes espantosos
Ocho estudiantes fueron asesinados el pasado sábado en Nariño, cuatro días después de que cinco adolescentes fueran degollados en Cali.
Las autoridades intentan determinar si el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última guerrilla activa en Colombia, está detrás de lo sucedido.