(Pablo J. Ginés/La Razón) “Nací en Milán en 1941, mi padre era el secretario regional del Partido Comunista Italiano (PCI). Con 21 años, yo ya estaba en Roma como miembro del Comité Central del Partido”, recuerda Brandirali. “El PCI me parecía aburguesado, su ideal me apasionaba, pero nadie lo llevaba a la acción”, explica. “Acabé criticando la burocracia, la apatía desmotivadora que veía en los trabajadores de la URSS. En cambio, en las comunas chinas creí ver pasión y motivación por el trabajo”.
En 1967 Aldo vivía en una comuna italiana. El Che y su “revolución permanente” eran su ideal. “Lo compartíamos todo, la misma casa, sólo unas reglas mínimas”, recuerda. “En un año aquello se hundió: nadie respetaba las reglas, todo estaba sucio, era inaguantable”. En el 68 construyó un movimiento marxista-leninista radical, el PC (m-I). “En 1975 ya teníamos 15.000 militantes muy comprometidos. Dábamos comidas a los pobres, nuestros estudiantes iban a recoger la cosecha con los campesinos. Expulsábamos unos 7.000 militantes al año por aburguesados y blandos. Rechazábamos el juego parlamentario, y por eso no lográbamos participar en la vida política real. Sólo nos quedaba dar el salto a la lucha armada. Ahí ya dije `no´. A finales de 1975 decidí disolver nuestro movimiento. Pasaron de adorarme como líder a gritarme `traidor´”. Llegó a una conclusión: “vi que la lucha de clases no era el motor de la historia, que el resentimiento no era capaz de construir nada.
¿Qué movía entonces la historia de los hombres?”. Un día, admirando las pinturas rupestres de las cuevas de Lascaux en Francia, entendió que el Cromagnon no era un bruto. “Ese primitivo tenía el poder que hace avanzar a la humanidad: ¡el poder del diálogo con el Misterio!”. Con unos amigos, invitó a una charla al fundador del movimiento católico Comunión y Liberación, el sacerdote Luigi Giussani. “Todos los periódicos hablaban mal de ellos y nos parecieron interesantes”. Giussani los vio apasionados por la política. “¿Por qué no hacéis política para nosotros?”, les dijo. “Estuve trabajando con Giussani diez años, sin hacerme católico. Iba a misa con ellos por amistad, pero la gente con joyas y pieles en la iglesia me parecían de otro planeta”, recuerda Brandirali. “Trabajé con ex-presos, ex-terroristas, inmigrantes. Aprendí a pedir, es decir, a rezar. Un día aprobamos proyectos para ex-presos por valor de un millón de liras, dinero que no teníamos. De repente recibimos una donación de un millón de libras de un desconocido, indicando que era para presos”, explica. “Entendí que es posible construir, que si Cristo es Dios que se ha hecho Hombre, entonces los hombres pueden unirse. Me bauticé y puse nombre al Misterio: Jesucristo. Comprendí que la política es para servir al pueblo. Unos amigos me pidieron servir desde la Democracia Cristiana, en Milán, y eso hice”, prosigue el político. Muchos amigos no quisieron seguirme y bautizarse. ¡Es tan doloroso reconocer el error, el pecado! Pero si no reconozco mi pasado no puedo relacionarme con lo real”.