1.04.22

V. La anunciación del Ángel a la Santísima Virgen

Necesidad de la anunciación[1]

Ciertamente, como dice el tomista Antonio Royo Marín: «poco después de los desposorios entre María y José, ocurrió el acontecimiento más grande de toda la historia de la humanidad»[2].

En una pastoral de 1913 del obispo de Vic, José Torras i Bages, se dice también que: «Si María no hubiese creído al Mensajero divino, al arcángel San Gabriel, que de parte del Señor le anunciaba que en sus entrañas virginales se encarnaría el Hijo de Dios, sin este acto de fe de María Santísima, la redención de los hombres no se hubiera consumado, ni el cristianismo existiría en la tierra», porque, tampoco hubiera existido Jesucristo.

Añadía el obispo tomista: «De manera que aquel acto de fe de la Virgen María es el principio y fundamento de nuestra salvación. Por eso también es el primer misterio del Rosario, y el fundamento de todos los otros: la encarnación del Hijo de Dios en las purísimas y virginales entrañas de María Santísima».

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15.03.22

IV. El matrimonio de la Virgen María y San José

Conveniencia para Cristo del matrimonio de la Santísima Virgen[1]

Los desposorios de la Virgen - Esteban MurilloEn la cuestión siguiente del tratado de la Vida de Cristo, que se encuentra en la Suma teológica, se ocupa del matrimonio de la Virgen María y San José. Recuerda Santo Tomás, en el primer artículo, que en la Escritura se lee: «Estando desposada María, su Madre, con José»[2]. También que se dice: «Fue enviado el ángel Gabriel a María, virgen desposada con un varón llamado José»[3].

Sobre que María fuese una «virgen desposada», comenta Santo Tomás que: «Debemos creer que la Santísima Virgen Madre de Dios, movida por un instinto del Espíritu Santo, con el que estaba familiarizada, quiso desposarse, confiando en que, con la ayuda de Dios, nunca llegaría a la unión carnal. Y eso lo dejó a la voluntad divina». Por consiguiente, al consentir en desposarse: «su virginidad no sufrió detrimento alguno»[4].

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2.03.22

III. La virginidad de Santa María, Madre de Dios

La concepción virginal de Cristo[1]

Sobre la virginidad de la Madre de Dios en la concepción de Cristo, dogma de fe, que figura en el Símbolo de los Apóstoles –«nació de Santa María Virgen»–, afirma Santo Tomás: «Es absolutamente necesario confesar que la madre de Cristo concibió de modo virginal»[2]. Según refieren Tertuliano[3] y San Ireneo[4], «se sostenía lo contrario en la herejía de los ebionitas y en la de Cerinto». La razón es porque tenían a Cristo por un puro hombre, y pensaban que nació de la unión de ambos sexos».

Seguidamente da tres argumentos sobre la conveniencia de la concepción virginal de Cristo. El primero: «Por salvaguardar la dignidad del Padre que le envía. Al ser Cristo verdadero y natural Hijo de Dios, no fue oportuno que tuviera otro padre más que Dios, a fin de que la dignidad de Dios no fuese transferida a otro alguno».

Si el primero es por la dignidad del Padre, el segundo es por la dignidad del Hijo, porque: «fue conveniente por la propia dignidad del mismo Hijo, que es enviado. Este Hijo es el Verbo de Dios»[5].

Debe tenerse en cuenta, como había explicado Santo Tomás en la primera parte de la Suma teológica, que: «todo aquel que entiende, por el solo hecho de entender, procede algo de dentro de él, que es la concepción de la cosa entendida, que proviene de la fuerza intelectiva y del conocimiento de la cosa. Esta concepción es la que se significa en la voz, y se llama «verbo o palabra del corazón» al verbo significado en la voz»[6]. El «verbo del corazón» es, por tanto, el concepto o lo concebido interiormente por el entendimiento, pero expresado con la palabra física. Con el verbo se manifiesta lo que las cosas son.

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15.02.22

II. La concepción de la Santísima Virgen María

Santificación de la Santísima Virgen [1]

El primer tema, que estudia Santo Tomás, en la primera parte de su tratado sobre la vida de Jesús, dedicada a «la entrada del Hijo de Dios en el mundo»[2], es elde «la santificación de María». Precisa que: ««la santificación de que tratamos no es otra que la limpieza del pecado original, pues la santidad es «la limpieza perfecta», según se dice Dionisio (Pseudo-Dionisio, Los nombres divinos, c. 12, 2)»[3].

La cuestión que examina es si la Virgen María fue o no «santificada antes de su nacimiento del seno materno», si nació, por tanto, con o sin el pecado original, común todos los hombres. Para justificar su respuesta aporta esta primera razón: «la Iglesia celebra la Natividad de la bienaventurada Virgen, y la Iglesia no celebra fiesta sino de los santos; luego la bienaventurada Virgen fue santa en su nacimiento, luego santificada en el seno materno»[4].

La segunda es teológica, porque: «con razón creemos que la que engendró al «Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14), recibió mayores privilegios de gracia que todos los otros. Por donde leemos: «Díjole el ángel: Dios te salve, llena de gracia» (Lc 1, 28)».

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2.02.22

Vida de Cristo. Exposición de Santo Tomás de Aquino

I. Introducción[1]

«Has escrito bien de mí»

Al final de su vida, Santo Tomás de Aquino (1225-1274) escribió una Vida de Cristo, que se encuentra en la Tercera parte de la Suma teológica, aunque muchas veces se ha publicado separada de la Suma. Esta parte de su magna obra la preparó en Nápoles en los dos últimos años de su vida.

Durante este tiempo, Santo Tomás vivió con una gran intensidad y emoción los misterios de la vida de Cristo, que le impresionaban de manera especial y profunda, fray Domingo Caserta, sacristán del convento de Nápoles, contó un importante suceso al dominico Guillermo de Tocco, autor de la biografía más completa del Aquinate, escrita en el cuarto decenio después de su muerte. El antiguo discípulo del Aquinate, en 1317, había sido nombrado promotor del proceso de su canonización, que finalizó seis años más tarde.

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