XXI. El nombre de Jesús

Los nombres de las cosas y las personas[1]

La segunda observancia legal, que San José y la Virgen María cumplieron con el Niño, fue la de la imposición del nombre. A ella dedica Santo Tomás, después de ocuparse de la circuncisión, otro artículo, el segundo, de esta cuestión de la Suma Teológica sobre las observancias de la ley mosaica en el nacimiento de un hijo.

El artículo: «parte de la autoridad de la Escritura, que dice: «Pasados los ocho días para circuncidar al Niño, le pusieron por nombre Jesús» (Lc 2,21)»[2]. Explica Santo Tomás sobre el mismo que: «se dice en el capítulo 17 del Génesis que Abrahán recibió, a la vez, el nombre que Dios le impuso y el mandato de la circuncisión. Y ésta es la razón de que entre los judíos se impusiese a los niños el nombre el mismo día de su circuncisión, cual si quisieran indicar que antes de ella no habían logrado la perfección de su ser; lo mismo que también ahora se imponen los nombres a los niños en el bautismo»[3].

A partir de este texto de la Sagrada Escritura, trata el tema de la conveniencia del nombre que impusieron a Cristo. Para ello, recuerda que, como ya había dicho, en la cuestión de la Primera parte de la Suma, dedicada a los nombre de Dios: «Los nombres deben responder a las propiedades de las cosas. Esto es claro en los nombres de los géneros y de las especies, como se dice en el libro IV de la Metafísica de Aristóteles: «el concepto significado por el nombre es la definición» (l. 3, c. 7, n. 9), que expresa la naturaleza propia de cada cosa», o su esencia.»[4].

Había también indicado que: «según Aristóteles: «las palabras son signos de los conceptos; y los conceptos son representaciones semejantes de las cosas (cf. Aristóteles, La interpretación, c. 1, n. 2)». Si la palabra con su significado o concepto expresa la esencia de una cosa, lo que ésta es, significa su definición. Por consiguiente: «en la medida que podamos conocer una cosa podremos en la misma medida nombrarla» [5], con su género o especie.

Esta doctrina sobre los nombres comunes, que son los de los géneros y las especies, no puede aplicarse a los nombre concretos individuales, a los nombres propios porque no hay conceptos de las cosas en cuanto individuales, ni, por ello, dar definición en su individualidad. Los conceptos son abstractos y, por ello, pueden ser comunes. Sin embargo, hay cosas individuales que se les da un nombre propio, a los hombres y a todo lo que tenga que ver con ellos, como ciudades, casas, medios de transporte, animales domésticos, etc.

Aunque a los hombres no se les da un nombre, que exprese su esencia individual o definición propia, porque no es posible para el hombre conocerla con su entendimiento, no obstante: «los nombres de cada uno de los hombres se imponen en todos los tiempos de acuerdo con alguna propiedad de quien lo recibe». Santo Tomás da seguidamente cuatro motivos por el que se da el nombre a los niños.

Primero, se toma: «ocasión del tiempo, como acontece cuando se imponen los nombres de algunos Santos a los que nacen el día de su fiesta». Segundo, se impone: «por el parentesco, como cuando al hijo se le da el nombre del padre, o de alguno de la familia, como sucedió con Juan Bautista, a quien sus parientes querían imponer «el nombre de su padre, Zacarías», y no el de Juan, «porque ninguno de su familia llevaba tal nombre» (Lc 1,59)».

También por un tercero, por: «algún acontecimiento, así fue en el caso de José, (hijo de Jacob), que llamó a su primogénito Manases, diciendo: «El Señor me hizo olvidar de todos mis trabajos» (Gn 41,51)». Por último, por una cuarta razón: «la de alguna cualidad de la persona a quien se impone el nombre, como se dice también en el Génesis: «el primero que salió del seno materno, era pelirrojo y velludo, y por eso se le llamó Esaú, que significa rojo» (Gn 25 ,25)».

El nombre de Cristo

En cambio: «los nombres impuestos por Dios a algunos hombres significan siempre algún don gratuito, que Dios les concede. Así dijo a Abrahán: «Te llamarán Abrahán porque te he hecho padre de muchas naciones» (Gn 17, 5). Y, en el Nuevo Testamento: «se dice a San Pedro: «Tú eres Pedro, porque sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18)».

Así se explica el nombre que se dio a Cristo, puesto que: «como a Cristo fue otorgada esta gracia de ser salvador hombre de todos los hombres, con razón se le llamó Jesús, es decir, «Salvador», y este nombre fue previamente anunciado por el ángel no sólo a su Madre, sino también a San José, porque había de ser su padre nutricio (cf. Lc 1,31; Mt 1,21)»[6].

En el Catecismo de la Iglesia Católica, tambiénse explica que «Jesús quiere decir en hebreo: «Dios salva». En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31)». Él es efectivamente Dios, y el nombre de Jesús expresa, por una parte, esta identidad y, por otra, que es el verdadero Salvador del auténtico mal del hombre, sus pecados. Se confirma: «Ya que «¿quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?» (Mc 2, 7), es Él quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho hombre «salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21)»[7]. Lo puede hacer porque es Dios: «puesto que el pecado es siempre una ofensa hecha a Dios (cf. Sal 51, 6), sólo Él es quien puede absolverlo (cf. Sal 51, 12)»[8].

Debe decirse, por todo ello, que: «El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la Persona de su Hijo (cf. Hch 5, 41; 3 Jn 7) hecho hombre para la Redención universal y definitiva de los pecados». Jesús es el nombre de Dios, porque: «Él es el Nombre divino, el único que trae la salvación (cf. Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación (cf. Rm 10, 6-13) de tal forma que «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4, 12; cf. Hch 9, 14; St 2, 7)»[9].

Conveniencia del nombre de Jesús

A la imposición del nombre de Jesús, agrega Santo Tomás, se le podría objetar que: «los profetas vaticinaron otros nombres de Cristo. Así, dice Isaías: «He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y su nombre será Emmanuel» (Is 7, 14). También dice: «llama su nombre: Apresúrate a saquear, date prisa a hacer botín» (Is 8, 3). Y en otro lugar: «Será su nombre: Admirable, Consejero, Dios, Fuerte, Padre del siglo venidero, Príncipe de la paz» (Is 9,6)». Además de Isaías, se puede citar al profeta posterior Zacarías: «que dice: «He aquí un varón, y será su nombre es Oriente». Podría concluirse que para que se cumplieran estas profecías verdaderas: «no fue acertado dar a Cristo el nombre de Jesús»[10].

Todavía podría oponer que igualmente: «se dice en Isaías: «Te será impuesto un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor» (Is 62, 2). Pero este nombre de Jesús no es un nombre nuevo, puesto que lo llevaron muchos en el Antiguo Testamento, como es manifiesto por la misma genealogía de Cristo (Lc 3,29)»[11]. Luego se confirma que no fue acertado dar a Cristo el nombre de Jesús.

Estas profecías por ser verdaderas se cumplieron todas, porque como responde Santo Tomás a estas objeciones: «En todos los nombres profetizados está denotado el nombre de Jesús, que significa salvación. Pues en el nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros (Mt 1,23), se designa la causa de la salvación, que es la unión de la naturaleza divina con la naturaleza humana en la persona del Hijo de Dios, mediante la cual fue realidad el que Dios esté con nosotros».

Algo parecido ocurre con los otros nombres profetizados por Isaías. «Cuando dice: «llama a su nombre: «Apresúrate a saquear; date prisa a hacer botín», está señalado de quien nos ha salvará, porque es al diablo, a quien arrebató los despojos, según San Pablo a los Colosenses: «Despojando a los principados y las potestades, los expuso al ridículo con osada gallardía» (Col 2,15).

Respecto a los otros nombres – Admirable, Consejero, Dios, Fuerte, Padre del siglo venidero, Príncipe de la paz–: «designan el camino y el término de nuestra salvación; puesto que «por el consejo admirable de la Divinidad somos conducidos a la herencia del siglo venidero», en el que reinará «la paz perfecta» de los hijos de Dios, bajo el mismo «Príncipe Dios» (Is 9, 6)».

En cuanto a la profecía de Zacarías: «que dice: «He aquí un varón, cuyo nombre será Oriente» (Zac 6,12), se hace referencia a lo que es principio de la salvación, es decir, al misterio de la Encarnación, según aquello: «Se levantó en las tinieblas una luz para los rectos de corazón» (Sal 111,4)»[12].

Por último, nota Santo Tomás que: «A los que vivieron antes de Cristo pudo cuadrarles el nombre de Jesús por algún otro motivo, por ejemplo por alguna salvación particular y temporal. Pero, ateniéndonos a la noción de salvación espiritual y universal, el nombre Jesús es propio de Cristo. Y por esto se dice que es nuevo»[13].

De ahí que, por todo ello: «El Nombre de Jesús está en el corazón de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se acaban con la fórmula Per Dominum nostrum Jesum Christum… («Por nuestro Señor Jesucristo…»). El «Avemaría» culmina en y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús»[14].

El Santísimo nombre de Jesús

En la liturgia de Iglesia, hay la celebración la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, e incluso puede hablarse de una espiritualidad sobre el mismo, a la que dio impulso el franciscano San Bernardo de Siena, a finales de la Edad Media. Anteriormente San Bernardo de Claraval, considerado el último de los Padres de la Iglesia, le había dedicado uno de sus sermones sobre El cantar de los cantares, titulado «Cómo el nombre de Jesús es saludable medicina para los fieles cristianos en sus adversidades», y que parte del mismo la Iglesia incluye como lectura de la Liturgia de las horas, en el día de la fiesta.

En este lugar, San Bernardo, al comentar estas palabras del libro bíblico: «Es tu nombre óleo derramado»[15], explica que la comparación con el óleo es porque éste tiene tres cualidades: lucir, alimentar y curar. «Fomenta el fuego, nutre la carne, alivia el dolor. Es luz, comida, medicina».

Para probar que: «este dulcísimo nombra brilla predicado, alimenta rumiado, unge y mitiga los males invocado», pregunta: «¿De dónde pensáis salió tan grande y súbita luz de la fe a todo el orbe, sino del nombre de Jesús predicado? ¿No fue con el resplandor de este nombre excelso con que Dios nos llamó a su admirable luz, a fin de que, estando así iluminados, viésemos por medio de esta luz?».

San Pablo llevó el nombre de Jesús: «ante los reyes, las naciones y los hijos de Israel; y él lo llevaba como antorcha (…) Mostraba a todo el mundo la lámpara sobre el candelero, anunciando en todas partes a Jesús, y a éste crucificado. ¡Cuán resplandeciente fue esta luz y como hirió los ojos de todos los que la miraban, pues vemos que, saliendo como relámpago de la boca de Pedro, consolidó piernas y pies de un cojo y dio vista a muchos espiritualmente ciegos! ¿No es verdad que lanzaba llamas de fuego cuando dijo: «en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda» (Act 3, 6)?».

En segundo lugar para comprobar que el nombre de Jesús es también comida, pregunta: ¿No te sientes fortalecido cuantas veces lo recuerdas? ¿Qué cosa hay que nutra tanto el espíritu del que lo medita? ¿Qué otra cosa repara tanto las fuerzas perdidas, hace las virtudes más varoniles, fomenta las buenas y loables costumbres y las inclinaciones castas y honestas?»[16].

Añade: «Todo alimento del alma carece de substancia si no va condimentado con este óleo; es insípido si no está sazonado con esta sal». Y confiesa seguidamente: «El leer me fastidia si no leo el nombre de Jesús. El hablar me disgusta si nos se habla de Jesús. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón»[17].

El nombre de Jesús es medicina. De manera que: «Está triste alguno de vosotros?

Pues venga Jesús a su corazón y de allí pase a la boca, y apenas es pronunciado este nombre adorable, produce una luz resplandeciente, que ahuyenta los disgustos y restablece la calma y la serenidad ¿Cae alguno en pecado? ¿Corre por esto presuroso a la muerte por la senda de la desesperación? Pues invoque este nombre vital y al punto respirará de nuevo aires de vida».

Continúa preguntando: ¿Quién a la sola invocación de este saludable nombre no ha visto derretida la dureza de su corazón, sacudida su perezosa indolencia, apaciguada su ira y fortalecida su languidez? ¿Quién es aquel cuya fuente de lágrimas se haya secado y que, a la mera invocación de Jesús, no las haya sentido brotar al punto más copiosamente y correr con más suavidad? ¿Quién, aterrado con la aprensión de algún inminente peligro, no se ha visto libre de todo temor, recobrando la más completa seguridad al invocar este nombre, que inspira fuerza y generosidad? ¿Quién es aquel cuyo espíritu fluctuante y congojoso no se haya afianzado y serenado al momento con sólo invocar este nombre, que alumbra y esclarece el corazón? Y, en fin, ¿quién en la adversidad, desconfiando y aun a punto de sucumbir, no ha recobrado nuevo vigor con sólo sonar este nombre saludable?».

Éstos y otros «son los achaques y enfermedades del alma, de que es infalible medicina». Otra prueba de ello es que «Nada hay más propio para detener el ímpetu de la ira, abatir la hinchazón del orgullo, curar las llagas de la envidia, contener los envites de la lujuria, apagar el fuego de la concupiscencia, calmar la sede de la avaricia, y desterrar todos los apetitos vergonzosos y desordenados».

Confiesa también que: «al decir Jesús, me figuro un hombre manso y humilde de corazón, bueno, sobrio, casto, misericordioso, adornado de todas las virtudes que forman la más sublime santidad». Por nombrar, además del perfecto hombre, al perfecto de Dios: «me represento a un Dios omnipotente que me cura con sus ejemplos y me fortalece con su auxilio». Y concluye: «Todo esto sugiere en mi espíritu la mera invocación del nombre de Jesús. Si lo considero hombre saco de Él ejemplos de imitar, y si Dios omnipotente, saco de él fortaleza y vigor en mis desmayos.»[18].

Estas palabras del comentario de San Bernardo sobre el nombre de Jesús quedan todavía más clarificados con el comentario del Aquinate a las palabras que Jesús dijo al apóstol Tomás: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»[19]. Desde su doble naturaleza de humana y divina, se explica que: «según que es hombre dice «yo soy el camino», y según que es Dios añade «la verdad y la vida», por lo que las dos palabras indican adecuadamente el término de este camino».

Explica el Aquinate que Él es el camino «puesto que por El mismo tenemos acceso al Padre (…) Más como este camino no está distante del término, sino conexo, añade «la verdad y la vida», y así simultáneamente es el camino y el término», es decir, la verdad y la vida, deseadas naturalmente por el hombre. Jesús: «es el camino según su humanidad, y es el término según su divinidad».

 

Eudaldo Forment



[1][1] Rermbrandt, La circuncisión (1658).

[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 37, a. 2, sed c.

[3] Ibíd., III, q. 37, a. 2, ad 3.

[4] Ibíd., III, q. 37, a. 2, in c.

[5] Ibíd., I, q. 13, a. 1, in c.

[6] Ibíd., III, q. 37, a. 2, in c.

[7] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 430.

[8] Ibíd., n. 431.

[9] Ibíd., n. 432.

[10] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 37, a. 2, ob. 1..

[11] Ibíd. III, q. 37, a. 2, ob. 2.

 

 

[12] Ibíd., III, q. 37, a. 2, ad 1.

[13] Ibíd., III, q. 37, a. 2, ad 2..

[14] Catecismo de la Iglesia Católica , n. 435.

[15] Ct 1, 2.

[16] San Bernardo, Obras completas, Madrid, BAC, 1955, 2 vv., II, Sermones sobre El cantar de los cantares, s. 15, pp. 86-93, p. 90.

[17] Ibíd., pp. 90-91.

[18] Ibíd., p. 91.

[19] Jn, 14, 6.

Todavía no hay comentarios

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.