15.07.24

LX. El cuerpo muerto de Cristo

La muerte de Cristo y la unión de su cuerpo y alma[1]

Después de afirmar que la divinidad no se separó del cuerpo ni del alma de Cristo, Santo Tomas, en los siguientes artículos con los que finaliza la cuestión sobre la muerte de Cristo, los dedica al cuerpo de Cristo en su estado mortal. En primer lugar, se pregunta si, durante los tres días que estuvo muerto Cristo fue hombre.

Trata este tema teológico, porque podría parecer que Cristo continuó siendo hombre durante los tres días de su muerte y la verdad es que ya no fue hombre. Sin embargo, se puede argumentar que el cuerpo muerto de Cristo era hombre con el siguiente argumento: «Dice San Agustín», refiriéndose a la unión hipostática, a la unión de la persona o ser divino entre la naturaleza humana y divina, que: «Tal era aquella unión que a Dios hacía hombre y al hombre hacía Dios» (Trinid., I, c. 12).Pero esaunión no cesó con la muerte. Luego, pareceque con la muerte no dejó de ser hombre»[2], y, por tanto, puede decirse que, por conservar la naturaleza divina, su cuerpo era hombre al igual que su alma separada por la muerte.

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1.07.24

LIX. El alma divina de Cristo

El alma de Cristo y la divinidad[1]

En el siguiente artículo, de modo parecido al anterior, en el que Santo Tomás planteaba la cuestión de si con la muerte de Cristo la divinidad se separo de su cuerpo, lo hace con respecto a su alma, el otro constitutivo de su naturaleza humana. Su respuesta es igualmente negativa, porque: «no habiéndose separado el Verbo de Dios del cuerpo en la muerte, mucho menos se separó del alma», ya que: «el alma se unió al Verbo de Dios de manera más inmediata y primero que el cuerpo, puesto que el cuerpo se unió al Verbo de Dios mediante el alma, como ya se ha dicho» en el artículo anterior.

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17.06.24

LVIII. El cuerpo muerto divino de Cristo

La unión personal[1]

En el artículo siguiente de la cuestión dedicada a la muerte de Cristo, Santo Tomás plantea la cuestión de si, al morir, la divinidad abandonó su cuerpo al igual que lo hizo el alma. Comienza presentando tres argumentos, que parecen probar que, con la muerte de Cristo, Dios se separó de su cuerpo ya cadáver.

El primero es el siguiente: «Se dice en el evangelio de San Mateo que el Señor, colgado en la cruz, exclamó: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado!»(Mt 27, 46). Exponiendo estas palabras dice San Ambrosio: «Clama por la separación de la divinidad el hombre moribundo. Porque, estando la divinidad exenta de la muerte, ésta no podía tener lugar allí la muerte si no se retiraba la vida, pues la divinidad es la vida» (Exp. Evang. S. Luc., 23-46, l. 10). De suerte que parece haberse separado del cuerpo, en la muerte de Cristo, la divinidad»[2].

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3.06.24

LVII. Conveniencia de la muerte de Cristo

La redención[1]

En el tratado de la vida de Cristo, que se encuentra en la Suma teología, Santo Tomás dedica cinco cuestiones a la pasión. En la última de ellas, se ocupa de su final, la muerte. En el primer artículo que le dedica, se plantea el problema de su conveniencia.

La tesis de Santo Tomas es que fue conveniente que Cristo muriese. Da cinco razones que lo prueban. La primera: «para satisfacer por el género humano, que había sido condenado a muerte por el pecado, según la sentencia que se lee en el Génesis: «El día que comáis de él, ciertamente moriréis»(Gn 2, 17).Y es, sin duda, buen modo de satisfacer por otro el someterse a la misma pena que ese tal merecida. Por eso Cristo quiso morir, para que muriendo, satisficiese por nosotros, según lo que dice San Pedro: «Cristo murió una vez por nuestros pecados» 1 Pe 3,18)»[2].

De modo más preciso puede afirmarse: «Cristo sufrió por nosotros lo que nosotros debíamos sufrir por el pecado de nuestro primer padre, y principalmente la muerte, a la cual están ordenadas todas las pasiones humanas como a su final. Por esto dice el Apóstol: «porque el estipendio y pago del pecado es la muerte,» (Rm 6, 23). Cristo, inocente, sufrió la pena que debíamos padecer nosotros, «porque el culpable puede librarse de la pena que debería sufrir, si otro inocente se somete por él a tal pena»[3].

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15.05.24

LVI. Exaltación de Cristo por su pasión

Merecimiento de la humanidad de Cristo[1]

El sexto y último efecto de la pasión de Cristo no fue en beneficio de los hombres, como los anteriores, sino sobre sí mismo. Lo mereció en cuanto sus sufrimientos y su muerte, porque ya en cuanto hombre, como ha dicho Santo Tomás más arriba, con su alma veía a Dios y gozaba de la más alta gloria.

Como recordaba Newman, Cristo: «Era una sola persona viva, y ese único Hijo de Dios vivo y Todopoderoso, Dios y hombre, era el resplandor de la gloria de Dios y de su Poder, y obró la voluntad de su Padre y estaba en el Padre y el Padre en Él, no solo en el cielo sino también en la tierra. En el cielo lo era y lo hacía todo como Dios; en la Tierra lo era y lo hacía en esa Humanidad que había asumido, pero tanto en el cielo como en la tierra, siempre como Hijo. Por tanto, la verdad se refería a todo Él cuando declaraba que no estaba solo; no hablaba u obraba por sí mismo, sino que donde Él estaba, estaba el Padre y quien le veía a Él veía al Padre, tanto si le miraban como Dios o como hombre»[2].

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