LXXXIII. Causalidad de la resurrección de Cristo
Causalidad eficiente de la resurrección de Cristo[1]
La última cuestión de las cuatro dedicadas por Santo Tomás a la resurrección de Cristo está dedicada a estudiar su causalidad en nosotros. En el primer artículo se analiza el benefició de nuestra futura resurrección corporal, que causó su triunfante resurrección.
Establece, en primer lugar, que la resurrección de Cristo es la causa eficiente de la resurrección de los hombres. Prueba esta tesis con la siguiente argumentación: «Dice Aristóteles en Metafísica que: «Lo que es primero en un género cualquiera, es causa de todos los que vienen después». (II, I a, c. l, n. 5)». Así, por ejemplo, en el género humano, el primero de los hombres, Adán, es la causa de todos los demás en cuanto a la generación.
Como: «en el género de la resurrección, fue primero la resurrección de Cristo, como ya se ha dicho anteriormente (q. 53 a. 3), se sigue que la resurrección de Cristo sea causa de nuestra resurrección».
Lo confirma, asimismo, que: «esto es lo que dice el Apóstol: «Resucitó Cristo de entre los muertos como primicias de los muertos; pues por un hombre vino la muerte, por otro hombre viene la resurrección» (1 Cor 15, 20-21)». Al igual que la primicias o fruto primero de cualquier cosecha, Cristo es el primero en la recolección de la resurrección. Además de esta primacía en la cosecha. Cristo es instrumento de vida, en cambio, Adán lo fue de muerte.
Es razonable que Cristo sea la causa eficiente de la resurrección pues: «el principio de la vida de los hombres es el Verbo de Dios, del que se dice en el Salmo: «En ti está la fuente de la vida» (Sal 35, 10). Y Él mismo dice en el evangelio de San Juan: «Como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere».(Jn 5, 21)»[2].
La segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, al igual que la primera, el Padre, es la causa eficiente de la Resurrección, porque como también dice San Juan en el mismo lugar: «Todo lo que el Padre hace, lo hace también el Hijo»[3]. Por tanto, la causa eficiente de la resurrección es Cristo considerado en cuanto Dios, que por ser el Verbo encarnado posee la única naturaleza divina.
Debe precisarse que, por su divinidad, Cristo es la causa eficiente principal, porque, en cuanto su humanidad, es la causa eficiente instrumental de nuestra resurrección. Explica Santo Tomás: «el orden natural, establecido por Dios en las cosas, pide que una causa obre sobre lo que tiene más cerca y, a través de ello, y mediante esto actúe sobre lo que está más remoto. Así, el fuego calienta primero el aire cercano, y por él los cuerpos distantes (…) Y así el mismo Verbo confiere primero la vida al cuerpo que le está naturalmente unido, y por medio de él obra la resurrección en todos los otros»[4].
Cristo resucitado es, por tanto, la causa eficiente principal de nuestra resurrección, en cuanto es el Verbo de Dios, que resucitó su cuerpo. Es también causa eficiente instrumental, porque la humanidad de Cristo es el instrumento unido a su divinidad.
Causalidad ejemplar de la resurrección
A esta conclusión se podría objetar: «de la causa suficiente necesariamente ha de seguir el efecto», por tanto, si la resurrección de Cristo fuese causa suficiente de nuestra resurrección «inmediatamente que Él resucitó, todos los muertos debieron haber resucitado»[5].
Fácilmente se puede controvertir, porque como se ha dicho: «la resurrección de Cristo es causa de la nuestra por el poder del Verbo unido a la naturaleza humana. Lo cual se efectúa según su voluntad. Y por eso no es necesario que, al instante, se siga el efecto, sino según la disposición del Verbo de Dios; de modo que primero nos configuremos a Cristo paciente y moribundo en esta vida pasible y mortal, y luego vengamos a participar su semejanza de la resurrección»[6].
Otra objeción, más difícil de resolver es la siguiente: «si la resurrección de Cristo es causa de la resurrección de los cuerpos, o es causa ejemplar, o causa eficiente, o causa meritoria. No es causa ejemplar, porque la resurrección de los cuerpos es obra de Dios, según se lee en el pasaje de San Juan citado: «El Padre resucita a los muertos» (Jn 5, 21), y Dios no necesita mirar ejemplar alguno fuera de sí mismo». No hay nada que sea modelo de la actuación divina.
Se advierte asimismo que: «no es tampoco causa meritoria, porque Cristo resucitado ya no era viador, y así no se encontraba en estado de merecer».
En la objeción se añade que no puede aceptarse la tesis afirmada porque: «tampoco es causa eficiente, porque la causa eficiente no obra sino por contacto, espiritual o corporal. Pero es evidente que la resurrección de Cristo no obra por contacto corporal con los cuerpos que resucitarán, a causa de la distancia del tiempo y del espacio. Tampoco actúa por contacto espiritual, que se logra mediante la fe y la caridad; porque también los infieles y los pecadores resucitarán (…) Y, en consecuencia, parece que la resurrección de Cristo no es causa de nuestra resurrección en modo alguno»[7].
A estas negaciones de la causalidad de Cristo en nuestra resurrección, precisa Santo Tomás que: «la resurrección de Cristo no es, propiamente hablando, causa meritoria de nuestra resurrección, pero sí es causa eficiente y ejemplar».
Es, como antes se ha dicho (I, q.13 a. 2 y 3; q.19 a. l; III, q.43 a.2 ): «eficiente, por cuanto la humanidad de Cristo, en cual Él resucitó, es, en cierto modo, instrumento de la misma divinidad, y obra por el poder de ésta. De manera que, así como las demás cosas que Cristo hizo o padeció en su humanidad nos fueron saludables para nosotros por el poder de su divinidad, como arriba se ha dicho (q.48 a. 6), así también la resurrección de Cristo es causa eficiente de nuestra resurrección por el poder divino, de quien es propio dar vida a los muertos. Poder que alcanza con su presencia todos los lugares y tiempos y este contacto de su poder basta para la razón de causa eficiente»[8].
En el Catecismo romano se encuentra esta misma doctrina al decirse: «La resurrección de Cristo ha producido la resurrección de nuestros cuerpos, ya porque fue la causa eficiente de este misterio, ya porque todos debemos resucitar, a ejemplo del Señor. Pues en cuanto a la resurrección del cuerpo, dice así el Apóstol: «Por un hombre vino la muerte del mundo; por un hombre vino también la resurrección de los muertos» (1 Cor 14, 21), porque para todas las cosas que Dios obró en el misterio de nuestra redención, se valió de la humanidad de Cristo, como de instrumento eficiente. Por consiguiente, su resurrección fue un instrumento para conseguir la nuestra»[9].
En esta misma respuesta, agrega Santo Tomás «la causa primordial de la resurrección de los hombres es la justicia divina, de la cual «tiene Cristo el poder de juzgar en cuanto es Hijo del hombre» (Jn 5, 27)», título que Jesucristo se atribuye a sí mismo para significar que es representante de la humanidad con autoridad divina. Por tanto: «su poder efectivo se extiende no sólo a los buenos sino también a los malos, que están sujetos a su juicio».
En otro aspecto, puede decirse que la resurrección de Cristo es causa ejemplar de la nuestra, porque: «así como la resurrección del cuerpo de Cristo, por estar tal cuerpo unido personalmente al Verbo, es «la primera en el tiempo»,así también lo es «la primera en la dignidad y en la perfección»,como dice la Glosa (Glosa ordinaria, VI, 58r). Además, siempre lo que es más perfecto es el ejemplar que imitan a su modo las cosas menos perfectas. Por esto la resurrección de Cristo es el ejemplar de la nuestra».
Sin embargo, debe tenerse en cuenta que: «lo cual no es necesario por parte del autor de la resurrección, que no necesita de ejemplar sino por parte de los resucitados, los cuales deben conformarse a aquella resurrección según palabras de San Pablo: «El cual transformará nuestro cuerpo miserable, configurándolo con su cuerpo glorioso» (Fl 3, 21).Pero, aunque la eficiencia de la resurrección de Cristo se extienda lo mismo a la resurrección de los buenos que a la de los malos, la ejemplaridad, propiamente, sólo se extiende a los buenos, que han sido hechos conformes con su filiación (cf. Rom 8, 29)»[10].
Todavía podría objetarse que: «por consistir la muerte en la privación de la vida, parece que la destrucción de la muerte no es más que la vuelta a la vida, cosa que incluye la resurrección. Pero Cristo, «muriendo, destruyó nuestra muerte» (Pref. Misatiempo de Pascua). Luego la causa de nuestra resurrección es la muerte de Cristo. No lo es, por consiguiente, su resurrección»[11].
Responde Santo Tomás que no se puede hacer esta inferencia, porque «si consideramos la razón de la eficiencia, que depende del poder divino, tanto la muerte de Cristo como su resurrección son, en común, causa lo mismo de la destrucción de la muerte que del restablecimiento de la vida. Pero, si atendemos a la ejemplaridad, la muerte de Cristo, por la que fue despojado de la vida mortal, es causa de la destrucción de nuestra muerte, mientras que su resurrección, por la que inauguró la vida inmortal, es causa de la reparación de nuestra vida. La pasión de Cristo es, además, la causa meritoria, como se ha dicho más arriba (III, q. 48, a. 1)»[12], porque toda gracia la recibimos por sus méritos de la pasión.
Igualmente se dice en el nuevo Catecismo: «Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) «a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos (…) así también nosotros vivamos una nueva vida» (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: «Id, avisad a mis hermanos» (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección»[13].
Causalidad d la resurrección espiritual
En segundo lugar, en el siguiente y último artículo, afirma Santo Tomás que la resurrección de Cristo es causa de la resurrección de las almas. Se basa en que: «dice el Apóstol: «Resucitó para nuestra justificación» (Rom 4, 25), que no es otra cosa que la resurrección de las almas. Y sobre las palabras del Salmo: «Alberga la tarde llantos»(Sal 29, 6) dice la Glosa que «la resurrección de Cristo es causa de la resurrección del alma, al presente, del cuerpo en el futuro» (Glosa ordinaria, VI, 57v)»[14].
Una dificultad a esta segunda tesis es que: «el cuerpo no obra sobre el espíritu. Pero la resurrección de Cristo es del cuerpo, que cayó por la muerte. Luego la resurrección de Cristo no es causa de la resurrección de las almas»[15].
Queda resuelta, si se tiene en cuenta que: «la eficacia de la resurrección de Cristo alcanza a las almas, no por el poder de su cuerpo resucitado, sino por el poder de la divinidad a la que está personalmente unido»[16].
Otro inconveniente a la misma es que: «por ser la resurrección de Cristo causa de la resurrección de los cuerpos, por eso resucitarán los cuerpos de todos, según lo que dice el Apóstol: «Cierto que todos resucitaremos».Pero no resucitarán todas las almas, porque algunas «irán al suplicio eterno»(Mt 25, 46). Luego la resurrección de Cristo no es causa de la resurrección de las almas»[17].
Tampoco ofrece dificultad, porque: «La resurrección de las almas pertenece al mérito, que es efecto de la justificación; pero la resurrección de los cuerpos se ordena a la pena o al premio, que son efectos del que juzga. No le pertenece, pues, a Cristo justificar a todos, pero sí juzgarlos. Y, por consiguiente, resucita a todos en cuanto al cuerpo, pero no en cuanto al alma»[18].
Por último, se puede objetar que: «las almas resucitan por la remisión de los pecados, pero esto se verifica por la pasión de Cristo, según lo que se lee en el Apocalipsis: «Nos lavó de nuestros pecados en su sangre» (Ap. 1,5). Luego la pasión de Cristo, más que su resurrección, es causa de la resurrección de las almas»[19]
No es así, porque explica Santo Tomás que: «Dos cosas entran en la justificación de las almas: el perdón de la culpa y la vida nueva por la gracia. Si consideramos la eficiencia, que viene de la virtud divina, tanto la pasión de Cristo como su resurrección son causa de la justificación bajo los dos aspectos. Pero, si atendemos a la ejemplaridad, la pasión y la muerte de Cristo son propiamente causa de la remisión de la culpa, por la que morimos al pecado; mientras que la resurrección es la causa de la vida nueva, que nos viene por la gracia o la justicia. Y, por este motivo, dice el Apóstol: «Se entrego a la muerte por nuestros pecados» esto es, para quitarlos, «y resucitó por nuestra justificación»(Rm 4, 25)», o resurrección espiritual de nuestras almas.
Sin embargo: «la pasión de Cristo es también causa meritoria, como ya se ha dicho (III, q. 56, a. 1, ad 4, y III q. 8, a. 1)»[20]. Cristo nos mereció todas las gracias que realizan nuestra resurrección espiritual.
Doble causalidad espiritual de la resurrección de Cristo
La doble causalidad, eficiente y ejemplar, en nuestras almas por la resurrección de Cristo, la prueba Santo Tomás, con la siguiente argumentación: «Como se ha expuesto más arriba (III, a.l , ad 3), la resurrección de Cristo obra con el poder de la divinidad. Poder que se extiende no sólo a la resurrección de los cuerpos sino también a la resurrección de las almas, pues de Dios recibe el alma vivir por la gracia y el cuerpo vivir por el alma. Por esto tiene la resurrección de Cristo el poder instrumental eficiente no sólo sobre los cuerpos, sino también sobre las almas».
También la resurrección de Cristo es causa ejemplar de la resurrección a una nueva vida del alma, porque: «tiene igualmente razón de ejemplaridad en la resurrección de las almas, porque nosotros tenemos que conformarnos en el alma con Cristo resucitado: «para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, así nosotros caminemos en una vida nueva» (Rm 6, 4), y como Él «resucitado de entre los muertos, ya no muere, así nosotros nos estimemos muertos al pecado», para que de nuevo «vivamos con Él» (Rm 6, 8-9, 11)»[21]
Tal como se indica, y como conclusión del «alcance salvífico» de la resurrección, en el nuevo Catecismo: «la Resurrección de Cristo –y el propio Cristo resucitado– es principio y fuente de nuestra resurrección futura (…). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En Él los cristianos «saborean (…) los prodigios del mundo futuro» (Hb 6, 5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Co 5, 15)[22].
Eudaldo Forment
[1] Bartolomé Esteban Murillo, La resurrección, 1650-1660.
[2] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 56, a. 1, in c.
[3] Jn 5,19.
[4] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 56, a. 1, in c.
[5] Ibíd., III, q. 56, a. 1, ob. 1.
[6] Ibíd., III, q. 56, a. 1, ad 1.
[7] Ibíd., III, q. 56, a. 1, ob. 3.
[8] Ibíd., III, q. 56, a. 1, ad 3.
[9] Catecismo del Concilio de Trento, I, c. 6, n. 13.
[10] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 56, a. 1, ad 3.
[11] Ibíd., III, q. 56, a. 1, ob. 4.
[12] Ibíd., III, q. 56, a. 1, ad 4.
[13] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 654.
[14] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 56, a. 2, sed c.
[15] Ibíd., III, q. 56, a. 2, ob. 2.
[16] Ibíd., III, q. 56, a. 2, ad 2.
[17] Ibíd., III, q. 56, a. 2, ob. 3.
[18] Ibíd., III, q. 56, a. 2, ad 3.
[19] Ibíd., III, q. 56, a. 2, ob. 4.
[20] Ibíd., III, q. 56, a. 2, ad 4.
[21] Ibíd., III, q. 56, a. 2, in c.
[22] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 655.
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