LVI. Exaltación de Cristo por su pasión
Merecimiento de la humanidad de Cristo[1]
El sexto y último efecto de la pasión de Cristo no fue en beneficio de los hombres, como los anteriores, sino sobre sí mismo. Lo mereció en cuanto sus sufrimientos y su muerte, porque ya en cuanto hombre, como ha dicho Santo Tomás más arriba, con su alma veía a Dios y gozaba de la más alta gloria.
Como recordaba Newman, Cristo: «Era una sola persona viva, y ese único Hijo de Dios vivo y Todopoderoso, Dios y hombre, era el resplandor de la gloria de Dios y de su Poder, y obró la voluntad de su Padre y estaba en el Padre y el Padre en Él, no solo en el cielo sino también en la tierra. En el cielo lo era y lo hacía todo como Dios; en la Tierra lo era y lo hacía en esa Humanidad que había asumido, pero tanto en el cielo como en la tierra, siempre como Hijo. Por tanto, la verdad se refería a todo Él cuando declaraba que no estaba solo; no hablaba u obraba por sí mismo, sino que donde Él estaba, estaba el Padre y quien le veía a Él veía al Padre, tanto si le miraban como Dios o como hombre»[2].


En el artículo tercero de la cuestión dedicada a los efectos de la pasión de Cristo, se ocupa Santo Tomás de la liberación de los hombres de la pena del pecado. Afirma que el tercer efecto de la pasión de Cristo fue que fuimos librados de la pena del pecado. Así: «se lee en el Apocalipsis que Cristo: «Nos amó y nos limpió de los pecados con su sangre» (Ap 1, 5)»
El segundo efecto de la pasión de Cristo en nosotros, sostiene Santo Tomás, es la liberación del poder del diablo. La importancia del mismo lo revela que lo coloque en segundo lugar entre los seis efectos de la pasión, y después de la liberación del pecado por la redención.
Estudiada la causalidad de la pasión de Cristo, en la cuestión siguiente, Santo Tomás se ocupa de sus efectos en nosotros. En esta segunda cuestión, estrechamente relacionada con la anterior, estudia seis efectos. Cinco en nosotros: liberación del pecado, liberación del poder del diablo, liberación de la pena del pecado, reconciliación con Dios, apertura de las puertas del cielo. Y uno del mismo Cristo: exaltación por su pasión.





