LVI. Exaltación de Cristo por su pasión

Merecimiento de la humanidad de Cristo[1]

El sexto y último efecto de la pasión de Cristo no fue en beneficio de los hombres, como los anteriores, sino sobre sí mismo. Lo mereció en cuanto sus sufrimientos y su muerte, porque ya en cuanto hombre, como ha dicho Santo Tomás más arriba, con su alma veía a Dios y gozaba de la más alta gloria.

Como recordaba Newman, Cristo: «Era una sola persona viva, y ese único Hijo de Dios vivo y Todopoderoso, Dios y hombre, era el resplandor de la gloria de Dios y de su Poder, y obró la voluntad de su Padre y estaba en el Padre y el Padre en Él, no solo en el cielo sino también en la tierra. En el cielo lo era y lo hacía todo como Dios; en la Tierra lo era y lo hacía en esa Humanidad que había asumido, pero tanto en el cielo como en la tierra, siempre como Hijo. Por tanto, la verdad se refería a todo Él cuando declaraba que no estaba solo; no hablaba u obraba por sí mismo, sino que donde Él estaba, estaba el Padre y quien le veía a Él veía al Padre, tanto si le miraban como Dios o como hombre»[2].

Incluso en cuanto hombre, Cristo era hijo natural de Dios. Así lo ha proclamado la Iglesia: «Creemos que el mismo Hijo de Dios, Verbo de Dios, eternamente nacido del Padre, consustancial, coomnipotente e igual en todo al Padre en la divinidad, nació temporalmente del Espíritu Santo y de María siempre Virgen con alma racional; que tiene dos nacimientos, un nacimiento eterno del Padre y otro temporal de la Madre: Dios verdadero y hombre verdadero, propio y perfecto en una y otra naturaleza, no adoptivo ni fantástico, sino uno y único Hijo de Dios en dos y de dos naturalezas, es decir, divina y humana, en la singularidad de una sola persona»[3].

Cristo hombre es hijo natural de Dios, y no como los demás hombres que son hijos adoptivos de Dios por la gracia santificante. No puede aceptarse racionalmente que Cristo, además de ser Hijo natural de Dios, como segunda persona de la Santísima Trinidad, con una filiación eterna, sea también hijo adoptivo de Dios, por haber nacido en el tiempo de la Virgen María y por su gracia santificante poseída con plenitud absoluta.

La razón que da Santo Tomás es porque: «En Cristo no hay más persona que la increada, a la cual conviene la filiación natural». En cambio: «la filiación adoptiva es una semejanza participada de la filiación natural; más como aquello que se predica por sí mismo no puede predicarse por participación, de ahí que Cristo que es Hijo natural de Dios no puede llamarse en modo alguno hijo adoptivo». La filiación se refiere siempre a la persona. La «filiación conviene propiamente a la persona, pero no a la naturaleza, por eso es una propiedad personal» [4]. Y, por tanto, en Cristo hay una sola filiación, la natural, que es la divina.

La pasión de Cristo afectó directamente a su naturaleza humana y, por tanto, a su alma y a su cuerpo, que son sus constitutivos. Su alma poseía toda la gracia «no por mérito alguno precedente, sino por la unión misma de Dios y del hombre», por la unión en la persona o unión hipostática de la naturaleza divina con su naturaleza humana, constituida por alma y cuerpo. De ello, parece seguirse «no tuvo exaltación por mérito de la pasión, sino por la sola unión hipostática»[5].

A ello, observa Santo Tomás que: «el principio del méritoestá en el alma; pero el cuerpo es el instrumento del acto meritorio». Por consiguiente,aunque «la perfección del alma de Cristo», que ya merecía por la unión personal o hipostática, la unión más intima con Dios, y que «no debió en El ser adquirida por vía de mérito», a su vez, «fue la raíz de su merecimiento» por la pasión. En cambio, sí fue por mérito «la perfección del cuerpo, queestuvo sujeto a la pasión y que, por esto, fue el instrumento del mismo merecimiento»[6] o mérito.

Puede hablarse así de un doble merecimiento y exaltación o glorificación de la naturaleza humana de Cristo. Uno de su alma, porque «por los primeros merecimientos, Cristo mereció la exaltación por parte de su alma, cuya voluntad estaba informada por la caridad y por las demás virtudes»[7]. Era perfectamente libre, desde el primer instante de su concepción. «Se santificó por un movimiento de su libre albedrío hacia Dios. Este movimiento del libre albedrío es meritorio»[8].

La libertad de Cristo no podía elegir el mal. Era absolutamente impecable, no podía pecar de ninguna manera, porque su única persona era divina, era Dios. Además, debe tenerse en cuenta que: «no es una misma relación del libre albedrío al bien que al mal, pues la relación al bien es absoluta y natural; pero la relación al mal nace de un defecto y es contraria a la naturaleza»[9]. La libertad perfecta de Cristo tenía sólo la primera.

Por consiguiente, Cristo, por parte de su alma, «no mereció más exaltación por la pasión que antes», porque no podía ser «mayor su caridad en la pasión» y «la caridad es«la raíz del merecimiento»[10]. Sin embargo, Cristo tuvo un segundo merecimiento y exaltación por la pasión por parte de su cuerpo, porque: «por la pasión mereció su exaltación, a modo de cierta compensación, pues justo era que el cuerpo, que por caridad se había sometido a la pasión, recibiese la recompensa de la gloria»[11].

Los cuatro merecimientos de Cristo

Para determinar estos merecimientos de Cristo en su pasión, Santo Tomás cita el siguiente el siguiente texto de San Pablo: «Se humilló a sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos y toda lengua confiese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre»[12].

Explica Santo Tomás a continuación que: «el mérito supone cierta igualdad de justicia; por ello dice el Apóstol «Al que hace las obras se le imputa el mérito según justicia» (Rm 4, 4). Ahora bien, cuando alguno, por su injusta voluntad, se atribuye más de lo que se le debe, es justo que se le quite algo de lo que le es debido, como «debido; por ejemplo, como cuando se dice en el Éxodo: «Si alguno roba una oveja, devolverá cuatro» (Ex 22, 1. Y esto se llama merecer, en cuanto que, de ese modo, es castigada su mala voluntad». Se dice, por tanto, que merece el castigo.

También se dice, en caso contrario, que se merece una recompensa, «pues de la misma manera, cuando alguno, por su voluntad justa, se quita lo que tenía derecho a poseer, merece que se le añada algo en recompensa de su justa de algo en recompensa de su justa voluntad justa. Por eso dice en el evangelio de San Lucas se diga: «El que se humilla será exaltado» (Le 14, 11)».

Esta última situación era la de Cristo, porque: «en su pasión se humilló por debajo de su dignidad, en cuatro cosas (…) Y así por la pasión, mereció la exaltación de cuatro cosas».

Primero, sufrió la humillación en cuanto: «a soportar la pasión y la muerte, que no le eran debidos». Mereció así, la exaltación con «la resurrección gloriosa. Por eso se dice en Salmo «Tú conociste mi sentarme»(Sal 138, 2), esto es, la humillación de mi pasión, y «mi levantarme», esto es, mi resurrección».

Segundo, Cristo se humilló en cuanto al lugar: «porque su cuerpo fue depositado en el sepulcro, y su alma descendió al infierno». Y por ello mereció ser exaltado con: «la ascensión al cielo. Por esto se dice en la Escritura: «Primero descendió a las partes bajas de la tierra, pues el que bajó es el mismo que subió sobre todos los cielos» (.Ef 4, 9-10).

Tercero, también fue humillado «en cuanto a la confusión y las injurias que soportó». Y por eso mereció la exaltación: «a sentarse a la derecha del Padre, y en cuanto a la manifestación de su divinidad, conforme a aquellas palabras de Isaías: «He aquí mi siervo prosperará, será engrandecido y ensalzado, puesto muy alto; como de Él se pasmarán muchos, tan desfigurado estaba su rostro que no parecía ser de                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           hombre» (Is 52,13-14). Y el Apóstol dice «Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó, y le dio el nombre sobre todo nombre» (Fil 2, 8-9), para que por todos sea llamado Dios, y como a Dios todos le rindan homenaje. Esto es lo que luego añade: «Para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos» (Fil 2, 10).

Cuarto, recibió otra humillación en su pasión: «por haber sido entregado a los poderes humanos, según lo que Él mismo dice a Pilato: tal como él se lo dijo a Pilato: «No tendrías poder en mí alguno si no te hubiera sido otorgado de lo alto» (Jn 19, 11)».

Y por ello mereció recibir: «el poder de juzgar, pues como se dice en Job: «tu causa fue juzgada como la de un impío; recibirás la causa y el juicio»(Jb 36, 17)»[13].

Adoración a la humanidad y a la divinidad de Cristo

Los merecimientos del cuerpo de la naturaleza humana de Cristo por su pasión y los de su alma por su caridad con respecto a nosotros parece, por un lado, que exigen el culto de latría o de adoración estricta y absoluta, el reconocimiento de su excelencia y la tributación de homenaje interior y el exterior del culto, que se debe a Dios. Sin embargo, por otro, que no debe rendirse la misma clase de adoración a la humanidad de Cristo, que es una criatura, que a su naturaleza divina.

Esta última suposición implicaría que la humanidad de Cristo no deba ser adorada con un culto de latría, sino de dulia, la propia de los que sirven a Dios, como los ángeles y los santos; o más exactamente con «una más excelente, que se llama hiperdulia»[14], por su propia excelencia creada. Sería una «adoración rendida a la humanidad de Cristo por razón de la misma humanidad en cuanto perfeccionada por el cúmulo de todas las gracias»[15].

Podría apoyarse esta tesis con la siguiente argumentación: «El honor, como dice Aristóteles es propiamente «el premio de la virtud» (Ética, IV, c. 3, n. 15). Pero la virtud se hace acreedora del premio mediante sus actos. Además, la operación divina de Cristo esdistinta de su operación humana»[16]. A sus dos naturalezas, la divina y la humana, íntegras y perfectas corresponden estas dos operaciones propias, aunque también la divina se puede servir de la operación natural, para producir efectos, que trascienden el poder que tiene la operación humana, como, por ejemplo, los milagros[17]. Por consiguiente: «parece que el honor debido a su humanidad no es el mismo que el debido a su divinidad»[18].

Santo Tomás rechaza esta prueba propuesta para distinguir dos tipos de adoraciones a Cristo, porque: «La operación no es el sujeto a quien se honra, sino la causa del honor». En la adoración, no es lo mismo su sujeto o término de la misma que la causa o el motivo de ella. «Por tanto, del hecho de que en Cristo haya dos operaciones no se sigue que se den dos adoraciones, sino dos motivos de adoración»[19].

Otro argumento para probar la supuesta tesis de la doble adoración en Cristo es que: «La divinidad de Cristo debe ser adorada con el mismo honor que el Padre y el Hijo; por eso dice San Juan: «Honren todos al Hijo como honran al Padre». (Jn 5, 23).Pero la humanidadde Cristo no es común al Hijo y al Padre.Luego no debemos a la humanidad de Cristo la misma adoración que a su divinidad»[20].

Tampoco considera Santo Tomás valida esta prueba, porque: «en la Trinidad son tres las personas honradas, pero la causa de ese honor es una sola». El motivo de la adoración a cada una de las personas divinas es la única naturaleza divina que poseen. «En cambio, en el misterio de la encarnación sucede lo contrario». En Cristo, se adora una única persona, la divina, en dos naturalezas distintas la humana y la divina, que son los dos motivos. «Por eso no hablamos de un solo honor respecto de la de la Trinidad en el mismo sentido que respecto de Cristo»[21].

Por último, otra posible razón sobre la negación de una sola adoración a la humanidad y divinidad de Cristo, sería la siguiente: «El alma de Cristo, en el caso de no estar unida al Verbo, sería igual digna de veneración a causa de la excelencia de su sabiduría y de su gracia. Pero la unión con el Verbo no le ha privado en nada de su dignidad. Luego la naturaleza humana de Cristo, debe ser adorada con una veneración propia y distinta de la que debemos rendir a su divinidad.»[22].

A ella responde Santo Tomás que: «Si el alma de Cristo no estuviese unida al Verbo de Dios, sería la parte principalísima. Y, por tanto, a ella principalmente sería debido el honor, porque el hombre se identifica en lo que es óptimo en él. Pero, como el alma de Cristo está unida a una persona más digna, a ésta le es debido primeramente el honor. Sin embargo, no por esto mengua la dignidad del alma de Cristo, sino que se acrecienta»[23].

Al alma de Cristo, por tanto, como a toda su naturaleza humana, se le debe la misma adoración que a su naturaleza divina, la adoración de latría. Sin embargo: «esta: adoración no se tributa a la humanidad de Cristo por sí misma, sino por razón de estar unida a la divinidad, según la cual Cristo no es menor que el Padre»[24].

Como la «humanidad de Cristo es una criatura»[25] y «Cristo en cuanto hombre es menor que el Padre»[26], si se prescinde mentalmente de su unión en la realidad con la persona divina del Verbo, podría decirse que la adoración que se le debe ya no es de latría. En esta abstracción, la naturaleza humana de Cristo, sin la consideración de su unión substancial con la persona divina, que es la única persona de Cristo, podría decirse que el objeto de un culto es de dulía o hiperdulia, por su excelencia[27].

Sin embargo, como la adoración siempre es a la persona, tal como indica Royo Marín: «es peligrosa esta abstracción o ficción mental, pues puede conducir a la herejía nestoriana de la dualidad de personas»[28], por pensar esta naturaleza como propia de una persona humana, que no está en Cristo, porque la suple la superior persona divina.

Adoración de latría absoluta a Cristo

Santo Tomás demuestra su tesis de la única y sola adoración de latría absoluta a Cristo tanto a su divinidad como a su humanidad, con la que ha resuelto la inconsistencia de las tres objeciones a la misma, notando, en primer lugar que: «en aquel a quien honramos pueden considerarse dos cosas, a saber: aquel a quien honramos, y la causa de ese honor». Implica por tanto dos elementos: el sujeto y la causa.

El sujeto del honor es la persona en su integridad, porque: «Hablando con propiedad, el honor se tributa a todo ser subsistente». A la persona se le honra de manera absoluta o en sí misma y completa. No, en cambio, a sus partes, pues: «no decimos que honramos las manos del hombre, sino que es honrado el hombre mismo. Y, si alguna vez se dice que honramos las manos o los pies de alguien, eso no significa que honremos estas partes, en razón de sí mismas, sino porque en ellas honramos al todo». En las partes honramos al hombre entero. A tales partes, por tanto, se les da un honor relativo, porque no se las honra en sí mismas, sino sólo en lo que representan.

Si en las partes de la persona se honra a ella entera: «de este mismo modo puede un hombre recibir honores en algo que le es extrínseco al mismo, por ejemplo en su vestido, en su imagen o en un enviado suyo». El objetos del honor puede ser, por tanto, todo lo perteneciente a la persona, sujeto absoluto del mismo, aunque siempre de manera relativa o en cuanto lo representan

En cuanto a la causa, la segunda cosa que hay que considera en el honor: «esta causa del honor es una excelencia poseída por el sujeto a quien se honra»[29]. La razón es porque el honor es el reconocimiento de grandeza de una buena cualidad, que posee su sujeto, de la que se da testimonio de esta excelencia por diferentes signos exteriores, como palabras, con las que se pondera su excelencia, o bien con hechos, como inclinaciones y saludos. También puede hacerse con las mismas cosas exteriores, como, por ejemplo, el ofrecer obsequios y regalos. El honor, por tanto, consiste en signos exteriores y en cosas corporales[30].

De ello se sigue que: «si en un hombre se dan varias causas de honor, por ejemplo, la prelatura, la ciencia, y la virtud, el honor que se le presta es uno si atendemos al sujeto honrado, pero es múltiple en cuanto a sus causas de tal honor, pues es el mismo hombre el que recibe el honor por razón de su ciencia y por razón de su virtud».

Si se aplica esta última explicación sobre la causa o motivo del honor a la adoración a Cristo se obtiene que si: «en Cristo no hay más que una sola persona con dos naturalezas», una divina y otra humana, unidas en la persona, «por parte del sujeto honrado no habrá sino una sola adoración y un solo honor».

En cambio: «por parte de la causa, por la que es honrado», y que mueve honrarle, «podemos hablar de varias adoraciones: una, por ejemplo, motivada por su sabiduría increada y otra por su sabiduría creada»[31]. La primera la poseía en cuanto su naturaleza divina como Verbo de Dios, la segunda en cuanto hombre, que incluía la sabiduría de la visión beatífica o ciencia beatífica, la ciencia infusa, natural y sobrenatural, y la ciencia natural o adquirida.

Consecuencia clara e inmediata de esta observación sobre el motivo de adoración a Cristo es que la que adoración que se le tributa es única, la de absoluta y rigurosa latría, que es la adoración propia que se debe a Dios. Queda incluida en la misma la naturaleza humana de Cristo, porque, por virtud de su unión a la persona divina del Verbo, le pertenece inseparablemente. Se adora con la misma adoración de latría su humanidad, porque es la humanidad de Dios, tanto en conjunto y como también en sus partes, y más determinada y precisamente las que están más relacionadas con la persona de Cristo y con su pasión y muerte salvadora.

 

Eudaldo Forment

 



[1] La burla de Cristo (1441), Fra Angelico.

[2] John Henry Newman, Sermones parroquiales, Madrid, Ediciones Encuentro, 2007-2015, 8 vv., v.VI, , Sermón 5, pp. 73-84, p. 78.

[3] II Concilio Ecuménico de Lyón (1274), Profesión de fe, Denzinger, 462.

[4] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 23, a. 4, in c.

[5] Ibíd., III, q. 49, a. 6, ob. 1

[6] Ibíd., III, q. 49, a. 6, ad 1.

[7] Ibíd., III, q. 49, a. 6. ad 2

[8] Ibíd., III, q. 34, a. 3, in c.

[9] Ibíd., III, q. 34, a. 3, ad 1.

[10] Ibíd., III, q. 49, a. 6, ob 2.

[11] Ibíd., III, q. 49, a. 6. ad 2

[12] Fil 2, 8-11.

[13] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica,  III, q. 49, a. 6. in c.

[14] Ibíd., III, q. 25, a. 2, ad 1

[15] Ibíd., III, q. 25, a. 2, in c.

[16] Ibíd., III, q. 25, a. 1, ob. 2.

[17] Cf, Ibíd, III, q. 19, a. 1.

[18] Ibíd., III, q. 25, a. 1, ob. 2.

[19] Ibíd., III, q. 25, a. 1, ad 2.

[20] Ibíd., III, q. 25, a. 1, ob. 1.

[21] Ibíd., III, q. 25, a. 1, ad 1.

[22] Ibíd., III, q. 25, a. 1, ob. 3.

[23] Ibíd., III, q. 25, a. 1, ad 3.

[24] Ibíd., III, q. 25, a 2,  ad 2 y 3.

[25] Ibíd. III, q. 25, a. 2, ob. 2.

[26] Ibíd., III, q. 25, a. 2, ob. 3.

[27] Cf. Ibíd., III, q. 25, a. 2, in c..

[28] Antonio Royo Marín, Jesucristo y la vida cristiana, Madrid, 1961, p. 202.

[29] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 25, a. 1, in c.

[30] Cf. Ibíd. II-II, q.103, a.l. 

[31] Ibíd., III, q. 25, a. 1, in c.

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