XLVII. La sociedad angélica
517. ––El Aquinate había indicado, en el capítulo setenta y cinco de esta tercera parte de la Suma contra los gentiles, que algunos dijeron que: «la providencia divina no llega a los singulares»[1], nota además, en el siguiente, que otros: «concedieron que la providencia de Dios se extiende a lo singular, pero mediante algunas causas». Añade sobre estos autores, que sostenían que la providencia de Dios alcanza todo lo singular, pero no de manera inmediata, que, según el teólogo del siglo IV, San Gregorio Niseno, Platón defendió este tipo de providencia, la de un Dios-Demiurgo, inferior al mundo de las Ideas y organizador del mundo material.
Ese Dios, que no es lo supremo de la realidad –único, inmutable, eterno, lleno de inteligencia y poder, y feliz por poder contemplar la Ideas, realidades divinas, inteligibles, pero no inteligentes por carecer de vida– es providente. «El que se cuida de todas las cosas» ha dispuesto que su gobierno ordenador, tanto de las cosas grandes como sobre las pequeñas, se realice por medio de «regidores» suyos.[2] Ante esta explicación filosófica de la mediatez de la providencia sobre los singulares, ¿Cuál es la posición del Aquinate?

505. ––Después de tratar el problema del mal y la providencia y al iniciar el capítulo siguiente, afirma el Aquinate: «Así como la divina providencia no excluye totalmente el mal en las cosas, del mismo modo tampoco excluye la contingencia ni les impone la necesidad»
490. —-¿Al igual que la divina providencia no excluye la acción de las causas segundas, tampoco excluye el mal?
477. —Después de estudiar a Dios como fin o bien de todas las cosas, en el libro III de la Suma contra los gentiles, el Aquinate trata de su gobierno universal sobre todas las criaturas ¿Por qué sigue esta sucesión entre estas dos partes del libro?
461. ––En los capítulos de la Suma contra gentiles, que dedica el Aquinate a la visión beatífica, se prueba que el alma humana, para contemplar a Dios, en la otra vida, necesita que su entendimiento sea elevado por una acción de Dios, que es realizado por lo que se llama la «luz de la gloria». Se denomina «luz de la gloria», porque, al igual que al entendimiento agente de la facultad intelectiva humana, se le compara con la luz, Ambas acciones hacen que el conocimiento intelectual, de manera parecida a la visión corporal, se realice y se perfeccione con la «luz».