XLVII. La sociedad angélica

517. ––El Aquinate había indicado, en el capítulo setenta y cinco de esta tercera parte de la Suma contra los gentiles, que algunos dijeron que: «la providencia divina no llega a los singulares»[1], nota además, en el siguiente, que otros: «concedieron que la providencia de Dios se extiende a lo singular, pero mediante algunas causas». Añade sobre estos autores, que sostenían que la providencia de Dios alcanza todo lo singular, pero no de manera inmediata, que, según el teólogo del siglo IV, San Gregorio Niseno, Platón defendió este tipo de providencia, la de un Dios-Demiurgo, inferior al mundo de las Ideas y organizador del mundo material.

Ese Dios, que no es lo supremo de la realidad –único, inmutable, eterno, lleno de inteligencia y poder, y feliz por poder contemplar la Ideas, realidades divinas, inteligibles, pero no inteligentes por carecer de vida– es providente. «El que se cuida de todas las cosas» ha dispuesto que su gobierno ordenador, tanto de las cosas grandes como sobre las pequeñas, se realice por medio de «regidores» suyos.[2] Ante esta explicación filosófica de la mediatez de la providencia sobre los singulares, ¿Cuál es la posición del Aquinate?

––Advierte Santo Tomás que: «Esta opinión está de acuerdo con la fe católica al reducir la providencia de todas las cosas a Dios, como a su primer autor; sin embargo, se opone al decir que no todo lo singular está sujeto inmediatamente a la divina providencia, como consta por lo anterior».

Además debe sostenerse la providencia de Dios sobre todas las cosas, incluidos los singulares, es inmediata. Se puede probar con varios argumentos. En el primero, que se presenta, se recuerda que: «Dios tiene conocimiento inmediato de lo singular, pero no como si lo conociera en sus causas, sino en sí mismo, según se ha demostrado (I, c. 65 ss.)». Se añade seguidamente: «No parece lógico que, conociendo lo singular no quiera su ordenación, que es lo que constituye su principal bien, precisamente siendo la voluntad divina el principio de toda bondad. Es, pues, menester que, así como conoce inmediatamente lo singular, así también inmediatamente lo ordene».

Parece que es posible sostener lo contrario, porque: «si Dios cuidara por sí mismo y de modo inmediato a las cosas inferiores, esto no es sino porque las desprecia o porque se manchar su dignidad con ellas, según afirman algunos (Averroes, Metaf. XII, 37, 52)».

Sin embargo, Santo Tomás considera que: «esto es una sinrazón, pues es más digno disponer próvidamente el orden de algunas cosas que el obrar en ellas», porque este obrar supone la ordenación previa de la providencia, al igual que la acción del constructor supone la del arquitecto, cuyos planes sigue. «Luego, si Dios obra en todas las cosas , como se ha dicho (III, c. 67 y ss.), y ello, sin embargo, en nada rebaja su dignidad, más aún, corresponde a su supremo y universal poder», se sigue que: «en modo alguno da lugar a despreciarle ni mancha su dignidad el que ejerza inmediatamente su providencia sobre lo singular»[3].

518. ––La divina providencia ordena de manera inmediata lo singular. Dios dispone de todas las cosas[4]. «Él mismo cuida por su parte de las cosas singulares»[5]. ¿Cómo cuida Dios de cada individuo de manera inmediata?

––Afirma Santo Tomás que: «las causas segundas son las ejecutoras de la divina providencia». Explica que: «se ha de tener en cuenta que la providencia requiere dos cosas: la ordenación y la ejecución del orden».

Advierte que: «Lo primero se realiza mediante la potencia cognoscitiva; por eso quienes tienen un conocimiento más perfecto se dicen ordenadores de los otros, pues «es propio del sabio ordenar» (Aristóteles, Metaf. I, c. 2). Lo segundo se hace mediante la potencia operativa».

Nota además que: «Tal poder se realiza en ambas cosas de una manera contraria; pues la ordenación es tanto más perfecta cuando a más detalles desciende, mientras que la ejecución de lo pequeño sólo requiere un poder pequeño en proporción con el efecto».

La providencia divina, por tanto, ordena y ejecuta, «pero en Dios ambos requisitos son de suma perfección, pues goza de perfectísima sabiduría para ordenar y de perfectísimo poder para ejecutar».

Además, se sigue que la ordenación o disposición es inmediata y, en cambio, la ejecución es mediata, porque: «es preciso que Él mismo disponga con su sabiduría los distintos órdenes de cosas, incluso de las mínimas, y, no obstante, ejecute lo pequeño mediante otras potencias inferiores, de que se vale para obrar, tal como hace la potencia universal y más elevada por mediación de la inferior y particular. Así, pues, es conveniente que haya agentes inferiores ejecutores de la divina providencia».

Por último, indica Santo Tomás esta tesis queda confirmada por la Escritura, al escribir finalmente: «Por esta razón se dice en el salmo: «Bendecid al Señor, virtudes, sus ministros, que ejecutáis su voluntad» (Sal 102, 21); y en otra parte: «El fuego, el granizo, la nieve, el espíritu de las tormentas que ejecutan su palabra» (Sal 148, 8)»[6].

519. ––¿Cómo se realiza el gobierno, o ejecución de su ordenación, por la providencia divina, de forma mediata?

––Sostiene Santo Tomás que: «como únicamente las criaturas intelectuales conocen la finalidad del orden de las criaturas, a ellas les corresponderá regir y gobernar a las demás».

Queda corroborado con esta argumentación: «Correspondiendo a la divina providencia la conservación del orden en las cosas y siendo el orden congruente que lo ínfimo descienda gradualmente de lo supremo, es menester que la providencia divina llegue hasta lo más pequeño, guardando cierta proporción».

Se sigue una graduación o descenso escalonado, porque: «esta proporción consiste en que, así como las criaturas supremas están sujetas inmediatamente a Dios y son gobernadas por Él mismo, de igual manera las inferiores estén sometidas y gobernadas por superiores a ellas». Debe asimismo tenerse en cuenta que: «Entre todas las criaturas, las superiores son las intelectuales, como se ha dicho (II, c. 46)». Por consiguiente: «el concepto de divina providencia exige que mediante las criaturas racionales sean gobernadas todas las demás».

Conclusión, que queda también reafirmada, porque: «Es un hecho que las criaturas intelectuales participan de la providencia más que las otras, porque las criaturas racionales poseen los dos requisitos de ella, a saber la disposición del orden, que se perfila por potencia cognoscitiva, y la ejecución, que se efectúa por la operativa; mientas que las demás criaturas sólo poseen potencia operativa. Luego bajo la providencia de Dios, las criaturas racionales gobiernan a las demás»[7].

520. ––En las criaturas racionales hay también géneros, el humano y los diferentes géneros de los ángeles. ¿Se notan sus diferencias en su función gobernativa?

––La respuesta de Santo Tomás es afirmativa, porque: «como entre las criaturas intelectuales unas son superiores a otras, según consta por lo dicho (II, cc. 91, 95), es menester que las naturalezas intelectuales superiores gobiernen a las inferiores»[8].

A continuación, lo prueba con un principio que toma del Pseudo-Dionisio. Lo había ya utilizado en la lección solemne, denominada Principio, que pronunció al ser promovido al grado máximo de doctor o maestro, y que tituló Sobre la recomendación de la Sagrada Escritura[9]. El principio de graduación jerarquía, que se encuentra en La jerarquía celeste, del Pseudo-Dionisiode quien se creyó, hasta el siglo XIX, que era discípulo inmediato de San Pablo–, queda formulado de este modo: «la ley nos ha llegado por medio de los ángeles (seres superiores, como considera a Moisés) a fin de que aprendamos que ése es el orden establecido por Dios, que los seres inferiores se eleven a Dios, por medio de las jerarquías superiores»[10].

Según este pasaje, –del que se cree hoy es su autor un monje sirio neoplatónico del siglo VI– afirma Santo Tomás que la Providencia divina hace que los dones superiores desciendan desde lo más alto hasta lo más bajo. Tanto en los seres espirituales como en los corporales, el descenso se realiza de un modo gradual. Bajan de una manera escalonada y, por tanto, por medio de grados intermedios[11].

De acuerdo con esta tesis neoplatónica del Pseudo-Dionisio[12], argumenta Santo Tomás: «Las substancias intelectuales superiores reciben en sí mismas la influencia de la sabiduría divina mejor que todas las demás, porque cada cual recibe según su natural disposición. Es así que todas las cosas son gobernadas por la sabiduría divina, y según esto es preciso que las que más participan de la sabiduría divina gobiernen a las que menos participan. En consecuencia, las substancias intelectuales superiores gobiernan a las inferiores».

Precisa seguidamente, tal como también explicaba el Pseudo-Dionisio: «Los espíritus superiores son llamados también «ángeles» en cuanto que dirigen a los espíritus inferiores anunciándoles algo, pues la palabra ángel equivale a «nuncio»; se llama también «ministro» en cuanto que con sus obras ejecutan, incluso en las cosas corporales, el orden de la divina providencia»[13].

521. ––Se ha probado que: «las cosas corporales están gobernadas por las espirituales». Además, que: «entre las corporales hay un cierto orden». ¿Afecta este orden al gobierno al que están sujetas?

––Estas dos tesis hacen necesario que, en las substancias corporales: «los cuerpos superiores sean gobernados por las substancias intelectuales superiores y los inferiores por las inferiores». Sobre las substancias intelectuales debe tenerse en cuenta, que: «cuanto superior es una substancia, tanto más universal es su poder».

Asimismo, que, por una parte: «como las substancias intelectuales superiores tienen un poder más universal, así también están más perfectamente dispuestas por Dios, de manera que conocen al detalle la razón del orden que Dios les comunica» y desde el que gobiernan. Por otra, que: «esta manifestación divina de la ordenación divina, realizada por Dios, llega incluso hasta las substancias intelectuales más inferiores».

Sin embargo, sobre esta última afirmación, precisa Santo Tomás que: «las inteligencias inferiores no la reciben de manera tan perfecta que puedan conocer al detalle cuanto han de ejecutar en miras a lo ordenado por la providencia, sino solamente en general; así que, cuanto más inferiores son, menos conocimiento detallado del orden divino reciben al ser iluminadas divinamente por primera vez; de modo que el entendimiento humano, que posee el último grado de conocimiento natural, sólo tiene noticia de algunas cosas universalísimas».

Puede así concluirse que: «Las substancias intelectuales superiores reciben inmediatamente de Dios un conocimiento perfecto del orden divino, conocimiento que han de comunicar a los inferiores, tal como el conocimiento universal del discípulo es perfeccionado por el del maestro, que conoce al detalle».

522. ––De todo ello, concluye el Aquinate: «entre aquellas inteligencias que perciben inmediatamente en el mismo Dios el conocimiento perfecto del orden de la divina providencia hay cierta jerarquía, porque las superiores y primeras ven la razón del orden de la providencia en el mismo último fin, que es la bondad divina; pero unas con mayor claridad que otras»[14]. ¿En que consiste tal jerarquía?

––Por recoger la tradición común entre los tratadistas, que inició Pseudo-Dionisio –que no es de fe, pero se fundamenta en la Sagrada Escritura y en el lenguaje de la Iglesia–, Santo Tomás explica, en la Suma teológica, que: «jerarquía es lo mismo que «principado sagrado»[15]. El termino jerarquía, tal como expresa su etimología, significa potestad o autoridad sagrada, aunque después se extendió su sentido a significar los grados de mando de cualquier organización.

En los ángeles, tal como indica el Pseudo-Dionisio, se encuentra una triple jerarquía, o triple modo de autoridad sobre los subordinados: superior, media e inferior. Santo Tomás lo justifica desde las diferencias de los ángeles en cuanto cantidad de conocimientos. Había probado que: «cuanto más elevado sea el ángel, con tantas menos especies (inteligibles) puede entender la universalidad de los inteligibles, para lo cual es necesario que éstas sean más universales, en el sentido de que cada una de ellas se extienda a más cosas»

Se explica porque: «en Dios ocurre que toda la plenitud del conocimiento intelectual está contenida en un solo principio, esto es, en la esencia divina por la cual conoce Dios todas las cosas». En cambio: «esta plenitud intelectual se halla en los entendimientos creados de un modo inferior y menos simple». De manera que es necesario afirmar que: «lo que Dios conoce por una sola forma, los seres inferiores lo conozcan por muchas, y tantas más cuanto más grande sea la inferioridad de su entendimiento».

Conclusión, que aclara este «ejemplo aproximado» de lo que ocurre en el conocimiento humano: «Hay quienes no pueden captar la verdad intelectual a menos de que se les explique con todos sus pormenores, cosa que proviene de la debilidad de su entendimiento; y, en cambio, hay quienes, por tener un entendimiento más poderoso, pueden en pocos principios ver muchas cosas»[16].

Afirma, en la justificación de las tres jerarquías angélicas, que «esta acepción universal del conocimiento admite tres grados en los ángeles puesto que pueden considerarse bajo tres aspectos las razones (conceptos) de las cosas sobre los que son iluminados los ángeles. El primer aspecto es, en cuanto que tales iluminaciones proceden del primer principio universal, que es Dios; y este modo compete a la primera jerarquía, que se extiende hasta Dios inmediatamente, y que «está situada como en la antecámara de Dios» (La jerarquía celeste, c. 7, 3), según la expresión de Dionisio»[17], porque tal como se indica en esta obra: «la primera es la que está siempre junto a Dios, constantemente unida a Él y disfruta de esa unión antes que los demás y sin intermediarios»[18].

Sobre el modo de conocimiento de la jerarquía media, escribe Santo Tomás: «El segundo aspecto es en cuanto que tales razones dependen de las causas universales creadas, que en alguna manera ya son múltiples; y este modo de iluminación compete a la segunda jerarquía». En ella, los conceptos, recibidos por iluminación están en relación de las causas universales de las cosas

En cuanto a los conceptos recibidos de Dios por la jerarquía inferior: «Por último, según que estas razones son aplicadas a las cosas singulares en cuanto éstas dependen cada una de sus propias causas; y este modo es propio de la ínfima jerarquía»[19]. Los ángeles de la misma reciben la iluminación por Dios de las causas propias singulares.

523. –– ¿En cada una de las tres jerarquías, hay también un orden entre los ángeles que la constituyen?

––Indica el Aquinate que, según lo dicho, una jerarquía es «una multitud uniformemente organizada bajo el gobierno de un príncipe». Para estar ordenada es preciso que, en cada jerarquía, se den distintos órdenes o grupos angélicos, de tal manera que: «la diversidad de órdenes (…) se toma de los diversos oficios y actos».

Así ocurre en la sociedad humana, porque: «en una misma ciudad hay diversos órdenes en conformidad con los diversos actos, pues uno es el orden de los jueces, otro el de los militares y otro el de los que labran la tierra y así de lo demás». Advierte seguidamente que: «aunque sean muchos los órdenes en una ciudad, todos pueden reducirse a tres, en cuanto que toda multitud perfecta consta de principio, medio y fin. Por eso, hay también en las ciudades tres órdenes de hombres: uno, el de los que constituyen la clase alta, que son los magnates; otro, el de la clase ínfima, que es la plebe; y otro, en fin, intermedio, que es la clase media».

Dada la analogía que se da entre toda la escala de los entes, puede sostenerse que: «de igual modo hay también en cada jerarquía angélica diversos órdenes según los diversos actos y oficios, y toda esta diversidad se reduce a tres grados, a saber: el sumo, el medio y el ínfimo. Por esto Dionisio señala en cada jerarquía tres órdenes»[20].

Hay, por tanto nueve órdenes o coros, como también se les denomina, según sus funciones. Sin embargo, como: «nosotros conocemos imperfectamente los ángeles y sus oficios (…) de ahí que no podamos distinguir más que en general los oficios y los órdenes de los mismos; y así es como se contienen muchos ángeles en un mismo orden. Pero, si conociésemos perfectamente los ministerios de los ángeles y las peculiaridades de cada uno, sabríamos perfectamente que en realidad cada ángel tiene su propio ministerio y su propio orden»[21].

La distinción de las tres jerarquías y los nueve órdenes de ángeles, tal como los conocemos, tiene su origen en su distinta naturaleza, creada por Dios, y también según la gracia que reciben, porque: «a los ángeles se les dieron los dones gratuitos según la capacidad de sus dones naturales»[22]. De manera que: «los ángeles que poseyeron mejores dotes naturales recibieron más gracia y más gloria»[23].

Podría parecer, según lo dicho, que, por una parte, en los ángeles la gracia no dependiera absolutamente de la voluntad de Dios. Sin embargo, en ellos, es también totalmente gratuita, porque: «si la gracia depende de la mera voluntad de Dios de ella depende también la naturaleza del ángel; y si la voluntad de Dios es la que ordena la naturaleza a la gracia, ella es también la que ordena los grados de la naturaleza a los grados de gracia»[24]. Por consiguiente, puede decirse que «los órdenes se distinguen en los ángeles completivamente, o sea de un modo cabal y perfecto, según los dones gratuitos; en cambio, dispositivamente, según los dones naturales (…) lo cual no es así en los hombres»[25].

En los hombres no ocurre lo mismo, porque «la diversidad de las naturalezas no es la misma que la de los ángeles, que difieren en especie, que en los hombres, que sólo difieren en número»[26]. La naturaleza de cada ángel es totalmente distinta de la demás. La naturaleza del hombre es idéntica en todos los hombres, sus diferencias no son específicas, sino individuales. Cada ángel es su especie. Cada hombre es un individuo de la especie humana. «Por eso en los hombres se distinguen los órdenes solamente según los dones gratuitos y no según la naturaleza»[27].

524. ––¿Qué órdenes o coros de ángeles constituyen la jerarquía suprema?

––A las órdenes que, según el Pseudo-Dionisio, componen la primera jerarquía son los Serafines, los Querubines y los Tronos. Santo Tomás, en la Suma contra los gentiles, le sigue al escribir que las inteligencias: «superiores y primeras (…)se llaman Serafines, como si dijéramos ardientes o abrasadores, porque suele designarse con el incendio la intensidad del amor o del deseo que tiene como objetivo el fin»[28], que es la bondad divina.

En La jerarquía celeste, del Pseudo-Dionisio, se indica también que «el nombre dado a los Serafines» –que proviene del griego con el significado de prender fuego y llevar calor– quiere manifestar: «el poder que tienen de asemejar a los subordinados con ellos mismos elevándolos con energía, enardeciéndolos y prendiendo en ellos la llama que les lleva a conseguir un calor semejante al suyo, su poder purificador como rayo o fuego abrasador, su aptitud para conservar su propia luz e iluminación evidente y sin merma, siempre de la misma forma, pues ella hace desaparecer y destruye todo lo que produce oscuras tinieblas». [29].

El nombre aparece en Isaías. Cuenta el profeta que: «Ví al Señor sentado sobre un trono alto y elevado; la orla de su manto llenaba el templo. Los Serafines estaban sobre el trono; seis alas tenía el uno y seis alas el otro: con dos cubrían su rostro, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Daban voces el uno al otro y decían: «Santo, Santo, Santo, el Señor Dios de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria»[30].

Añade Santo Tomás que: «Las segundas (inteligencias) conocen perfectamente la razón del orden de la providencia en la misma forma divina. Y se llaman Querubines, que quiere decir plenitud de ciencia, ya que la ciencia se perfecciona por la forma cognoscible»[31].

El Pseudo-Dionisio explica que: «El nombre de Querubines quiere revelar su poder de conocer y de ver a Dios, el recibir el don sumo de luz y el contemplar el esplendor de la belleza divina con poder primordial, llenarse del don que hace sabios y compartir generosamente con los inferiores por medio de la efusión de esa sabiduría recibida»[32].

Los Querubines aparecen ya en el primer libro de la Escritura, donde se lee: «Echó fuera a Adán y puso un querubín delante del paraíso del deleite con una espada que arrojaba llamas, y andaba alrededor para guardar el camino del árbol de la vida»[33]. Se les también nombra en los salmos: «El Señor reinó, tiemblen los pueblos; el que está sentado sobre Querubines, se estremezca la tierra»[34]. También aparecen en libro de Ezequiel[35] y su descripción detallada la da el mismo profeta Ezequiel[36].

Por último, al siguiente coro de la primera jerarquía, escribe Santo Tomás pertenecen «las terceras inteligencias», ángeles que: «contemplan la disposición de los juicios divinos en ellos mismos. Y se llaman Tronos, porque trono significa la potestad de juzgar»[37].

Sobre los ángeles Tronos explica el Pseudo-Dionisio: «El nombre de los más sublimes y excelsos Tronos significa que su pureza sin mezcla les aleja de toda sumisión a las cosas viles, que se elevan hacia las alturas de forma supramundana, que están firmemente alejados de toda bajeza, que están asentados, con todas sus fuerzas, de manera estable y firme en torno a aquel que es verdaderamente Altísimo, que, libres de toda pasión y de manera inmaterial, están dispuestos a recibir la visita de la Deidad, que son portadores de Dios, que están prontos a acoger con diligencia sus dones»[38].

De los Tronos habla San Pablo en el siguiente pasaje: «porque en él (Jesucristo) fueron creadas todas las cosas que hay en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, ya sean Tronos, ya las dominaciones, ya los principados, ya a las potestades, todas fueron creadas por él mismo y en él mismo»[39].

En su comentario a este pasaje paulino, Santo Tomás sintetiza esta explicación de estos tres órdenes de ángeles superiores, al escribir: «denomínanse así por sus superiores dones; y el grado supremo en una criatura espiritual es el que más vecindad tiene con Dios y en cierto modo es parte de Él; y por este rozarse o alindar con la Divinidad se nombran superiores. Los Serafines, como si dijéramos, abrasados en Dios o que nos encienden en amor divino; los Querubines, como poseedores de la ciencia de Dios; los Tronos como si tuvieran a Dios sentado en sí mismos»[40].

525. –– ¿Quiénes son las órdenes o coros de ángeles que constituyen la jerarquía media?

––En el mismo capítulo de la Suma contra los gentiles, afirma que: «la disposición universal de la providencia se distribuye» en tres órdenes de la jerarquía media: Dominaciones, Virtudes y Potestades. Tal distribución se da: «en primer lugar, entre muchos ejecutores. Y esto se realiza por el orden de las Dominaciones, pues es propio de los señores el mandar lo que han de ejecutar otros»[41].

Sobre las Dominaciones explica el Pseudo-Dionisio que su nombre «quiere significar un elevarse libre y sin dejarse someter por ninguna tendencia terrena, sin inclinarse absolutamente a ninguna de las tiránicas desemejanzas de ninguna manera, pues dominan, como conviene a seres libres, como inflexibles dominaciones todo aquello que conduce a cualquier envilecedora servidumbre, inexorable a todo dominio y limpias de toda desemejanza desean constantemente el verdadero Dominio y el Principio de todo Señorío. Tienden ellas, según su capacidad, a asemejarse con el Señor y bondadosamente lo pretenden con sus inferiores»[42].

Aparecen las Dominaciones en el texto anterior citado de San Pablo y también en un pasaje de otra epístola de San Pablo[43]. En este último se dice que Cristo está en los cielos: «sobre todo principado, y Potestad, Virtud y Dominación»[44]. En este último lugar, se basó el Pseudo-Dionisio para colocar estos tres coros en la jerarquía media.

Respecto al segundo orden de esta segunda jerarquía, escribe Santo Tomás: «En segundo lugar la providencia es distribuida y aplicada a varios efectos por el que obra y ejecuta. Y esto se hace mediante el orden de las Virtudes»[45].

Por su parte, el Pseudo-Dionisio: «La denominación de santas Virtudes significa cierta fortaleza viril, inflexible en todas sus operaciones, al modo de Dios. No admite ni debilidad ni pereza para recibir las iluminaciones divinas que le son dadas, tiende firmemente a imitar a Dios, no abandona por cobardía el divino impulso, sino que mira fijamente a la Virtud supraesencial, fuente de toda fortaleza, y llega a ser, en la medida que le es posible, la imagen en forma de virtud de la Virtud misma, y se vuelve firmemente hacia Ella por ser el principio de toda Virtud y al mismo tiempo transmite a sus inferiores el poder dinámico y divinizante»[46].

Un referencia a las Virtudes se encuentra en la primera epístola de San Pedro. Después de mencionar la resurrección de Jesucristo, dice del resucitado: «habiendo subido (Jesucristo) al cielo y estándole sumisos los Ángeles, las Potestades y las Virtudes»[47].

Concluye Santo Tomás sobre esta jerarquía que: «En tercer lugar, el orden universal de la providencia, establecido ya en los efectos es preservado de toda confusión por la coacción ejercida sobre aquello que podría perturbarlo. Esto corresponde al orden de las Potestades».

Considera el Pseudo-Dionisio que: «El nombre de las santas Potestades revela que tienen el mismo rango que la Dominaciones y Virtudes, su disposición armoniosa y sin confusión para recibir los dones divinos, el carácter ordenado de este poder celestial e intelectual, que no abusa tiránicamente de su extraordinario poder sobre los inferiores (…) Se parecen, en la medida posible, al poder que es fuente de poder y autor de toda potestad»[48].

526. –– ¿Cuáles son las órdenes de ángeles que están en la jerarquía inferior?

––Afirma Santo Tomás, en la Suma contra los gentiles, que: «Las últimas entre las superiores substancias intelectuales son las que conocen el orden de la divina providencia a través de las causas particulares, y son propuestas inmediatamente a las cosas humanas». Precisa seguidamente que: «Por cosas humanas se ha de entender todas las naturalezas inferiores y causas particulares que están ordenadas al hombre y sujetas a su servicio, como se ha dicho (III, c71)».

Como, en estas cosas humanas: «hay cierto bien común, que es el bien de la ciudad o de los ciudadanos», se ocupan del mismo «la orden de los Principados»[49]. Su nombre, según el Pseudo-Dionisio, significa: «su principado y hegemonía deiforme, que ejercen en un orden sagrado muy propio de los poderes principescos, y también la capacidad de tomarse ellos plenamente hacia el principio que está sobre todo principio, y ejerciendo un principado sobre otros, guiarlos hacia el Principio»[50].

Advierte Santo Tomás que el profeta Daniel cuenta que vino en su ayuda «uno de los primeros Príncipes»[51], que le dijo que le ayudaría a «pelear contra el príncipe de los persas»[52]. Seguidamente añade: «Según esto, la disposición de los reinos, el traspaso de poder de un pueblo a otro, debe pertenecer al ministerio de este orden. Incluso la inspiración de aquello que son príncipes entre los hombres respecto a como han de administrar su gobierno, parece que corresponde a este orden».

Además, añade Santo Tomás, en este lugar, que «hay otro bien humano, que no es común, sino estrictamente personal, aunque no en beneficio propio exclusivo sino de muchos: como las cosas de fe, que todos y cada uno han de creer y observar el culto divino, etc. Y esto corresponde a los Arcángeles»[53].

Según el Pseudo-Dionisio: «el santo orden de los Arcángeles, por hallarse en una situación media en la jerarquía, participa igualmente de los extremos. Tienen caracteres comunes a la vez con los muy santos principados y con los santos ángeles. Con unos, porque con los Principados, se orienta hacia el Principio y a Él se asemeja, en la forma posible, y unifica a los ángeles gracias a los invisibles poderes de mando que él tiene para ordenar y disponer. Con otros, porque él pertenece también al orden intermedio que recibe jerárquicamente las iluminaciones divinas a través de las jerarquías del primer orden y se las comunica con benevolencia a los ángeles y por medio de los ángeles nos las comunica a nosotros, según las santas aptitudes de cada uno para recibir las iluminaciones divinas»[54].

Son muchos los lugares de la Escritura en los que aparecen Arcángeles, Por ejemplo, se dice: «cuando el Arcángel Miguel disputaba con el diablo»[55], y en la primera epístola de San Pablo se habla de la «voz de Arcángel»[56].

Por último, observa Santo Tomás que: «hay cierto bien humano que pertenece a cada uno en particular, y los bienes de esta clase corresponden al orden de los ángeles»[57]. De los Ángeles, que «completan y terminan todas las jerarquías de los espíritus celestes», dice el Pseudo-Dionisio: «nosotros les atribuimos el nombre de ángeles con preferencia a otros grupos por cuanto su jerarquía se aplica a lo que está más manifiesto para nosotros y a lo concerniente a este mundo»[58]. Por este motivo, aparecen muchas veces en la Escritura ángeles que pertenecen a este coro. El mismo Jesús, dice: «Mirad que no desprecié a uno de esos pequeños. Porque les digo que en el cielo los ángeles de ellos contemplan siempre el rostro de mi Padre celestial»[59].

Eudaldo Forment

 

 



[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III,  c. 75.

[2] Platón, Leyes, X, 903 b-d.

[3] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III,  c. 76.

[4] Cf. ÍDEM, Suma teológica, I, q. 22, a.2.

[5] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III,  c. 76.

[6] Ibíd., III, c. 77.

[7] Ibíd., III, c. 78

[8] Ibíd., III, c. 79.

[9] Ídem, Sobre la recomendación de la Sagrada Escritura, Proem., 1.

[10] Pseudo Dionisio Areopagita, Jerarquía celeste,  IV, 3.

[11] Cf. Santo Tomás, Sobre la recomendación de la Sagrada Escritura.

[12] Se ha dicho que: «El Pseudo Dionisio y San Agustín nos ofrecen las dos formas arquetípicas a través de las cuales pasa todo el espíritu oriental a Occidente, toda su filosofía al cristianismo, toda la dimensión estética y contemplativa a una Iglesia que, en el universo del Imperio romano, cada vez es conformada más por la moral y el derecho» (Olegario González de Cardedal, Presentación, en Pseudo Dionisio Areopagita, Obras completas, Madrid, BAC, 2002).

[13] Santo Tomás, Suma contra los gentiles, III, c. 79.

[14] Ibíd., III, c. 80.

[15] ÍDEM, Suma teológica, I, q. 108, a. 1, in c.

[16] Ibíd., I, q. 55, a. 3, in c.

[17] Ibíd., I, q. 108, a. 1, in c.

[18] Pseudo-Dionisio Areopagita, La jerarquía celeste, VI, 2.

[19] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I, q. 108, a. 1, in c. Nota finalmente Santo Tomás: «Se toma, por consiguiente, la distinción de jerarquías por parte de la multitud regida» (Ibíd.).

[20] Ibíd., I, q. 108, a. 2, in c.

[21] Ibíd., I, q. 108, a.3, in c.

[22] Ibíd., I, q. 108, a. 4, in c.

[23] Ibíd., I. q. 62, a. 6, in c.

[24] Ibíd., I, q. 62, a, 6, ad 1.

[25] Ibíd., I, q. 108, a, 4, in c.

[26] Ibíd., I, q. 62, a. 6, ad 3.

[27] Ibíd., I, q. 108, a. 4, in c.

[28] ÍDEM, Suma contra los gentiles, III, q. 80.

[29] Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, VII, 1..3

[30] Is 6, 1-3.

[31] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 80

[32] Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste,  VII, 1.

[33] Gn 3, 23.

[34] Sal 99, 1.

[35] Ez 10, 1-22.

[36] Ez 1, 4-28.

[37] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles,  III, c. 80

[38] Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, VII, 1.

[39] Col, 1, 16.

[40] Santo Tomás de Aquino, Comentario a la epístola de San Pablo a los colosenses, c. I, lec. IV.

[41] ÍDEM, Suma contra los gentiles, III, c. 80.

[42] Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, VIII, 1.

[43] Col 1, 16 y Ef 1,

[44] Ef 1, 21.

[45] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 80.

[46] Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, VIII, 1.

[47] 1 Pe 3, 22.

[48] Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, VIII, a. 1.

[49] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles,  III, c. 80.

[50] Pseudo-Dionisio, La jerarquía celeste, c. 8, a. 1.

[51] Dn 10, 13.

[52] Dn 10, 20.

[53] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 80.

[54] Pseudo-Dionisio,  La jerarquía eclesiástica, c. 9, 2.

[55] Jds 9.

[56] 1 Tes 4, 15.

[57] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 80.

[58] Pseudo-Dionisio, La jerarquía eclesiástica,  9, 2.

[59] Mt 18, 10.

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