25.03.09

El Papa, el SIDA, los preservativos

Asistimos a la enésima polémica con ocasión de palabras pronunciadas por el Papa. No se explica que en un mundo tan laico y autónomo los oídos de tanta gente, y de tantos medios, estén siempre ávidos de dar cobertura y de debatir las afirmaciones del “Siervo de los siervos de Dios”, el humilde Obispo de Roma, Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia Universal. Se entiende que la palabra del Papa tenga repercusión en los católicos o, incluso, en las gentes de buena fe que reconocen que la Iglesia es maestra en humanidad. Se entiende menos la obsesión - ¿enfermiza? – de quienes, renegando del Papa y de la Iglesia, dedican tantas horas de su tiempo a atacarlo o a combatirlo. Máxime si consideramos que el Papa no tiene un ejército a su disposición que sea capaz de imponer, por vía de coacción, la moral pura que se deriva del Evangelio, y hasta de la recta razón del hombre.

El pasado martes, 17 de marzo, de camino a África, le preguntaron al Papa sobre la eficacia de la lucha de la Iglesia contra el SIDA; una eficacia puesta en duda por algunas personas. Y el Papa contestó que “la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el SIDA es precisamente la Iglesia Católica”. Y puso algunos ejemplos bien concretos: Los esfuerzos de la Comunidad de San Egidio, de los Camilos, o de tantas religiosas que se dedican al servicio de los enfermos.

Señaló Benedicto XVI que el problema del SIDA “no se puede superar sólo con dinero, aunque éste sea necesario”. Asimismo, y en una formulación gramaticalmente condicional (del tipo: “Si X, entonces Y”), añadió: “Si no hay alma, si los africanos no ayudan (comprometiendo la responsabilidad personal), no se puede solucionar este flagelo distribuyendo preservativos; al contrario, aumentan el problema”. Es decir - interpreto yo - no basta con distribuir preservativos - sin entrar en una valoración moral sobre su uso - , sino que hace falta algo más que eso.

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24.03.09

La Semana Santa y el derecho a la vida

“Toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe”, escribió el Papa Juan Pablo II en la encíclica “Evangelium vitae”. Es decir, la cuestión de la defensa de la vida humana no es en absoluto una cuestión meramente “política” – con minúscula - , procedimental, opinable, sujeta al vaivén de los partidos, de los votos y de las mayorías. No es, tampoco, una cuestión extraña a la ética. Ni mucho menos ajena al núcleo de la fe católica: “El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús”, decía también Juan Pablo II.

Celebrar la Semana Santa equivale a revivir, a hacer presente de nuevo, la fuerza salvadora de los acontecimientos centrales que fundamentan la fe cristiana: la Pasión, la Muerte y la gloriosa Resurrección de Jesucristo. No se trata, en esencia, de pasear unas imágenes por las calles de nuestras ciudades. El drama de la Semana Santa es el drama de la muerte del Inocente, de Aquel que enmudece ante las acusaciones injustas de los poderosos, de Aquel que carga sobre sí nuestras culpas, nuestros pecados y que, aparentemente derrotado en la Cruz, vence, con un amor que sólo puede ser divino, nuestras miserias y nuestras cobardías. Privar a la Semana Santa de su fondo – el desbordamiento del amor de Dios – para quedarse en la mera forma, en el puro ritual de los pasos, en la cadencia procesional de unos costaleros, en la vistosidad de unas tallas, suena a idolatría. La magnificiencia externa de las procesiones es merecedora de todo respeto si es expresión y símbolo de un contenido; sin eso, se convierte en puro teatro, en farsa, en pasatiempo.

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22.03.09

No jugar con los términos: aborto indirecto y "aborto terapéutico"

“Es verdad que el autor da una valoración moral negativa del aborto en términos generales, pero su posición acerca del aborto terapéutico es ambigua: (52) al sostener la posibilidad de ciertas intervenciones médicas en algunos casos más difíciles, no se entiende claramente si se está refiriendo a lo que tradicionalmente se llamaba «aborto indirecto», o si en cambio admite también la licitud de intervenciones no comprendidas en la categoría tradicional mencionada. No menos ambigua es su posición sobre el aborto eugenésico.(53) Por lo que se refiere a las leyes abortistas, el Autor explica correctamente que el aborto no se puede considerar como contenido de un derecho individual,(54) pero a continuación añade que «no toda liberalización jurídica .del aborto es contraria frontalmente a la ética».(55) Parece que se refiere a las leyes que permiten una cierta despenalización del aborto.(56) Pero, dado que existen diversos modos de despenalizar el aborto — algunos de los cuales equivalen, en la práctica, a su legalización, mientras que ninguno de los demás es, en todo caso, aceptable según la doctrina católica(57) — y que el contexto no es suficientemente claro, al lector no le es posible entender qué tipo de leyes despenalizadoras del aborto se consideran «no contrarias frontalmente a la ética»".

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21.03.09

La Cuaresma y la alegría

La Cuaresma nos prepara para la celebración de la Pascua, para que avancemos en su inteligencia y la podamos vivir con mayor plenitud. La Pascua de Cristo, el camino de elevación al Padre que parte de la Cruz, es expresión del amor misericordioso de Dios: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16).

Jesús, exaltado en la Cruz, a semejanza de la serpiente de bronce alzada por Moisés en un mástil, es salvación para todos los que le miren con fe. No podemos salvarnos a nosotros mismos ni podemos, con nuestras fuerzas, elevarnos a la condición de hijos de Dios: “Nadie se libera del pecado por sí mismo y por sus propias fuerzas ni se eleva sobre sí mismo; nadie se libera completamente de su debilidad, o de su soledad, o de su esclavitud. Todos necesitan a Cristo, modelo, maestro, libertador, salvador, vivificador” (Ad gentes, 8). San Pablo, en la carta a los Efesios, insiste en esta gratuidad de la salvación: “estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se de debe a vosotros, sino que es un don de Dios” (Ef 2,8).

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20.03.09

Aborto: Firmeza y misericordia

Algunas personas juzgan que la Iglesia es exageradamente estricta cuando, en su legislación, prevé la pena (canónica) de excomunión contra el delito (canónico) de aborto. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae”, es decir, de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito, en las condiciones previstas por el Derecho canónico. El mismo Derecho, en los cánones 1323-1324, establece las causas legales excusantes de incurrir en cualquier pena. Por eso, no es tan fácil decir, sin considerar las circunstancias del caso, quien de hecho queda excomulgado y quien no.

Pero, ¿no es demasiado duro? ¿Por qué la Iglesia se muestra tan exigente con los católicos – ya que la excomunión, obviamente, no afecta a quien no lo es -? ¿No puede un católico verse, legítimamente, involucrado en la cooperación formal a un aborto? ¿No puede llegar a ser responsable de este acto contrario a la vida alguien que busque evitar otro mal, o evitar algo que se juzga – quizá equivocadamente – que es un mal? ¿Qué hacer ante una situación dramática, extrema, como sería aquella en la que la vida de una joven madre corra peligro?

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