Las lágrimas de las cosas
Ayer me encontré, de nuevo, con esta expresión: “Las lágrimas de las cosas”. En la brillante obra - por otra parte, tan actual, gracias ya no a Hitler, sino a Putin - La liebre con ojos de ámbar, de Edmund de Waal, se evoca el exilio en Londres de Viktor Ephrussi, huyendo del nazismo que anexionó Austria a Alemania: “A veces, cuando los nietos volvían del colegio, les contaba la historia de Eneas y su regreso a Cartago. En los muros de la ciudad hay escenas de Troya. Y es entonces, enfrentado con la imagen de lo que ha perdido, cuando Eneas por fin llora. “Sunt lacrimae rerum”, dice. “Hay lágrimas en las cosas”.
Virgilio supo captar que “hay lágrimas en las cosas”. Muchas cosas se echan de menos, porque las cosas nos dicen lo que éramos y lo que somos. Las cosas tienen memoria. Constituyen un polo objetivo, intencional, que determina lo que queremos; en definitiva, lo que recordamos haber sido o lo que, en el futuro, ansiamos ser.