La esencia del Cristianismo. Joseph Ratzinger (4). El Espíritu Santo, la Iglesia y las estructuras de lo cristiano

El Espíritu Santo y la Iglesia

La tercera parte del símbolo habla del Espíritu Santo como don de Dios a la historia. La Iglesia se entiende a partir de este don, como su lugar de acción en el mundo a través, concretamente, del bautismo – y de la penitencia – y la eucaristía[1]. Igualmente, las palabras conclusivas del símbolo, referidas a la resurrección de la carne y a la vida eterna, son también ampliación de la fe en el Espíritu Santo y en su poder transformador.

La espina dorsal del concepto de Iglesia es la idea sacramental: “la Iglesia y los sacramentos van siempre juntos, no pueden existir por separado”[2]. En su estructura paradójica de santidad (divina) y pecado (humano), la Iglesia es, en este mundo, la figura de la gracia[3]. En medio de un mundo dividido, la Iglesia debe ser el signo y el medio de unidad que trasciende y une naciones, razas y clases[4].

La resurrección de la carne no se realiza con el retorno del “cuerpo carnal”, del sujeto biológico, sino en la diversidad de la vida de la resurrección, cuyo modelo es el Señor resucitado[5].

 

Las “estructuras de lo cristiano” y la esencia del cristianismo

 

En un excurso titulado “estructuras de lo cristiano”, Joseph Ratzinger trata de reflexionar “sobre lo que es básico en el cristianismo”, intentando sintetizarlo en muy pocas afirmaciones[6].

La primera afirmación versa sobre el individuo y el todo: “la fe cristiana no parte del individuo aislado, sino de la convicción de que no existe el individuo puro, de que el hombre es hombre cuando se tensa en el todo: en la humanidad, en la historia, en el cosmos, algo que le es esencial y a lo que tiende como «espíritu encarnado»”[7]. El cristianismo y la Iglesia tratan de un hombre que es “ser-con”, un conjunto de interdependencias que brotan del principio de corporeidad[8]. El cristianismo se sitúa en el ámbito de la historicidad. Ser cristiano es un carisma social; se es cristiano “para participar en la diaconía de la totalidad”[9]. El cristianismo conoce el principio “individuo” por su referencia a la totalidad. Y aquí radica el escándalo que el cristianismo provoca: la fe en que un individuo, uno solo, Jesucristo, es la salvación del mundo[10].

La segunda afirmación se refiere al principio “por”, ley fundamental de la existencia cristiana: “Ser cristiano significa esencialmente pasar de ser para sí mismo a ser para los demás”[11].

La tercera es la “ley de lo incógnito”: Dios que es el primero del mundo se presenta como la criatura ínfima del mundo, en el signo de lo humilde, y no solo en el poder cósmico: en Israel, en Nazaret, en la cruz y en la Iglesia[12].

La cuarta afirmación es la “ley de la sobreabundancia”: Jesucristo es la plenitud de la justicia de Dios: “Él es la justicia de Dios que supera ampliamente lo que tiene que hacer, que no calcula, sino que sobreabunda verdaderamente; él es el sin-embargo de su amor infinito, con el que vence infinitamente el pecado del hombre”[13]. El hombre es justo cuando es generoso con Dios y con los demás, cuando vive esencialmente del perdón. La eucaristía es la sobreabundancia divina que supera todo lo necesario y todo lo legalmente exigible. Cristo es, en definitiva, “el infinito autoderroche de Dios”[14]. Esta ley de la sobreabundancia es el signo peculiar de Dios en la creación y en la historia de la salvación. Solo quien ama puede entender esta ley, porque la ley del amor es la entrega: “solo cuando es excesivo es suficiente”[15]. La revelación es, pues, puro exceso y, por tanto, lo necesario, lo divino, el amor que da sentido al universo.

Para la existencia cristiana es muy importante el “principio de lo definitivo”: el ingreso de Dios en la humanidad con Jesús, hombre Dios, ha llegado ya a su meta[16]. Lo que caracteriza la actitud cristiana “es la confianza de que lo definitivo ya existe y que por eso permanece abierto el futuro del hombre”[17].

El “principio de la recepción y la positividad cristiana” significa que el hombre tiene que esperar el don del amor “y el amor solo puede recibirlo como don”[18]. El primado de la recepción capacita al hombre “para que responsable, serena y libremente realice las obras de este mundo y las ponga al servicio del amor redentor”[19]. Este primado de la recepción implica la positividad cristiana y demuestra su íntima necesidad: nuestra relación con Dios no se funda en nuestros planes, sino en la positividad de lo que está ante nosotros como algo que tenemos que aceptar[20].

En síntesis, “los seis principios que hemos esbozado anteriormente son como los pilares de la existencia cristiana y, a la vez, las formulaciones de la esencia de lo cristiano, de la «esencia del cristianismo»”[21]. Estos seis principios se resumen en el principio del amor, pero el principio del amor “si es verdadero, incluye realmente la fe”:

 

“Solo así sigue siendo lo que era, ya que sin la fe, que es para nosotros expresión definitiva del tener que recibir del hombre y de la insuficiencia de su obra, el amor se convertiría en una obra hecha con las propias fuerzas. Entonces el amor se eleva y se transforma en justicia de sí mismo; la fe y el amor se condicionan y exigen mutuamente. En el principio del amor está también incluido el principio de la esperanza que, superando el instante y su aislamiento, corre en busca de todo”[22].

 



[1] Cf. Ratzinger, Introducción, 278.

[2] Ibid., 281.

[3] Cf. ibid., 284.

[4] Cf. ibid., 287.

[5] Cf. ibid., 296.

[6] Cf. ibid., 205. Cf. Id., Ser cristiano (Salamanca 1967) 3-23; cf. Id., “El sentido de ser cristiano”, en: Id., Obras completas IV, 329-360.

[7] Ratzinger, Introducción., 205.

[8] Cf. ibid., 208.

[9] Cf. ibid., 209.

[10] Cf. Ibid., 210.

[11] Ibid., 211.

[12] Cf. ibid., 214.

[13] Ibid., 217.

[14] Ibid., 218.

[15] Ibid., 219.

[16] Cf. ibid., 219.

[17] Ibid., 221.

[18] Ibid., 223.

[19] Ibid., 224.

[20] “Así se puede superar la contraposición tan recalcada por Lessing entre la vérité de fait (la verdad contingente del hecho) y la vérité de raison (la verdad necesaria de la razón). Lo contingente, lo exterior, es lo necesario para el hombre; su ser íntimo se abre cuando acepta algo que viene de fuera. En la historia “tiene que” darse, con la necesidad de la libertad, el ocultamiento de Dios como hombre”, Ibid., 224.

[21] Ibid., 224.

[22] Ibid., 225. “Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor” (1 Cor 13,13).

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