La esencia del Cristianismo: Joseph Ratzinger (1)

¿Qué es el cristianismo? Joseph Ratzinger piensa, en su Introducción al cristianismo. Lecciones sobre el credo apostólico, que para responder a esta cuestión el mejor camino es intentar una comprensión e interpretación de los “credos”, de los símbolos de la Iglesia en los que se sintetiza la fe[1]. Se trata de presentar la fe de siempre, tal como aparece reflejada en el credo apostólico, con un estilo misionero[2], conjugando la actualización creadora de esas fórmulas sintéticas con la fidelidad a algo que no se crea, sino que se recibe de los anteriores testigos del Señor[3].

Seguiremos las principales ideas de esta obra de Ratzinger guiándonos por la propia articulación del libro: La introducción, la fe en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo y la Iglesia. Un último apartado lo dedicaremos a una síntesis de lo que es básico en el cristianismo; un aspecto al que Joseph Ratzinger llama “estructuras de lo cristiano”.

 

1.1. Introducción: ¿Qué significa creer?

 

La cuestión fundamental de la introducción al cristianismo es qué significa la frase “yo creo” pronunciada por un ser humano[4]. La palabra “creo”, con la que comienza el credo apostólico, entraña una opción fundamental ante la realidad.

Entre lo visible y lo invisible, la fe apuesta por lo segundo: “Es una opción por la que lo que no se ve […] no se considera como irreal, sino como lo auténticamente real, como lo que sostiene y posibilita toda la realidad restante”[5]. A esta actitud solo se llega por medio de lo que la Biblia llama “conversión”[6]. Sin este cambio, sin esta conversión, no es posible la fe. Lo que la fe presenta no se puede demostrar; solo quien cambia, la acoge.

La fe se nos presenta también como ataviada con vestidos de otros tiempos y, en la tensión entre lo pasado y lo actual, la tradición tiende, en nuestra época, a ser considerada como una dimensión ya superada frente al progreso, que constituiría la auténtica promesa del ser. Además, lo cristiano escandaliza por su positivismo; se remite a hechos que acontecen en la historia. Trata de “Dios en la historia, de Dios como hombre”[7]. La fe pretende ser revelación, resultado de la introducción de lo eterno en nuestro mundo.

Al primado de lo invisible sobre lo visible, en la fe cristiana se añade el primado del recibir sobre el hacer, del binomio “permanecer-comprender” sobre el binomio “saber-hacer”, este último tan propio del pensar factible: “Creer cristianamente significa confiarse al sentido que me sostiene a mí y al mundo, considerado como fundamento firme sobre el que puedo permanecer sin miedo alguno”[8]. Conceder el primer puesto a lo invisible y a lo recibido, por encima de lo visible y de lo hecho, para convertirlos en base estable de la propia existencia, constituye una doble afrenta de la fe a la actitud predominante en el mundo.

La actitud cristiana, basada en el “creo” y en el “amén”, es una actitud de confianza que reposa sobre el fundamento de la verdad en sí, valorada por encima de la utilidad y de la exactitud de los resultados, porque, en última instancia, es la verdad la que sostiene al hombre y la que puede darle sentido[9].

El misterio, el fundamento que nos precede, tiene un carácter personal. El enunciado básico de la fe cristiana es “creo en ti”. La fe es “encuentro con el hombre Jesús y en ese encuentro experimenta el sentido del mundo como persona”[10]: “En su vida, en la entrega sin reservas de su ser a los hombres, se hace presente el sentido del mundo, se nos brinda como amor que también me ama a mí y que hace que valga la pena vivir la vida con el don incomprensible de un amor que no está amenazado por ningún ofuscamiento egoísta”[11].

La fe, la confianza y el amor son, a fin de cuentas, una misma cosa y la fórmula fundamental de la confesión de fe puede expresarse del siguiente modo: “yo creo en ti, Jesús de Nazaret, como sentido («Logos») del mundo y de mi vida”[12]. Para responder a la pregunta sobre el contenido de la fe, la respuesta es el credo, verdadero eco de la fe de la primitiva Iglesia y fiel reflejo del mensaje del Nuevo Testamento.

La fe, siendo un acontecimiento personal,[13] tiene un carácter dialógico, un intercambio del yo y el tú que lleva al nosotros. Acepta una palabra que viene a mí y que precede mi pensamiento. Ese diálogo de Dios con los hombres tiene un carácter corporal y social; se realiza en el diálogo de los hombres entre sí[14]. La fe, que no es una idea, sino vida, exige unidad y está esencialmente orientada a la Iglesia[15].

Guillermo JUAN-MORADO.

 

 



[1] Cf. González de Cardedal, “Nota preliminar”, en Ratzinger, Introducción, 11-15, 12.

[2] Cf. Uríbarri Bilbao, “La Introducción”, 312. El libro “quiere ayudar a una nueva comprensión de la fe como la realidad que posibilita ser auténticos seres humanos en el mundo de hoy, y a interpretarla sin revestirla de una palabrería que solo a duras penas puede ocultar un gran vacío espiritual” (Ratzinger, “Prólogo a la primera edición”, en Id., Introducción, 34).

[3] Cf. González de Cardedal, “Nota preliminar”, 14.

[4] Ratzinger, Introducción, 46.

[5]  Ibid., 48.

[6] Cf. ibid., 49.

[7] Ibid., 51.

[8] Ibid., 66. Cf. A. Bellandi, Fede cristiana come “stare e comprendere": la giustificazione dei fondamenti della fede en Joseph Ratzinger (Roma 1996).

[9] Cf. Ratzinger, Introducción, 68.

[10] Ibid., 71.

[11] Ibid., p. 71.

[12] Ibid., 72.

[13] Cf. ibid., 79.

[14] Cf. ibid., 81-82.

[15] Cf. ibid., 85.

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